Un deshielo de ladera
¡Pensar para conocer el país y ahora conocer la ladera
el día que el sol deja escapar diez millones de lagartijas plateadas de la nieve!
Tan frecuente como lo había visto hacer eso antes
no puedo pretender contar el modo en que se ha hecho.
Se ve como si cierta magia del sol
hubiese levantado el felpudo que las crió en el suelo
y la luz rompiendo sobre ellos los hizo huir.
Pero aún cuando pueda detener la húmeda estampida,
y atrapar una lagartija plateada por la cola,
y pisotear otra sin provecho,
y arrojarme con los codos y las rodillas empapados
en frente de otr as veinte de retorcida velocidad,
en la confusión de todas ellas resplandecientes,
y los pájaros que se unen a la excitante diversión,
doblando y redoblando su canción y gorjeo,
no tengo duda de que acabaré sin agarrar ninguna.
Lleva a la luna para eso. El sol es un mago pero así y todo digo,
también la luna es una bruja.
Desde el alto poniente hace una aparición gentil y de repente,
sin una mueca ni crispación,
tiene su espejo sobre cada lagartija.
Cuando ví que eran las seis imaginé
que el enjambre todavía corría y se escabullía igual de rápido.
La luna estaba esperando por su efecto escalofriante.
Miré a las nueve: el enjambre se había tornado en roca
en cada postura similar a la vida,
transformado en cuestas de montaña siempre erectas.
Yacían cruzándose y lado a lado.
El hechizo que las había mantenido así como estaban
fue forjado a través de los árboles sin un aliento de tormenta,
si hubiera habido una, que hiciera sacudir una hoja.
Una lagartija al final de cada rayo.
¡Qué extravío el pensamiento de mi esfuerzo!