Basta de torpes lobos solitarios
(por Agencia Maldita Realidad)
Desde el atentado de Niza de 14 de julio de 2016, el desempeño de los conductores de camiones yihadistas viene en franca decadencia. En Europa se intentó repetir la “hazaña” de Mohamed Lahouaiej Bouhlel, el tunecino que arremetió con su carga de 19 toneladas contra una multitud de paseantes que festejaban el Día Nacional de Francia en el Paseo de los Ingleses, con el saldo de 85 muertos y 303 heridos. Hubo imitadores de Lahouaiej en Alemania, Reino Unido, Suecia y Bélgica, pero los muertos alcanzados en sus atentados quedan muy lejos de las notables cifras del tunecino. Lo que pasó ayer en plena Times Square de New York, no puede recibir el status de atentado terrorista, siendo el típico producto de un soldado yanqui, débil mental por naturaleza. Se trata de Richard Rojas, de 26 años, residente del Bronx y veterano de la USA Navy. James O?Neill, jefe del Departamento de Policía de Nueva York, confirmó en rueda de prensa que Rojas (Rojitas, a esta altura del relato) tenía antecedentes de conducir bajo efectos del alcohol y diversas drogas, y que había sido arrestado en cuatro ocasiones por diversos motivos, como amenazar a policías, ponerle cuchillos en la garganta a quienes lo visitaban. Había trabajo como electricista en la Armada y hasta le habían dado una medalla por su desempeño. Pero cuando volvió de Afganistán su humor, como el de miles de camaradas, se fue al tacho. Harrison Ramos, uno de sus pocos amigos, sino el único, latino como él, declaró al Washington Post que desde que había regresado del servicio militar se había dedicado intensamente a la bebida, la marihuana y otras drogas sintéticas que circulan por su barrio para sobrellevar la tensión que le generaba la indolencia y el desinterés del neoyorquino medio, sólo preocupado por su propio culo. “Le resultaba difícil encontrar trabajo, tenía muchas pesadillas, hablaba incongruencias y actuaba en forma extraña. Nadie lo medicaba ni asistía a ningún psiquiatra” –comentó Ramos, compungido y preocupado por el oscuro porvenir que le aguarda a su amigo.
Según los medios amarillistas y sensacionalistas, que son los únicos del mercado de la prensa, Rojas dijo que “escuchaba voces en su cabeza” y que su intención era caer abatido por la gloriosa policía neoyorquina, en un armado que recibe el nombre de suicidio a manos de la policía. Como método de suicidio, ha demostrado ser efectivo miles de veces. De hecho, se le atribuye a Rojas haber aullado “¡Ustedes deben dispararame! Los maté a propósito”, resistiéndose al arresto y buscando todas las formas posibles de enfadar a los uniformados. En síntesis, un simple y típico loquito yanqui que pretendió tener una muerte célebre. Nada que ver con un atentado terrorista. Encima, el alcalde Bill de Blasio aprovechó el incidente para alardear de que Nueva York es la ciudad más segura del mundo. Nada que declarar sobre el muchacho condecorado, sobre la pasión de Rojas por la Cienciología y el advenimiento del fin del mundo, por las fábulas nacionales más tontas y superfluas. Venga aquí que la va a pasar bárbaro, se va a cagar de frío o calor pero podrá decirle a sus seres queridos que ha venido a Nueva York. Parece más bien que Rojas le hizo un favor a De Blasio para promocionar la ciudad y sus mitos. Pero esto tampoco alcanzó para despertar el fantasma del 11-S. Fue flojo, esperábamos más de ti, Richard, que Dios te dé un destino acorde con tu pobre y demencial atentado.