La hoguera

poesía de Robert Frost, traducida por HM

“Oh, subamos a la montaña y asustémosnos

tan temerarios como el mejor de ellos esta noche,

prendiendo fuego a toda la leña que apilamos

con manos oscuras para esperar la lluvia o nieve.

Oh, no esperemos a la lluvia para hacerlo seguros.

El montón es nuestro: lo arrastramos rama sobre rama

por los oscuros caminos que convergen entre los pinos.
¿Dividirlo? ¡No! Pero sí quemarlo como una hoguera

del mismo modo en que la apilamos.

Y dejemos que fluya el habla de la gente atraída a las ventanas por una luz,

arrojados desde algún lugar contra su empapelado.

Que se levanten todos, los que están libres y los que no lo están,

diciendo lo que les gustaría hacernos,

lo que más anhelan en la espera de que terminemos con lo nuestro.

Permitamos todo salvo que traigan a la vida a este viejo volcán,

si es eso lo que alguna vez fue la montaña
y asustémosnos. Dejemos que el fuego salvaje libere nuestra voluntad…”
“¿Y asustarte tú también?” dijeron juntos los niños.

“Por qué no habría de aterrorizarme un fuego

que comienza con un tizne, con un humo viscoso,

sabiendo que perdura, si mi arrepiento puedo evocarlo

pero no en un momento: un pequeño esfuerzo de la grasa ardiendo,

y luego nada más que el fuego puede apagarse,

y eso quemándose, pero antes de quemarse

rugirá primero y mezclará las chispas con las estrellas,

y barriendo a su alrededor con una espada flamígera,

hará que los sombríos árboles retrocedan en un círculo más amplio,

habiendo hecho tanto, y no sé cuánto más podría hacer,

o bien no debería hacer si pudiera ceñirlo.

Bien, si no lo hace con su brisa suelta

debería soplar un viento diligente desde algún lado,

como una vez lo hizo sobre mí en Abril.
Las brisas estaban tan embuidas con el soplo invernal

que los pájaros parecían parecían fallar bajo ellas,

cortos en la altura a dónde se dirigía su lánguido vuelo;

y mi llama hizo pico en la cumbre hacia el cielo

mientras caminé una vez a su alrededor en su posesión.

Pero el viento que sale de las puertas, saben el dicho.
Ahí viene una ráfaga. Suelen pensar que los árboles

hacen viento abanicándose porque nunca supieron

que soplan, aunque lo que vean sean los árboles en movimiento.

Algo o alguien observando hizo esa ráfaga.
Puso la punta del fuego hacia abajo y tocó el pasto

recargado de invierno con el último roce del extremo

con el que vuestra lengua coloca sal o azúcar en vuestra mano.

El lugar llegó a oscurecerse en aquel instante.

Negro se tornó todo lo que había sido luz del día,

eso y el simple remolino del humo del cigarrillo,

y una llama esbelta mientras las hepaticas, raíz de sangre,

y las violetas tan temprano para aparecer ahora.

Pero la propagación negra como la muerte negra en el suelo,

y creo que el cielo se oscureció con una nube,

como si el invierno y la tarde hubiesen venido juntos.
Había suficientes cosas en las que pensar entonces.

Donde el campo se estrecha hacia el norte

y la puesta de sol en el arroyo de Hyla,

se las dí a las llamas sin pensarlo dos veces,

donde converge hacia la carretera, a las llamas también,

aún temerosas deberían encontrar combustible allí,

en el matorral marchito, en toda la extensión del césped,

cañas doradas y de plata vieja,

y aliso y maraña de viñas para saltar el límite polvoriento.

Por mi parte, tomé por enfrente lo que estaba de costado.

Me arrodillé e impulsé mis manos y sostuve mi rostro apartado.

Combatir un fuego como ese frotando, no golpeando.

Una tabla es la mejor herramienta si la tienes.

Yo tenía mi abrigo.  Y oh, lo sabía, lo sabía,

y hablé fuerte, no podía tolerar la asfixia y el calor tan cerca del fuego;

pero el pensamiento de todos los bosques y el pueblo en fuego por mí,

y todo el pueblo se convertiría para pelear por mí, eso me sostenía.

Confié en la barrera del arroyo, pero temí que la carretera podía fallar,

y en aquel lado el fuego no moriría sin un ruido de la madera achicharrándose,

o algo más que la yesca del pasto y maleza,

eso me trajo a mis pies para hacerlo retroceder

inclinándome hacia atrás yo mismo,

como si las riendas estuvieran alrededor de mi cuello

y estuviera en el arado.

¡He vencido! Estoy seguro de que nadie jamás esparció

otro color sobre un décimo del espacio

por el que esparcí el carbón negro en el tiempo que me llevó.

Los vecinos retornando a sus hogares desde el pueblo

no podían creer que tanto negro haya llegado hasta allí

mientras tuvieron sus espaldas giradas, aquello no estaba

en su lugar cuando pasaron una hora antes o algo así antes

de ir para el otro lado y no lo habían visto.
Buscaron a alguien que pudiera haberlo hecho.

Pero no había nadie. Yo me estaba preguntando en algún lugar

dónde se había ido todo mi cansancio y por qué

caminaba tan liviano en el aire en pesados zapatos

en lugar de un chamuscado sentimiento de 4 de Julio.

¿Por qué no tendría miedo recordando aquello?”
“Si a ti te atemoriza, ¿qué nos hará a nosotros?”

“Tendrán miedo. Pero si se encogen por tener miedo,

¿qué le dirían a la guerra si tiene que venir?
Eso es lo que razonablemente me gustaría saber,

si me puedes confortar con alguna respuesta”.

“Oh, pero la guerra no es para chicos, es para hombres”.

“Ahora estamos cavando casi tanto como hasta China.

Mis queridos, mis queridos, ustedes lo pensaron, todos nosotros lo pensamos.

Así que su error fue el nuestro. Sin embargo, ¿no han escuchado

acerca de las naves donde la guerra los encontró en el mar,

sobre los pueblos donde la guerra acudió abriendo las nubes por la noche con velocidad zumbante, tan por arriba de todos como las estrellas y los ángeles,

y los niños en las naves y en los pueblos?

¿No han escuchado lo que hemos vivido para aprender?
Nada tan nuevo, nos hemos olvidado de algo:
la guerra es para todos, para los niños también.

No iba a decírselos y no debía.

La mejor manera es que suban a la montaña conmigo

y hagamos nuestro fuego y riamos y tengamos miedo”.

 

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