Trabajadores en pie de guerra
por Leila Soto
Si se leen diversos análisis de la marcha de la CGT del 7 de marzo es posible encontrar un número nada despreciable de coincidencias respecto a qué significados y evaluaciones es posible hacer.
La primera es la contundencia numérica: pongamos unos trecientos mil trabajadores. Multitud que claramente expresaba el rechazo, la resistencia y la discrepancia hacia gobiernos (nacionales y provinciales) que de manera engañosa desembozaron un proyecto neoliberal puro y duro. No era ese el pacto que se firmó en el plebiscito electoral. Y quien esté ansioso por escuchar las autocríticas del kirchnerismo tenga la paciencia de observar las críticas que caben hacia otros rincones políticos.
Mas allá de los errores de juicio que todo ciudadano tiene derecho a tener (el que no tenga un voto vergonzante en su haber que tire la piedra), muchos dirigentes -radicales, peronistas y de izquierda- no quisieron jugarse a conservar lo conquistado por temor a “regalárselo al kirchnerismo”. No había premio (para ellos) si ganaba Scioli. Si hubieran apostado a un apoyo fuerte, tanto el peronismo o la izquierda no creían capitalizar nada. Primó la mezquindad y el rencor producto de los fracasos propios. Tampoco hubo premio para los radicales que recordaron, oportunamente, cómo Alfonsín padre tenía en claro que Macri era gato y no liebre, es decir de derecha y no otra cosa. Ahora ven, una vez más, a su partido político de referencia bastardear cada una de sus banderas políticas.
Por otra parte, una vez decantada la coyuntura con el nuevo gobierno neoliberal, estaba claro desde el día uno que era el momento de sacar a relucir los instrumentos gremiales para la resistencia. Al movimiento obrero le tocaba un protagonismo que parecía nunca más volver. Los sindicatos, mal que les pese, habían recibido durante los gobiernos kirchneristas una revitalización más numérica que generacional. El siglo XXI los encontró más desunidos y desorganizados de lo recomendable.
Con el desgaste de ser organizaciones no tan ”marketineras” como sí lo suelen ser las ONG’s, limitaron su poder de captación (y legitimidad) a medidas tibias, discursos vacuos y prestaciones sociales más dignas de la Responsabilidad Social Empresaria que de una organización sindical. Pero bueno, con una bolsa de útiles, pan dulce a fin de año y alguna pileta u hotel sindical, más o menos la pilotearon. No se priorizaron discusiones válidas y siempre oportunas: como la precarización y falta de seguridad laboral. O una discusión sobre la formación de precios más estratégica. Hubiera sido mejor sumarase al observatorio de precios denunciando los procesos inflacionarios con los que las empresas siempre especulan. En vez de construir falsos indicadores de precios “reales” -frente a los que consideraban truchos del Indec-. Es ridículo querer discutir con argumentos de economistas “serios”, a la larga sólo se puede quedar entrampado. Con el verso de la competitividad no sólo se venden buzones, sino que se cierran fábricas.
Como cereza del pastel, las organizaciones más combativas perdieron rumbo y capacidad dividiéndose, confrontando para ver quién era menos kirchnerista. El miedo a la cooptación doblegó a muchos. En tanto que sindicatos fuertes, que son incapaces de lograr procesos electorales internos contundentemente legitimados, hicieron lo imposible por liderar o discutir su ingreso en las listas de candidatos en todas las elecciones. Como si la entrada de la pata sindical en el ámbito parlamentario hubiera generado progresos significativos en la vida de los trabajadores. Salvo honrosas excepciones, el accionar legislativo de los gremios ha sido más bien pobre si no inexistente.
El que convenció a Moyano de tener un futuro “importante” en la política electoral es un hijo de puta. ¿Quién le dijo a Piumato que su futuro político y sindical era confrontando al kirchnerismo? ¡El enemigo de los sindicatos lo hizo! Analfabetos políticos, muchos gremialistas se creyeron que las maniobras electoralistas partidarias aún eran susceptibles a sus “encantos”. Como si fuera el Partido Justicialista y no el movimiento obrero o peronista el que construye sentido común y gobernabilidad. Igual que muchos varones del conurbano asumieron una necia visión electoralista. Mucho bombo, mucha marcha, mucho tatuaje de Evita pero poco Gramsci y Foucault. ¡Era sobre sentido común y poder que había que trabajar!
