New Hampshire

por Robert Frost

Encontré una dama del Sur que dijo

(no creerán que lo dijo, pero lo dijo):
‘Nadie de mi familia trabajó en su vida,

o tenía algo para vender’.

Supongo que el trabajo no importa demasiado.

Puede trabajar para todos mis parientes.

He visto el tiempo en que tuve que trabajar por mi cuenta.
El no tener nada que vender es una desgracia

para el hombre, o un estado o nación.

Encontré a un viajero de Arkansas
que alardeaba sobre su estado como bello

para los diamantes y manzanas.

‘¿Diamantes y manzanas en cantidades comerciales?’ pregunté precavido.

‘Oh, sí’, respondió resuelto.

Era una tarde en el Pullman.

‘Ví al portero hacer su cama’ –le dije.

Encontré a un californiano que hablaría de California—

Un estado tan bendecido –dijo, entrando en clima,

nada malo ha muerto allí de muerte natural,

y los Comités de Vigilancia han debido organizarse

para almacenar los cementerios

y reivindicar la humanidad del estado.
‘Tal como Stefansson lo hizo en el Artico Británico’ –murmuré.

‘Eso es lo que deriva de estar en el mercado con un clima’.

Encontré a un poeta de otro estado,

un zelote lleno de inspiración fluida,
pero en el peor estilo de los malos vendedores,

enojosamente intentó hacerme escribir una protesta

(en verso, pienso) contra la Ley Seca.
Ni siquiera me ofreció un trago

hasta que le pedí uno para estabilizarlo.
Esto se ha llamado tener una idea para vender.

Nunca hubiese podido ocurrir en New Hampshire.

La única persona que realmente se había ensuciado con el comercio

la encontré en el viejo New Hampshire,
era alguien que recién volvía avergonzado

de vender cosas en California.
El construyó un techo noble de buhardilla con bolas sobre torres,

como Constantinopla, profundo en el bosque,

a unas diez millas de una estación de tren,
como poner para siempre fuera de la mente

la esperanza de ser, como decimos, recibidos.
Lo encontré parado al cierre del día,

dentro del umbral de su establo abierto,

como un actor solitario en una melancólica escena—
y lo reconocí a través del gris de hierro

en que su rostro era amortiguado por sus ojos,

como un viejo amigo de la infancia, y una vez incluso,

pastoreando conmigo en el camino a Brighton.
Su granja era ‘tierras’, y para nada una granja;
su casa entre los cobertizos y chabolas locales

se erigía como la de un agente en una estación comercial.
Y él era rico y yo todavía era un bribón.

No pude evitar preguntarle descortés,

¿Dónde has estado y qué has estado haciendo?
¿Cómo llegó a eso? (Rico, se entendió.)
Cambalacheando ‘viejos trapos’ en San Francisco.
Oh, fue tan terrible como pudo ser bueno.
Ambos nos revolvimos en nuestras tumbas.

De estos especímenes es todo lo que tiene New Hampshire,
un poco de cada cosa como en una vidriera

que ella naturalmente no se preocupa por vender.

Tuvo un presidente.

(Pronunciénlo Fruncido,
y hagan lo más que puedan para mejor o peor.

El es su oportunidad de anotar contra el estado.)

Tuvo un Daniel Webster.

Fue todo el Daniel Webster que siempre fue o debería haber sido.

Tuvo la Universidad de Dartmouth necesaria para producirlo.
La llamé vieja.

Tuvo una familia cuya petición de establecerse aquí fue buena,

antes de la era de la colonización,

y antes de la exploración también
John Smith reclamó haberlas descubierto,

sus piernas colgando y pescando en el muelle

en las Islas de los Cardúmenes,

y lo satisficieron,

no eran indias rojas sino pre-primitivas de raza blanca verificables,

gente del amanecer,
como aquellos que proporcionaron esposas a los hijos de Adán;

no importa cuán seguros hayan estado

en vivir allí, tan temprano en nuestra historia.

Han estado allí entonces por cien años o más.
Lástima que él no preguntó para qué estaban allí

en esa fecha con un muelle ya construido,

y tomaron su nombre.

