La esposa de Paul

poema en prosa de Robert Frost, traducido por H.M.

Para llevar a Paul afuera de cualquier campamento de madera

todo lo necesario era decirle ‘¿Cómo está tu esposa, Paul?’ y él desaparecía.

Alguien dijo que era porque no tenía esposa,

y odiaba que lo aguijonearan con el tema;

otros porque vendría un día en que podría tener una,

para luego ser plantado,

otros porque tuvo una vez una, una buena,

que se escapó con otro y lo dejó;
y otros todavía porque tenía una ahora,

sólo se lo tenían que recordar,

debía dedicarse por completo a ella en un minuto:

tenía que huir ya para buscarla, como si dijeran

‘Eso es, ¿cómo está mi esposa?
Espero que no esté haciendo alguna travesura’.
Nadie estaba ansioso por deshacerse de Paul.
El había sido el héroe de los campamentos de montaña desde siempre,

sólo para mostrarles, había quitado la corteza de todo un alerce

tan limpio como los chicos lo hacen con una ramita de sauce

para hacer un silbido de sauce un domingo de abril

subiendo por los arrollos de la pradera.
Parecían preguntarle sólo para verlo partir,

‘¿Cómo está la esposa, Paul?’ y siempre se iba.

Nunca se detuvo para asesinar a nadie que le preguntara la cuestión.

Sólo desaparecía, nadie sabía en qué dirección,

aunque usualmente no era lejos,

antes de que supieran de él en algún campamento nuevo,
el mismo Paul en las mismas viejas hazañas de la explotación florestal.
La pregunta que todos se hacían era

por qué Paul debía ser preguntado acerca de esa cuestión civil,
a un hombre no se le puede decir casi nada

menos que una palabra de lucha.

Tú tienes las respuestas.
y había una más no tan justa con Paul:

que Paul se había casado con una esposa que no era su igual.

Paul estaba avergonzado de ella.

Para equipararse a un héroe ella debía ser una heroína;

en vez de eso era medio piel roja,

pero si la historia que Murphy contó era verdad,

ella no tenía nada de qué avergonzarse.
Sabes que Paul puede hacer maravillas.

Todos escucharon cómo golpeó a los caballos en la carga que no se movía,

hasta que ellos simplemente estiraron el arnés crudo desde la carga al campamento.
Paul le dijo al jefe que la carga estaría bien,

‘El sol traerá su carga adentro’ y lo hizo,

encogiendo el cuero hasta su longitud natural.

Eso es lo que se llama un enganchador.

Pero me temo que aquel por el cual él está saltando tanto

está por aterrizar con ambos pies a la vez contra el techo.
y luego aterriza seguro del lado derecho, arriba nuevamente,

de vuelta al piso, es un hecho o casi un hecho.

Bueno, esto es un cuento.

Paul cortó a su esposa de un tronco de pino blanco.

Murphy estaba allí y, como se podría decir, vio a la señorita nacer.
Paul trabajo de todo en el rubro de la madera.

Había sido un bardo en llevar tableros para –lo he olvidado-

el último aserrador ambicioso que quiso averiguar si podía
apilar la madera de Paul hasta que Paul pidiera misericordia.

Cortaron en rodajas el primer borde de un tronco de cola grande,

y el aserrador había volcado el carro de vuelta
para golpearlo nuevamente contra los dientes de la sierra.

Para juzgarlos por el modo en que se descubrieron a sí mismos

cuando vieron lo que había pasado con el tronco,
debieron haber tenido una expectativa de culpa,

algo se iba a terminar yendo con su fuerte golpeteo.

Alguien dejó una gruesa capa de grasa negra

sobre la nueva madera por toda la extensión del tronco,

excepto, quizás, un pie al final.

Pero cuando Paul puso su dedo en la grasa
no era para nada grasa sino una muesca larga.

El tronco estaba vacío. Eran pinos aserrados.

‘Es la primera vez que veo un pino vacío.

Eso ocurre porque Paul estuvo por el lugar.

Tómalo para la campana para mí’ -dijo el aserrador.

Todos tenían que echarle una mirada,

y decirle a Paul lo que debía hacer al respecto.