Por otra parte, los masivos despidos en el sector público de los primeros meses de este gobierno, fue un momento que las dos CTA, sindicados como el de ATE y los de la izquierda en general, podrían haber aprovechado mejor. Era el momento de dar cátedra de cómo se defiende a los trabajadores. Pero nuevamente las “desinteligencias” abundaron, egoísmos que no fueron tapados por un protagonismo crucial. No era necesario esperar que la CGT se unificara y produjera esa criatura llamada triunvirato, era momento de escraches, de protestas conjuntas, de solidaridad entre gremios porque la situación empujaba a ello, no por conveniencia. Como si nunca hubieran escuchado discursos de autoayuda empresarial: no vieron la oportunidad en la crisis. Por el contrario, por el bien de la unidad (¿?) dejaron que el Triunvirato hiciera cagada tras cagada durante meses de despidos, tarifazos y recesión. “Que firmamos el acuerdo…, que somos más papistas que el papa, que mejor pedimos un bono, que hasta la sidra y el pan dulce no paramos…”. Así terminaron el bochornoso primer año en un patético brindis. Juntaron todos los números para la rifa de las puteadas. Cuando las vueltas de la vida les empieza a evidenciar lo obvio: que la única que convence a las mayorías (si uno tiene que hacerle caso a las principales consultoras y encuestadoras) es Cristina, por lo que se desesperan dando tumbos como gallinas sin cabeza. Como viudas de Massa y Macri, son ellos con sus errores quienes confirman el liderazgo de Cristina. Hoy están en la palestra los que hacen a Cristina buena.
Porque si hay algo en lo que muchos coinciden es el disparo en el pie que se da la burocracia sindical, necesariamente expuesta mostraron ser sólo duros con una presidenta que se reconoce trabajadora y militante, y no un gobierno de aristócratas del Cardenal Newman. Aunque éste se quiera premiar por tan brillante jugada expresada a un costado (casi oculto) de la Plaza de Mayo, lo cierto es que el impasse tiene mecha corta.
Sucede que la biología los está exponiendo frente a la vieja generación que siempre ha resistido y resistirá dignamente a que le burlen sus derechos y por supuesto, con una nueva generación, recién caída de la cuna, pero no por ello menos importante ni gravitante en el futuro inmediato. Menospreciar el valor de la multitud de mujeres y hombres de todas las edades y todas las condiciones posibles que el trabajo capitalista contemporáneo depara, es un grave error. Que la falta de entusiasmo por las viejas prácticas laborales de la generación millenials no los confunda. Estos jóvenes trabajadores podrán no saberse la “Internacional”, pueden creer que el anarquismo es un movimiento artístico o un bar de moda, pero son tan peligrosos al capitalismo posindustrial como lo fueron los mártires de Chicago.
La metáfora correcta ya no es la del tiro en el pie, sino la del cucurucho con helado en la frente. Con medio gabinete ya procesado y tocando fondo, con el manual de malas prácticas del Durán (Rasputín) Barba no se gobierna mucho tiempo. Barrionuevo y el Momo “no estarían” siendo suficiente respaldo para contener el conflicto social. Sabemos que Magnetto con su Clarín y demás unidades de negocios se puede dar vuelta como una media en cuanto huela la sangre. Si Massa es el plan B, entonces ya están sonados. Daer y el rencoroso antiK de Schimidt demostraron menos cintura política que el viejo Moyano, que supo retirarse a su nicho del fútbol, como un león herbíboro soñando con ser, como dijo en algún acto hace tiempo “el primer presidente argentino trabajador”. Pobre, creo que el espejo, espejito mágico le jugó una mala pasada y terminará siendo la sombra de sí mismo, hasta lo imagino en futura alianza con Lilita (viuda negra) Carrió. A sus pobres vástagos no les da ni el piné ni las circunstancias históricas para heredar una pizca de liderazgo: a uno (Pablo) escuchándolo hablar (dar discursos o conferencias) se advierte que le faltó un poco de escuela sindical, carisma y sintaxis. No lo ayuda tener que pelear por los puestos de trabajo de empresas como OCA o Sancor, porque se les nota el sesgo empresarial a sus ideas de defensa. El otro (Facundo) prefiere llegar a éxitos electorales gracias a una buena ortodoncia, la “mesaza de Mirta” y el afecto de “Susana”. Que esté con Massa cuenta más como una debilidad que como fortaleza. De la izquerda que se dice izquierda no decimos nada, sólo que parecen esos perritos bien cuzquitos, que sólo saben ladrar sin ton ni son. Mucha histeria y mucho acting. Los devora el papel de víctimas perpetuas del capitalismo malvado. Parecen caricaturas estereotipadas del macartista Walt Disney. Por todo ello, parece que la vieja consigna de luchar con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes ha sido un eslogan creado para esta coyuntura.