Desde entonces me han dicho sus nombres—

Hoy una honrada en Nottingham.
Como si estuvieran preparadas para algo más que la pesca—
suponed que no se estaban comportando puritanamente,

la mala hora todavía no las ha conmovido para ser buenas,
la humanidad no se ha ido todavía por lo sabático.
Ha devenido en un explorador de lo profundo,

no para explorar demasiado profundo en los asuntos de otros.
Pero ustedes deben saber de él,

New Hampshire tiene un verdadero reformador

que podría cambiar el mundo

si fuera aceptado por dos clases,
los artistas el minuto en que se preparan como artistas,

esto es antes de que se acepten a sí mismos,

y los muchachos el minuto en que salen de la secundaria.

No puedo resistir pensar que éstas son pruebas por las que uno debe pasar.

Y ella tiene uno que no sé cómo llamarlo,
que viene de Filadelfia cada año

con una manada de pollos de razas extrañas,

él quiere dar las ventajas educativas de crecer casi salvaje

bajo el ojo vigilante del halcón y el águila,
Dorkings porque fueron hablados por Chaucer,
Sussex porque fueron hablados por Herrick.

Ella tiene un toque de oro. Dorada New Hampshire—
habrán oído sobre ella.

Tuve una granja que me ofrecieron no hace mucho tiempo camino a Berlín,

con una mina trabajada para el oro;
pero no oro en cantidades comericales,
sólo el oro suficiente para hacer los anillos de compromiso

y anillos de casamiento para los dueños de la granja..
¿Cuánto más oro inocente uno podría pedir?
Uno de mis hijos vagando por las rocas

últimamente trajo a casa de Andover o Canaan
un especimen de berilo con una traza de radio.

Yo sé que con el radio la traza debería haber sido la mera traza
para estar debajo del umbral de lo comercial;
pero confío en que New Hampshire no tiene el suficiente radio

ni nada para vender.

Un especímen de cada cosa, dije.
Ella tiene una bruja de viejo estilo. Vive en Colebrook.
(La única otra bruja que encontré llegó

tarde a una cena de vidrio cortado en Boston.
Había cuatro velas y cuatro personas presentes.
La bruja era joven y hermosa -de nuevo estilo-,
y de mente abierta.

Era libre para cuestionar su don de leer cartas encerradas en buzones.
¿Por qué esto era más grandioso

cuando los buzones eran de metal que cuando eran de madera?
Hace al mundo parecer tan misterioso.

La Sociedad de Investigación Psíquica fue competente.

Su esposo valía millones.

Creo que tenía algunas acciones en Harvard College).

New Hampshire solía tener en Salem
una empresa que llamamos Corpúsculos Blancos,
cuyo deber era a cualquier hora de la noche

arremeter en sábanas y capas alocadas donde olían

al menos una cosa dudosa, lo percibían

y le daban a alguien el Skipper Ireson’s Ride

(leyenda poética de John Greenleaf Whittier).

Un poco de cada cosa como en una vidriera.

Más que una tierra suficiente para un especímen,

ustedes dirán que tiene, pero entonces entra

en acción algo distinto para protegerla de ella misma.

Entonces la calidad se maquilla para cantidad.
Ni siquiera las granjas de New Hampshire tienen demasiado para vender.
La granja de la que hice mi hogar en las montañas,

tuve que tomarla por la fuerza más que comprarla.

Atrapé al dueño sólo afuera rastrillando luego del invierno,

y dije ‘Te pondré afuera de esta granja: quiero eso’.
‘¿Dónde me pondrás, en la carretera?’
‘Te pondré en la granja lindera’

‘¿Por qué no te apropias de esa granja?’
‘Me gusta más ésta’. Era realmente mejor.

¿Manzanas? New Hampshire las tiene, pero sin pulverizar,

sin sospechas en el tallo o el fruto,

vitriol o arsenato de hoja,

y entonces no son buenas para nada excepto para sidra,
sus uvas no podadas son arrojadas como lazos

más allá de los abedules, fuera del alcance del hombre.

Un estado produciendo metales preciosos, piedras

y escritura; nada de esto excepto quizá

la preciosa literatura en cantidad o calidad

para preocupar al productor sobre su disponibilidad.

