XXVII. Arte de la evasiva e inconsecuencia
La tercera fuente inmortal de la Desocupación no se emplaza en ningún espacio físico, está en el contenido de estas dos materias que se dictaban en el Colegio de la Sinrazón de Erehwon. En la Universidad, Carlos incorporó estas disciplinas, dándole la cátedra de «Evasiva» a Timochenko, un líder de las FARC, catedrático y bien plantado ante los ardides de la CIA y las fuerzas armadas colombianas. «Timo» o Timoleón –aunque su verdadero nombre era Rodrigo Londoño Echeverri- estudió los escritos hipotéticos de los maestros erehwoneanos y se nutrió con videos de Nicolino Locche, un genio del boxeo que esquivaba el bulto con una gracia bestial (al retirarse, Nicolino abrazó la Desocupación para especializarse en Cirrosis). Las clases de Timochenko fueron las más concurridas en el año 2004. Ahí enseñaban que la justicia era una farsa, que los poderosos, quienes manejan el negocio de las drogas y de las armas, siempre se imponían y realizaban todos sus caprichos, burlándose de los jueces que les dictaban varias sentencias en contra, y ni siquiera necesitaban evadirse porque tenían a las policías compradas o a su servicio. Dicho panorama sólo podía generar odio y rebeldía, arte y desocupación. Por su parte, hasta su muerte en el año 2010, de la cátedra de Inconsecuencia se hizo cargo David Piñas, un hombre ligado a la literatura y el pensamiento contemporáneos, profesor también en la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo. No se debe interpretar en este caso a la Inconsecuencia como una materia relacionada con el absurdo o alguna locura, se trata más bien de la visión política de un individuo que describe con sarcasmo las inconsecuencias y los actos miserables de los poderosos. El objetivo primordial de la materia es apercibir a las clases bajas de que deben hacer justicia por sus propios medios, sea a cuchilladas o escopetazos. El componente desocupacional lo daba Piñas al plantear que los amantes de la Inconsecuencia se tenían que unir a las organizaciones de Desocupados para iniciar una revuelta social. Tanto Timochenko como Piñas eran sesentones chochos y corajudos, que habían vivido con sabiduría, yendo a la profundidad de las cosas. Amantes tiernos y buenos bebedores de vino, distintos motivos contribuyeron a forjar una sólida amistad entre los titulares de Evasiva e Inconsecuencia. Salían juntos a buscar putas en burdeles del centro, jugaban al pool o se iban a tomar café a la Recoleta, programas disímiles que les hacían desatender la cercanía de la muerte.
Ariel se despertó oyendo la radio española. Los locutores y periodistas hablaban en forma vertiginosa sobre el Congreso al que iban a asistir, del arribo de los expertos y técnicos de todo el mundo, con delegaciones de cuarenta y dos países. Pasaban testimonios de presos y terroristas que habían sido héroes del Ocio, defensores de la libertad y la autodeterminación de los pueblos. Después unas noticias internacionales lo obligaron a quitarse el walkman y a desabrocharse el cinturón de seguridad.
-Llegamos –dijo Carlos.
En la Aduana de Barajas los estaban aguardando las autoridades de la Universidad del Ocio de Madrid, quienes facilitaron sus trámites de ingreso, que de otro modo hubiesen sido farragosos, tratándose de argentinos procurando ingresar a España. El Negro Sombra propuso hacer una recorrida por los bares más tradicionales de la ciudad.
-Podemos enviar las valijas al hotel en taxi –le dijo al decano de Desocupación, un gallego llamado Carlos Parada.
-Pero es temprano, hombre, ¿no quiere ver dónde va a dormir? Eso es vital para un desocupado: el techo, señor, las comodidades, algún hueco lindo donde repararse de las tormentas –replicó Parada.
-Son nimiedades que cobran importancia en el mundo actual, nosotros venimos de un país quebrado, de una cultura llorona y propensa a la queja, nos interesa mucho más ahogarnos en alcohol. Cuando arribamos a un lugar tras un largo viaje especialmente –se interpuso Ariel.
Los españoles tenían el estómago tan duro como los representantes argentinos. Contaban con una infraestructura flexible que les permitía cambiar de planes cada quince minutos. Sus teléfonos sonaban con una frecuencia alta y atendían empleando diversos idiomas, conectándose con eminencias de la Desocupación de todo el orbe, convocándolos al Auditorio de la Universidad, instalado en Tetuán.