(Lo intentaron en su casa.). ‘Tomas una navaja,
y extiendes la abertura, y tendrás una canoa lista para ir de pesca’.

Para Paul el hueco se veía demasiado sonido, limpio y vacío

para haber albergado alguna vez pájaros, o bestias o avejas.

No había entradas para que pudieran ingresar.

Le parecía a él como un nuevo tipo de hueco,

pensó que mejor sería llevar su navaja.

Entonces luego del trabajo aquella tarde regresó

y puso luz suficiente en su interior para ver si estaba vacío.

El armó allí un delgado pedazo de una sustancia, ¿era sustancia?

Debía haber sido la piel que una serpiente se había despojado

y se mantuvo parada al final del interior del árbol

los cientos de años que estuvo creciendo.

Cortó un poco más y obtuvo lo mismo en ambas manos,
y mirándolo desde el estanque cercano,

Paul se preguntó cómo respondería al agua.

No se agitaba una brisa, pero sólo el aliento del aire
que hacía al caminar lentamente hacia la playa

lo sopló una vez de sus manos y casi lo rompe.

Lo dejó en el borde, donde pudiera beber.
Al primer trago crujió y comenzó a crecer.

Al siguiente trago se hizo invisible.
Paul rastreó los bajíos con sus dedos buscándolo,

y pensó que debió haberse derretido. Se había ido.

Y entonces, más allá del agua abierta, oscura con mosquitos,

donde el borde del tronco estaba presionado contra el botalón,

lentamente emergió una persona, emergió una chica,
su cabello húmedo pesado sobre ella como una escafandra,

que inclinada sobre un tronco, contempló a Paul.

Y eso hizo que Paul a su vez se diera vuelta

para ver si había alguien detrás de él

que ella estuviera mirando en lugar de él.
(Murphy había estado allí observando todo el tiempo,

pero desde un cobertizo donde ninguno pudiera mirarlo.)
Hubo un momento de suspenso al nacimiento,

cuando la chica pareció demasiado anegada para vivir,

antes de que cogiera su primer aliento con un jadeo  y se rió.

Luego se levantó lentamente sobre sus pies y caminó,

hablando con ella misma o Paul,

a través de los troncos como las espaldas de caimanes,

Paul yendo detrás de ella alrededor del estanque.
La tarde siguiente Murphy y algunos otros compañeros se emborracharon,

y siguieron a la pareja hasta Catamount,
desde cuya mera cima hay una vista a las otras colinas a través de un valle vertidor.

Y allí, bien después de la oscuridad, dejaron que Murphy lo dijera,

vieron a Paul y su criatura cuidando la casa.

Fue la única mirada que cualquiera había tenido

de Paul y ella desde que Murphy los había visto

enamorándose a través del crepúsculo del estanque del molino.
Más de una milla a través del desierto

se sentaron juntos a mitad de la subida a un risco

en un pequeño nicho donde cabían,

alegremente la chica, como si una estrella estuviese jugando en el lugar,

Paul oscuramente, como su sombra.

Toda la luz provenía de la chica, no de una estrella,

como aparentó lo que sucedió después.
Todos aquellos grandes rufianes juntaron sus gargantas,

y dejaron salir un grito alto, y arrojaron una botella,

como un tributo brutal de respeto a la belleza.

Por supuesto la botella cayó cerca por una milla,

pero el grito alcanzó a la chica y apagó su luz.

Salió como una luciérnaga, y eso fue todo.
Así hubo testigos de que Paul era casado,

y no de alguien de quien estar avergonazado,

todos estaban equivocados en juzgar a Paul.

Murphy me dijo que Paul ponía todos esos aires sobre su esposa para mantenerla consigo.

Paul era lo que se llama un terrible poseedor.

Poseer una esposa con él significaba ser dueño de ella.
No era el asunto de nadie más,

ya sea para elogiarla o siquiera nombrarla,
y le agradecía a la gente no pensar en ella.

La idea de Murphy era que a un hombre como Paul
no se le podía hablar sobre una esposa

de ningún modo que el mundo conociera para hablarlo.

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