La objeción a ser pisada

por Robert Frost, traducido por HM

Al final de la fila me paré sobre el pie de una azada desocupada.

Se levantó ofendida y me conmovió con un golpe en el asiento de mi sentido.

No era para culparla pero la llamé un nombre.

Y debo decir que me dejó un golpe que sentí como  una malicia premeditada.
Pueden llamarme loco,

¿pero había una regla de que el arma debía converirse en una herramienta?,

¿y qué vemos?
La primera herramienta sobre la que me paro

se convirtió en arma.

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