Considerando el mercado,

¿saben que hay más poemas producidos que cualquier otra cosa?
Ningún poeta maravilloso alguna vez

debió parecer más comerciante que los hombres de negocios.

Es mucho más difícil desprenderse de sus artículos.

Tiene uno de los dos mejores estados en la Unión.
Vermont es el otro. Y los dos fueron

compañeros de yugo en los viejos tiempos

en varias Marchas. Y yacen como calcetines,

de un extremo grueso a un extremo fino y del extremo fino al extremo grueso,

y son una figura de cómo el fuerte de cabeza

y el fuerte de hombros deberían juntarse
uno grueso donde el otro es fino y viceversa.

New Hampshire eleva el Connecticut
en un criadero de truchas cerca de Canadá,

pero pronto divide el río con Vermont.
Ambos son estados encantadores para sus absurdamente pequeñas ciudades—

Nación Perdida, Bungey, Muddy Boo, Poplin, Rincones Quietos

(llamado así no porque el lugar es silencioso todo el día,

ni aún porque alardea un whisky puro—

porque se preparó una vez para ser una ciudad

y todavía es sólo rincones, cruces de carreteras en un bosque).
Y recuerdo una cuyo nombre apareció

entre imágenes en una pantalla de cine,

en una noche de elección en Franconia,
donde todos se han vuelto republicanos

y los demócratas están dolidos con necesidad de consuelo:
Easton fue Democrático, Wilson 4 Hughes 2.

Y todos, hasta el más triste

rieron la gran carcajada en la pequeña.
New York (cinco millones) ríe en Manchester,
Manchester (sesenta o setenta mil) ríe en Littleton (cuatro mil),

Littleton ríe en Franconia (setecientos),

y Franconia ríe, me temo—

rió aquella noche en Easton.

¿Qué tiene de más Easton para reírse,

y gustar de la actriz que exclama ‘Oh, mi Dios’?
Está Bungey; y por Bungey hay pueblos,
pueblos enteros con nombre pero sin población.

Todo lo que puedo decir sobre New Hampshire
servirá también para hablar sobre Vermont,
excepto que difieren en sus montañas.
Las montañas de Vermont se extienden apretadas en línea rectas,

las montañas de New Hampshire se acurrucan formando una bobina.

He estado yendo a las montañas de New Hampshire.
Y aquí estoy y, ¿qué es lo que tengo para decir?
Primero, aquí mi tema se torna embarazoso.
Emerson dijo, ‘El Dios que hizo New Hampshire
se burló de la tierra alta con hombres pequeños’.
Otra poeta de Massachusetts dijo,
‘No iré más en verano a New Hampshire.
Estableceré mi lugar de veraneo en Dublin’.
Pero cuando le pregunté qué la había enojado de New Hampshire,
dijo que no podía tolerar a la gente que la habitaba,

los hombres pequeños (es el habla de Massachusetts).
Y cuando le pregunté qué le molestaba a la gente ella dijo,

‘Ve y lee tus propios libros y lo descubrirás’.
Yo puedo del mismo modo confesar que soy el autor

de varios libros contra el mundo en general.
Es posible tomarlos en contra de un estado especial

o incluso de una nación para restringir el significado.
Soy lo que se dice un sensiblero,

o de algún modo un ambientalista.
Yo me resisto a adaptarme siquiera una pizca

para cambiar de calor a frío, de mojado a seco,

de pobre a rico, o al revés.
Hago una virtud de mi sufrimiento

de casi todo lo que me rodea.

En otras palabras sé, esté donde esté,

siendo una criatura de literatura como soy,

que no es la falta de dolor lo que me mantiene despierto.

Kit Marlowe me enseñó cómo decir mis oraciones:

‘Porque esto es el Infierno, y yo no estoy afuera de él’.
Me quejé de Samoa, Rusia, Irlanda

no menos que de Inglaterra, Francia e Italia.
Que haya escrito mis novelas en New Hampshire
no es prueba de que las haya situado allí.
Cuando hace años dejé Massachusetts entre dos días,
la razón por la cual busqué New Hampshire

y no Connecticut, Rhode Island, New York o Vermont fue ésta:
para donde estaba viviendo entonces, New Hampshire ofrecía
la frontera más cercana para escapar.
No tenía una ilusión en mi mochila

sobre que la gente estaba mejor allí que en el lugar que abandonaba.

