La puerta en la oscuridad
Yendo de habitación en habitación en la oscuridad
me estiré ciegamente para salvar mi rostro,
pero descuidado, igualmente liviano,
para enlazar mis dedos y juntar mis brazos en un arco.
Una puerta delgada pasó mi guardia
y me golpeó un soplo tan fuerte en la cabeza
que tuve a mi símil nativo perturbado.
Así es como la gente y las cosas ya no se juntan más
con lo que solían juntarse antes.