XXV. La Madre Patria de la Desocupación
-¿Qué está pasando aquí? –preguntó la Garza Sosa al ingresar a una reunión del plantel docente.
La secretaria de Carlos notó que estaban todos, convocados para elegir un representante ante el Primer Congreso Mundial de Ocio y Desocupación, que acompañaría a Carlos y al alumno de mejor promedio en el año. Carlos le contestó a la Garza:
-¿Qué hacés fierita?, ¿tenés ganas de ir a España?
-No.
-Entonces no te postules como candidato.
Tras una veloz votación se impuso Ariel. Como había pasado una larga temporada de reclusión y trabajo obstinado, precisaba liberarse de la sensación de encierro viajando a otro continente, aunque fuera a la híbrida realidad de España. Acudir a ese evento representaba una contradicción atroz, puesto que era un retorno a la vida académica, tradicional y acomodaticia. ¿En qué debía fijarse: en su comodidad, empleando una actitud egoísta, o en los principios que lo condujeron por el camino de la Cirrosis, como el que rechaza la organización de Congresos internacionales, sean del tema que fueren, salvo para la producción de mejores bebidas alcohólicas al por mayor? Carlos procuró sacarlo de su indecisión.
-Mirá Ariel, España es un país que está en crisis, se dice, pero sólo yendo ahí vamos a poder comprobar que se trata de una farsa, que los españoles siguen tan brutos y pasivos como en la época de Franco. Además, el Congreso sólo va a durar tres días, y nos sobrarán momentos para salir de farra y conocer un poco de Cirrosis española.
La Garza Sosa lo proclamó:
-Muchachos, va a ir Ariel.
Entonces, y por primera vez, a los treinta y cinco años, el titular de Cirrosis I cruzó el océano para conocer mundo y difundir su obra literaria en la Madre Patria.
La anatomía es un aspecto importante del oficio de dar clases, de ser una especie de conferenciante alucinado que brinda una imagen de superación de enigmas, de haber vivido como un hombre dedicado al Ocio y la Desocupación, con muchas calles y miseria humana plasmadas en los ojos. Así se sentía Ariel en la noche previa a tomar el avión. Había abierto la ventana de su cocina para reflexionar mirando un crepúsculo hermoso. De este modo sosegaba un poco su desesperación constante y su lógica ansiedad. Se estaba preparando además un té con tranquilizantes. Quería obtener ideas que lo remitieran a un remanso espiritual, procuraba eliminar toda turbación de su cuerpo. Norma se iba a quedar a cargo de su departamento, y en aquel instante estaba lavando los platos de una cena liviana y salada, tragada con bastante cerveza.
-¿Te gustó?
-Está bueno tu ceviche, mamita.
-Ay, Ari, te voy a extrañar.
-Qué me vas a extrañar, si seguro lo vas a traer a Juárez y vas a armar juergas y jodas.
-Ay, mi amor, no digas esas cosas.
Ariel encendió un pitillo, a la espera de que hirviera el agua. Se acercó a la puta peruana para pellizcarle las nalgas y susurrarle:
-Estoy bromeando, tú has iluminado mi vida y confío en tu clase, sé que vas a cuidar bien nuestro hogar.
Norma se emocionó y meneó las caderas. Cerró la canilla y apagó el calefón.
-¿Hoy estás inspirado?
-Más o menos. El otro día fui a una clase de Silencio y me dejó impresionado, Sansón es un maestro de raza.
-¿Y lo podés meter adentro de tus historias y tus trabajos de investigación?
-Un poco a la fuerza, pero todo lo que cuesta esfuerzo físico y gimnasia mental tiene un valor notable si uno pretende alargar el absurdo de la existencia.
-No te vayas a poner quejoso, cariñito.
«¿Por qué carajo voy a España? Quiero conquistarlos reflejando su propia inmundicia, revelarles su estilo de vida saleroso y ridículo, que deben poner seriedad y saber cómo catalizar su heroísmo». La pava empezó a echar humo.
-Esto ya está –dijo Norma.
-Menos mal.
Ariel se sirvió el té y ella le convidó un pedazo de torta.
-Buenísimo. Me voy a mi pieza a darle unos retoques a mis escritos y luego a la cama.
-Sí, mi amor.
El aprecio que Ariel tenía por Norma había aumentado en intensidad, y ahora, delegándole el cuidado de su departamento, la convertía en una auténtica ama de llaves, y no hay nada más tierno para un hombre que una ama de llaves, dulce y atrevida como la puta peruana.