Pensé que no estaban mejor y que no podrían estarlo.

Pero sí estaban mejor.

Estoy seguro de que no tuve amigos en Massachusetts
como Hall de Windham, Gay de Atkinson,
Bartlett de Raymond (ahora de Colorado),
Harris de Derry, y Lynch de Bethlehem.

Parece que los gloriosos bardos de Massachusetts
quisieran acabar con la gente de New Hampshire.
Han ofendido a la tierra alta con hombres pequeños.
Yo no sé qué decir sobre la gente.
Por amor al arte uno hasta podría querer que fuesen peores que mejores.

¿Cómo haremos para escribir la novela rusa en Norteamérica

mientras la vida continúe siendo tan llevadera?

 

Está el pellizco del cual nuestro único clamor

en literatura hasta el presente está por venir.

Obtenemos lo que la pequeña miseria

nos permite de no tener una causa para la miseria
Esto hace que el gremio de los escritores noveles enfermos

esperen ser Dostoievskis, y crean que no hay nada peor

que tener demasiada suerte y comodidad.
Sin embargo, esto no es penoso; son sólo los vapores,
y el reconocimiento de ello en la misma Rusia

bajo el nuevo régimen, siendo así prohibido.

Si está bien con Rusia, entonces siéntase libre para decirlo

o párese contra la pared y dispare.

Es Optimismo ahora o la muerte.

Esta es, entonces, la nueva libertad de la que oímos hablar;
y muy sensible.

Ningún estado puede construir una literatura

que al mismo tiempo suene triste fundada en el bienestar.

Para mostrar el nivel de inteligencia que hay entre nosotros:

fue sólo un granjero de Warren,

cuyo caballo fue empujado por mí, un extraño,

en un trayecto del camino.

Esto es lo que dijo,

no teniendo algo embarazoso ni más sociable para decir:
‘¿Ha escuchado a los perros encerrados cantar en Moosilauke?
Bien, me recuerdan el tono y el lamento que escuchamos

contra los moralistas (del periodo medio victoriano),

y nunca verdaderamente comprendidos hasta que

Bryan se retiró de la política y se unió al coro.

El asunto con los medio victorianos

parece estar relacionado con un hombre llamado John L. Darwin.
‘Adelante, arre’ le dijé a él, y él a su caballo.
Conocí un hombre que al fracasar como granjero

quemó su granja por el seguro de incendios,

y gastó lo obtenido en un telescopio

para satisfacer su curiosidad terrenal
sobre nuestro lugar entre los infinitos.
¿Y qué fue eso sino otra mundanería?

Si tuviera que elegir elevar a la gente

o a las ya altas montañas elevaría a las montañas,

la única falla que le encuentro a la vieja New Hampshire
es que sus montañas no son suficientemente altas.
Yo no siempre fui así; me transformé en lo que soy.
Para mi pena, ¿cómo he alcanzado una altura desde donde

puedo mirar crítico hacia abajo a las montañas?

¿Qué me ha dado la seguridad para decir

la altura que deben tener las montañas de New Hampshire,
o cualquier montaña?

¿No puede ser una fuerza que siento,

como un terremoto en mi espalda,
de lanzarlas más alto que la estrella de la mañana?,

¿puede ser un viaje a los Alpes?
¿o haber visto y acreditado un momento

el sólido modelado de vastos picos de nube

detrás de la lamentable realidad de Lincoln, Lafayette y Libertad?
¿o algo tan sentido como decir que la fuente debe estar en proporción al lavabo?
No, nada de ello me ha elevado a mi trono de insatisfacción intelectual,

sino el triste accidente de haber visto representadas

nuestras montañas reales en un mapa de los viejos tiempos

con el doble de la altura que tienen—
diez mil pies en lugar de sólo cinco—
lo que muestra cuán triste puede ser un accidente.
Cinco mil ya no es lo suficiente alto.

