Matorral de arvejas

Caminé solo el domingo luego de la iglesia,

hacia el lugar donde John ha estado podando árboles

para ver por mi cuenta el matorral que él decía

podía disponer para plantar mis arvejas.

El sol en el angosto sendero recién abierto

daba el calor suficiente para el primero de mayo,

y su bochorno con el olor de la savia de los tallas

aún sangraban su vida lejos.
Los sapos que estaban piando miles de chillidos

donde fuera que la tierra estuviera baja y húmeda,
al momento que escucharon mis pasos se quedaron quietos

para observarme y ver lo que había ido a recoger.

¡Ramas de abedul apiladas por todas partes!—
todas frescas y con el sonido del hacha reciente.

De pronto alguien vino con un carro y herramientas,

y despojaron sus flores silvestres.

Debían ser buenos en las cosas de jardín

para enrollar un pequeño dedo

del mismo modo en que se toman las cuerdas de

una marioneta para levantarla del piso.

Un pequeño recreo para todo aquello que crece salvaje,

estaban torciendo entre varios un trillium

que había florecido antes de que las ramas fueran apiladas

y dado que ya estaba llegando tuvo que emerger.

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