La serenidad y la belleza de la noche contribuían al movimiento de los dedos de Ariel:
«Si se explica algo se lo suele arruinar, los hechos muchas veces quedan congelados en un vacío, sueltos y sagrados, cargados de un misterio impenetrable. El calor cae y abraza a la ciudad. Sirenas de policías y ambulancias invaden el cuarto. Algún asfixiado en los ascensores, un electrocutado en una pileta de natación o los piqueteros quemando caucho por causas nobles. La cerveza se apacigua en mi estómago, los tranquilizantes hacen efecto en mis riñones y en mi líquido sinovial.
Mañana me voy a España. Tierra de epopeyas ilustres que se ha desangrado hasta cubrirse de esqueletos parlantes en escenarios esperpénticos. Creo que sólo voy a encontrar muertos allá: Cervantes, Quevedo, Baroja, Cela. No se puede hablar con otra persona en ese país, tienen el alma sucia y atontada de tanto ver toreo y desfiles militares o de misioneros. No se puede pensar bonito allí, adoptar una postura ingenua, sonreír ante la corrupción, ignorar el hambre y la explotación, etc. Las normas elementales son las que están mal, las que condescienden la injusticia visceral de la cuestión: un grupo de cuarenta familias dominando el mundo entero. ¿Voy a España o al diseño de un país reconstituido artificialmente (que perdió su esencia hace ya bastante tiempo)? Eey, debajo de una piedra encuentro restos rescatables, catacumbas de lo que fue la España Imperial. Por ahí sí quiero viajar, elásticamente, recorrer los mejores cementerios y eludir todos los museos, ir a los pueblos más viejos y obviar las ciudades más modernas. En fin, me parece que lo mejor de España está en el sur, en la morería rebelde y provocadora. El país ha elegido un comportamiento correcto que es un insulto a su historia de bandolerismo y fanáticas inquisiciones, que es lo que hace falta en la tierra de vez en cuando. Es muy poco lo que se requiere para salir airoso en los conflictos internacionales, España está mutilada, coja en dicho sentido. Es una nación paralítica sin curación posible».
Divulgación de la Cirrosis
Investigadores europeos han comentado que el pueblo español cuenta con grandes bebedores, que se sumergen en brumas de alcohol para alcanzar glorias y estados sublimes. Esto, de confirmarse, conformaría una plataforma propicia para la divulgación de la Cirrosis. De cualquier modo, me parece que la expansión no es conveniente, ya que se pierde el contenido vital de la materia, contaminada por la mentalidad arcaica del Viejo Continente. El Congreso será una mascarada cabal, típica de la globalización, y eso es lo que horroriza. Lo falaz y engañoso atrae como la sonrisa de la Mona Lisa, que tiene un aire a Enriqueta. (Otro dato que se advierte en todo Manual de Turismo de la zona es la cantidad de fiestas culturales y artísticas que hacen en las diferentes regiones de España. Por las dudas llevaré medicamentos contra la náusea.).
Ariel se había hecho un chequeo médico que escupió buenos resultados. Si bien su Cirrosis estaba en un estadio de desarrollo avanzado –con el tejido hepático destruido en su totalidad-, el daño no había repercutido en otros órganos y aún toleraba comerse cuatro huevos fritos en un desayuno. Norma se los preparaba con cariño esmero, acompañados con pan, jamón y un café muy fuerte. Ariel se dedicó a armar su equipaje, se afeitó y bañó con prontitud. Revisó su escritorio y arrojó un montón de papeles sobrantes al tacho de basura, lleno de condones cenicientos, uñas, hisopos, trapos y lamparitas rotas. Le dio un beso en la boca a su ama de llaves y se subió al remis que lo esperaba en la puerta. Adentro del auto estaban Carlos y el Negro Sombra, el mejor promedio del año. El chofer era un gordo de sonrisa fácil y obediente. Tras cargar sus bolsos y valijas en el baúl partieron hacia el aeropuerto.
-Buen día –dijo Ariel.
Carlos lo presentó:
-Este es Gustavo Sombra, no sé si lo tuviste como alumno.
-Pero cómo no, me acuerdo de sus pruebas, ¿cómo te va? –preguntó Ariel al alumno.
-Imagínese…, feliz.
El Negro Sombra había sido en su infancia un guacho malo que se pasaba el día entero aspirando Poxiran mientras comandaba una banda de rateritos. Lo quisieron domeñar en varios reformatorios e instituciones carcelarias pero siempre halló la manera de huir. El hambre y la sed no lo asustaban. En su juventud comenzó a usar navajas para asaltar a viejas en barrios refinados, y con lo que recaudaba compraba cocaína, armas y mujeres. Al organizar su primer secuestro importante cayó en una pesquisa violenta y lo enviaron a una cárcel de máxima seguridad, donde permaneció diez años, alistándose en los Programas de Estudios para Presidiarios de la Universidad. Allí cursó los primeros dos años de la Carrera de Locura Contemporánea y se inscribió en unas jornadas de Sueño Profundo de Canuto.
