Naturalización de lo inaceptable
por Carlos Chudy, desde Barcelona
Las últimas tendencias nos llevan como un torrente hacia la naturalización de lo inaceptable como habitual. Nos hemos acostumbrado a ver las vallas de Ceuta y Melilla con seres humanos encaramados a ellas contemplando a lo lejos como otros juegan al golf con relajada indiferencia. Hemos incorporado a nuestra rutina los barcos de juguete atiborrados de personas naufragando en el Mediterráneo. Ya no nos extraña casi que le den una paliza a un adolescente refugiado en Londres o a una mujer marroquí en Málaga. Y Angela Merkel –la mujer que mejor entendió al principio el drama de los refugiados- discute ahora agriamente con Tayip Erdogan por los derechos humanos sin preguntar por el destino de los refugiados que les enviamos desde Grecia. Hay una primera batalla que la extrema derecha ha ganado ya, la de insensibilizarnos, la de permitir que el absurdo de una guerra en el Peñón de Gibraltar distraiga de la guerra que esta semana ha gaseado desde el aire en Siria a la población civil de Idlib.
Ahora el ministro español del Interior, Juan Ignasio Zoido, anuncia que va a crear tres nuevos CIE, tres centros de internamiento de extranjeros en Madrid, Málaga y Algeciras, y la noticia ha pasado casi desapercibida. Habrá que volver a recordar que estos centros son agujeros negros, un limbo jurídico donde se recluye a personas que no han cometido ningún delito. Como gran novedad se plantea discutir si la Policía debe estar dentro de los CIE o a las puertas. El número insignificante de refugiados que España ha acogido frente al que se comprometió acoger ha desaparecido prácticamente de la agenda política.
Y mezclo deliberadamente a inmigrantes y refugiados porque la emigración es un derecho, no un delito, y a los que huyen de la guerra los ampara el derecho internacional. No se trata de minimizar la envergadura del problema de los flujos humanos ni de ignorar que las soluciones no son fáciles. Pero los mismos países que somos capaces de atender y acudir a socorrer cuando se trata de un terremoto en el otro extremo del planeta, nos negamos siquiera a pensar y planificar cómo aplicar toda esta logística cuando toca hacerlo en nuestro suelo y tener aquí, en la rica y acolchada Europa, a las víctimas del terremoto bélico sirio, del hambre y la desesperación que recorre cíclicamente a distintos países del continente africano. Solidaridad y justicia sí, pero si se ejercen bien lejos.
Nadie se atreve a aventurar los resultados de las elecciones en Francia. Toda la centro derecha va hacia los extremos en su discurso pretendiendo disputarle el voto a Marine Le Pen en su propio terreno, y la izquierda sigue en su marasmo de división, grandes proclamas y fracaso político. Pero Le Pen y los suyos ya han ganado una batalla, que lo inaceptable se vuelva tan habitual que nos olvidemos que es inaceptable.