Mientras nunca he tenido idea de

cómo mejorar a la gente en el mundo,
aquí estoy, pródigo en sugestiones,

y no puedo descansar de planear, de día o de noche,
cuán alto lanzaré los picos en la nieve de verano

para alcanzar el cielo superior y diseñar

un flujo de aire nocturno gélido sobre el valle que se asienta debajo

desde las estrellas para congelar el rocío y tornarlo brillante.

Cuanto más sensiblero soy

más quiero que mis montañas sean salvajes:
el modo en que al nervioso jefe de la pandilla le gusta el aturdimiento
luego de haber elegido la llave e iniciarla,

esquivó un tronco que se alzó como un brazo

contra el cielo para romper su espalda por él,

luego vino la danza, salteándose su vida através del rugido y el caos,

y las palabras que le vimos decir junto al viaje en zigzag eran indudables

como las palabras que le oímos decir mientras se acercaba:

‘¿No era ella una ideal hija de puta?

Puedes apostar que era una ideal’.

Si todas sus montañas se cayeron un poco,

su gente no ha demostrado ser lo suficiente corta para el Arte,
todavía es New Hampshire: un estado muy tranquilo.

En una conversación tardía con un cretino de New York

sobre la nueva escuela de los pseudo-fálicos,

me encontré en una encrucijada donde

debí tomar una casi divertida decisión.

‘Elige lo que serás— un mojigato o un irreverente,

lloriqueando y vomitando en los brazos públicos’.
‘Yo, por las colinas donde no tenga que elegir’.

‘Pero si tuvieras que elegir, ¿qué serías?’
No podría ser un mojigato temeroso de la naturaleza.
Conozco a un hombre que tomó un hacha doble

y fue solo a una arboleda;

pero con el corazón fallándole, dejó caer el hacha

y corrió por refugio citando a Matthew Arnold:
»La naturaleza es cruel, el hombre está enfermo de sangre’:
Había suficiente cobertura sin derramar la mía.

¡Recuerden a Birnam Wood! ¡La madera está en flujo!’

Tenía un terror especial del flujo

que lo colocaba en un estado de dendrofobia.
Podría decirse que el único árbol decente es aquel

que será molido y convertido en tableros, dijo.

Conocía demasiado bien para cualquier uso terrenal
la línea donde el hombre desiste y la naturaleza comienza.
Y nunca lo superó excepto en sueños.
Se mantuvo en el lado seguro de la línea hablando—
lo que es puro Matthew Arnoldismo,
el culto de alguien que poseía un frustrado circuito viajero,

y que abatido tomó su asiento sobre el trono intelectual—
acordó en fruncir el ceño ante los altares improvisados

de los que los bosques están llenos en nuestros días,

nuevamente, como en los días en que Ajaz pecó

de adoración bajo los árboles verdes en el descampado.
Apenas una milla pasó que me hallé ante una piedra

negra como el carbón y empapada por la lluvia.
Aún para decir que las árboles fueron los primeros templos de Dios

llegué muy cerca del pecado de Ajaz por seguridad.

Nada que no esté construido con manos, por supuesto es sagrado.

Pero aquí la cuestión no es qué es sagrado;
sino qué es lo que conviene enfrentar o rehuir.

Odiaba ser un fugitivo de la naturaleza.
Pero tampoco elegiría ser un irreverente,

a quien no le importa lo que hace en compañía,

y cuando no puede hacer nada, vuelve a las palabras,

y saca lo peor de sí para que las palabras hablen más alto que las acciones,

y algunas veces lo consigue.
(Parece una opción estrecha en que la edad insiste,

la de ser un buen griego, por ejemplo).

Ese curso, me dijeron, se ofrece este año.

‘Ven, pero no se trata de elegir— ¿irreverente o mojigato?’

Bien, si tuviera que elegir uno u otro,
elegiría ser un sencillo granjero de New Hampshire
con un ingreso en efectivo de, digamos mil
(de, digamos, un editor en New York).
Es consolador arribar a una decisión,
y me apacigua sólo pensar en New Hampshire.
Actualmente estoy viviendo en Vermont.

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