-Logramos la libertad condicional del Negro para este viaje. La brillantez de sus calificaciones y la mejoría de su conducta tras las rejas ablandaron el corazón del juez Caputo –explicó el rector, sentado entre Ariel y Sombra.
-¿Ya te considerás regenerado? –le preguntó Ariel.
-No, en España quiero violarme a un par de adolescentes cachondas –contestó el Negro.
-Pero eso es algo normal, cualquier tipo desea lo mismo –dijo Carlos.
-¿Usted qué piensa? –preguntó Sombra al chofer.
-No conozco mucho del tema, sé que las pendejas acá están bastante zarpadas.
En ese punto de la charla arribaron al estacionamiento de la terminal aérea. Corría un viento seco y ruidoso que los despeinó y les abrió la mente. Carlos guiaba al alumno y al profesor con profesionalismo y eficiencia. Los trámites ante la compañía aérea fueron resueltos con velocidad, todo despachado debidamente. El rector contaba con un permiso especial del Ministerio de Educación para transportar veinte kilos libres de impuestos o inspección electrónica. Allí había acomodado el Negro Sombra instrumentos relacionados con su especialidad: drogas, armas, collares, cadenas y libros escritos por marginales u hombres internados en cárceles y manicomios. Así atravesaron la aduana con las manos en los bolsillos y placidez en la mirada, enseñando sus pasaportes con un poco de soberbia. En la sala de embarque Carlos los invitó a visitar el Free-Shop, compraron tres whiskys y esperaron serenos el anuncio de partida. Arriba del avión el Negro Sombra se comportó como un caballero ante las lindas y expectantes azafatas.
-Tengo ganas de invitarte a salir allá en Madrid –le dijo el rector a la más guapa, cuyos pechos eran grandes y sólidos.
Ella, de manera subrepticia, le dejó en la mano un papel con su número de teléfono como respuesta. Ariel y Sombra no se asombraron por su éxito. Carlos tenía fama de ser un amante ideal: hombre adinerado, vivo para los negocios y de una inteligencia por arriba de la normal, experto en abrir corazones y culos femeninos. En el avión leyeron y durmieron bien, hablando de lo que podían exponer en el Congreso. Ariel les mostró la ponencia que había preparado:
Génesis del Ocio y fuentes inmortales de la Desocupación
Como toda rata aficionada a la literatura, comienzo mi participación con alusiones a los lugares utópicos en donde alguna vez se pudieron establecer sociedades sanamente ociosas y desocupadas. Sus lemas no eran «no ir a la guerra, sí al amor» o «busquemos el caos y el descontrol» sino que explotaban su disposición ociosa produciendo notables obras de arte, gastando parte de su desocupación en ayudar a familias carenciadas, seres paralíticos o con la moral desquiciada. Así por lo menos sucede en Tierra de Nadie, un país escondido en Africa, cuya civilización ha desechado la maquinaria de producción indutrial. Esto está cristalizado en Erehwon, de Samuel Butler, donde también es posible hallar antecedentes de la idea que inspiró la creación de nuestra Universidad, como el Colegio de la Sinrazón, con las distintas disciplinas que impartía para el buen vivir de los erehwoneanos. Pero no hace falta recurrir a utopías para huragar en el origen del Ocio, está en la Biblia claramente, en la etapa previa a la célebre mordida de la manzana por parte de Eva. Adán también comió y entonces sobrevino el fin de su situación idílica.
-¡Vayan a trabajar! –exclamó Dios, fastidiado con la blandura de la criatura que creó.
Esta es la puesta en escena que más se expandió en el mundo occidental, generando en millones de seres humanos nostalgias estúpidas y nocivas actitudes de servilismo. La rescato, precisamente, para señalar sus consecuencias espantosas, que se ven en el mundo organizado tal como hoy lo padecemos, con toda la esquizofrenia y la alienación que han provocado los avances tecnológicos y la aspiración a la inmortalidad. Estimo que se debe abordar un problema fundamental como el Ocio desde una concepción metafísica y religiosa, simplemente siguiendo las enseñanzas de pensadores serenos, de los que abundan en las regiones cálidas de Erehwon. El Ocio sano es aquel que redunda en un acto de vida valioso, en una entrega hacia el prójimo, no en la autocomplacencia hedionda en que incurre el ser humano moderno.
Carlos se lo leía en voz baja al Negro, quien confiaba en su espontaneidad a la hora de los discursos y pronunciamientos, además de que era un alumno de pocas pulgas y palabras escuetas, al estilo de Pepe.
-¿Y de Cirrosis no vas a hablar? –le preguntó al docente escritor.
-No, eso lo haré en el Congreso respectivo que está planificado para fin de año en Sicilia.
-Sí, se puede afirmar que la Cirrosis es la disciplina que más estudiantes captó en el último año –dijo Carlos.
