En igual sacrificio
Así lo hizo Douglas el viejo:
dejó su tierra para declararse al corazón real de Roberto I de Escocia,
en una caja dorada con tapa dorada,
para acarrear un corazón a Tierra Santa;
por la que vemos y comprendemos
que aquél era el lugar donde portar un corazón
y lealtad y devoción al amor,
y aquella era la caja en donde llevarlo.
Douglas no tenía mucho por ganar
antes de llegar a la tierra de España,
donde una larga guerra santa
se estaba dando a los muy victoriosos Moros;
y allí su coraje no podría soportar
ni dar un golpe para un Dios
antes de hacer su encargo seguro.
Y siempre se lo intentó del mismo modo,
que un hombre por un Dios debería dar un golpe,
sin importar el corazón que tuviera a cargo
para la Tierra Santa, allí donde deberían ir los corazones.
Pero cuando en batalla se encontró al enemigo,
a Douglas lo asaltó un dolor,
con sólo fuerza en el brazo luchador
para atravesar aún una batalla más,
y eso tan vano como salvar el día
y llevar su cuerpo seguro a otra parte,
sólo una señalada acción para hacer
y una última sonora palabra para decir.
Movió y lanzó en el llano el corazón que portaba en una cadena de oro,
y lo persiguió gritando ‘¡Corazón o muerte!’
y peleando otra vez en un desmayo pereció.
Así pudo otro acto de bien dar un corazón para una lucha sin esperanza,
cuanta más razón más amor;
así otro podría redoblar el poder
para unos pocos y veloces destellos del estigma de la cólera,
despreciando enormemente no haber demandado
un sacrificio igual con el corazón que cargó a Tierra Santa.