Lugar para un tercero
por Robert Frost, traducción de Hugo Müller
¡Nada que decir a todos esos casamientos!
Ella hizo tres por tres de él.
El puntaje fue empate para ellos, tres a tres.
Pero pronta a morir ella descubrió que se preocupó demasiado:
pensó en niños en una hilera de entierro;
tres niños en una hilera de entierro estaban tristes.
Las tres mujeres de un hombre en una fila de entierro
de algún modo se volvieron impacientes con el hombre.
Y entonces ella le dijo a Laban
“Has hecho un trato justo; no hagas mal la última cosa.
No hagas que yazca con aquellas otras dos mujeres”.
Laban dijo, “No, él no la hará yacer junto con alguien que ella no tenga en mente,
si así es como ella lo siente, por supuesto”
Ella siguió su camino. Pero Laban, habiendo
captado esta mirada de persona persistente en Elisa,
y ansioso por hacer todo lo que podría con
algo que recordó en sí mismo,
intentó pensar cómo podía superar su promesa,
y darle una buena medida a los muertos, aún cuando no recibiera las gracias.
Si así es cómo ella se sentía, se mantuvo repitiendo.
Su primer pensamiento bajo presión fue una tumba
en un nuevo nicho comprado por ella,
no le importaba cuán grande fuese la lápida:
vendió un yugo de novillos para pagarlo.
Y no había allí flores de cementerio especiales,
una pena comenzó a crecer, la pena debe descansar;
las flores seguirán con pena por un rato,
¿y nadie parece descuidando o descuidado?
Una pena prudente no desprecia estas ayudas.
El pensó en algo siempre verde y eterno.
Y luego tuvo un pensamiento que valía varias de esas.
En algún lugar debe estar la tumba del muchacho
que se casó con ella como compañero de juego más que como ayuda,
y a veces se rió sobre lo que había entre ellos.
¿Cómo le gustaría dormir su último sueño con él?
¿Dónde estaba su tumba? ¿Sabía Laban su nombre?
El encontró su tumba un pueblo o dos más allá,
la lápida cortada con John, Querido Esposo,
junto a su cuarto reservado; el de una hermana;
una hermana nunca casada de aquel esposo,
donde Elisa podría ser bienvenida.
El muerto estaba atado al silencio: preguntó a la hermana.
Entonces Laban vio a la hermana, y sin decir dónde Elisa no quería yacer,
y quién había pensado dejarla yacer con su primer amor
suplicó simplemente por la tumba.
El rostro de la hermana cayó todo en arrugas de responsabilidad.
Ella quería hacerlo bien. Tenía que pensar.
Laban era viejo y pobre, aún parecía necesitar cuidado;
y ella era vieja y pobre –pero a ella le importaba también.
Se sentaron. Ella le lanzó una mirada vieja, aburrida,
luego lo dejó para irse por otros encargos
que dijo que tenía que atender en el pueblo,
mientras trataba de ordenar en su mente cuánto le importaba,
y cuánto le importaba a Laban, y por qué le importaba,
(Hizo ojos astutos para ver de dónde había venido él.)
Vio a Elisa en su segunda vez,
una viuda en la tumba de su segundo esposo,
y le ofreció un hogar para descansar un rato
antes de que se fuera por el camino de la viuda del pobre hombre,
cuidando la casa para el próximo hombre de matrimonio.
Ella y Elisa habían sido amigas a través de todo.
¿Quién era ella para juzgar el casamiento en un mundo
cuya Biblia está tan confundida en consejos sobre matrimonio?
La hermana no vino a través de este Laban;
Un producto decente del planchado de la vida;
no debía mantenerlo esperando.
El tiempo presionaría entre el día de la muerte y el día del funeral.
Así que cuando lo vio viniendo en la calle
apuró su decisión de estar preparada
para encontrarlo con su respuesta en la puerta.
Laban había sabido lo que podría suceder
por el modo en que ella preparó su vieja y pobre boca,
para hacer, como ella dijo, lo que estaba bien.
Ella lo entregó a través de la puerta metálica cerrada entre ellos:
«No, no con John. No tendría sentido.
Elisa ha tenido demasiados otros hombres».
Laban se vio forzado a caer en su plan
de comprarle a Elisa un nicho para yacer sola ahí:
lo que le daba a él, por sí mismo, una opción de lotes
cuando su tiempo de morir y establecerse llegue por fin.