-Es un éxito en Europa y Estados Unidos, sus científicos e investigadores envidian nuestra capacidad intelectual, y nuestra resistencia para adaptarnos a condiciones de vida jodidas. Ellos aún sueñan con ser exploradores o aventureros, descubridores de nuevos países parecidos a Erehwon –comentó Ariel.
-Prosigo –dijo el rector.
«Un acto valioso es destruir la debilidad de los semejantes, darles ánimo para que sean fuertes. Nietzsche fue un genio total en ese sentido. Suscita rebeldía y una asquerosidad genuina hacia las instituciones del Estado, al poder establecido por un grupo de presidentes y burócratas apoyados por mercenarios rabiosos.
Por su parte, una entrega hacia el prójimo implica poner todos los sentidos al servicio de los demás, dando lo que uno mejor tiene, sea esto la sangre, algún órgano, sudor o la desnudez del alma. Teóricamente es imposible definirla: la entrega es visceral e invisible para cualquier microscopio o rayo láser. La acción de la entrega es suficiente recompensa para quien la ejerce. El que la recibe se pondrá contento por un rato, pero si es una persona que no sabe o no tiene capacidad para entregarse a otro a su vez, volverá a ser miserable en un muy breve lapso de tiempo. Esto lo he aprendido tras muchas investigaciones en el campo de la Cirrosis, que es un terreno fértil para evaluar con facilidad la catadura moral de las personas.»
Una de las fuentes inmortales de la Desocupación es un pozo profundísimo que está en Erehwon, en el centro de Africa. Allí, apostados bajo un toldo negro yacen cuatro viejos que lo cuidan. Son negros que reciben a los visitantes, advirtiéndoles del peligro que implica introducirse en el pozo.
-La belleza sólo puede surgir del dolor y del sufrimiento –dicen a un grupo de turistas tontos que pretenden estar en los lugares más importantes de la Tierra, comprados ya sus lotes en Marte y la Luna.
Ellos no los entienden, ignoran su dialecto, sacan fotos y ronronean, beben agua como desaforados. Los viejos se ríen y se burlan, fuman hierbas picantes y baten sus instrumentos de percusión. Ellos son los únicos moradores del pozo, que en su interior tiene grietas estrechas donde se resguardan para dormir, protegidos del viento nocturno del desierto. Son frescos reductos de tierra y piedra, y ahí guardan también sus humildes pertenencias: pipas, parches, calzones, perfumes, imágenes de dioses furiosos. El guía de los turistas, un negro atlético de unos treinta años, lascivo y vicioso, se acerca y les dice que es una excelente oportunidad para quedarse con unos cuantos dólares.
-¿Para qué nos sirven los dólares? Estamos contentos con lo que tenemos –respondió el más anciano, sus ojos acuosos, con las pupilas brillantes apuntando al rostro confundido del guía.
-¿No sueñan con niñas blancas, dulces y serviciales? –inquirió el guía.
El semblante del anciano se transformó y sus facciones expresaron una cruda repugnancia. Eso alcanzó para que el guía se alejara lentamente a conversar con sus turistas. La fuente suele contemplar enmudecida escenas semejantes.
-El hombre sólo puede marchar hacia adelante –hacia un destino acogedor-, con hambre y rabia, sed y desesperación –dijo el anciano.
-Y aprendiendo mucho de la corrupción y degradación ajena –agregó otro viejo, tocando levemente su bongó.
El grupo de turistas debate en voz alta, se disuelve y una mujer gorda, trayendo de la mano a una niña de trece años, se aproxima a los negros.
-Las hembras occidentales se esfuerzan por ser simpáticas. Su dulzura no es conmovedora, empalaga y cae como hiel sobre mi cuerpo –dijo el negro mayor.
La niña coqueteaba avanzando los pies, moviendo las caderas y sonriendo a más no poder. La madre o abuela los miraba maravillada, cual si estuviese ante la presencia de su guía desnudo.
-¿Cómo hacemos para espantarlas delicadamente? –preguntó un negro pegándole a su marimba.
De pronto la mujer sacó de su cartera dos billetes y los sostuvo frente a los negros desviando la mirada hacia el horizonte calcinante, sin atreverse a cobijarse bajo la tela de los negros celadores de la fuente inmortal de Desocupación.
-La perra se hace la distraída y la pendeja va a ser una meretriz –dijo el bongoísta.
-Creo que la mejor manera es agarrar los billetes y acariciarle el trasero a la nena, darle además un beso en la oreja y babearnos sobre sus tetitas –sugirió el marimbero.
Entonces el anciano mayor maldijo al cielo, se incorporó y caminando despacio con su bastón de marfil avanzó hacia los papeles verdes para recogerlos y lamerle la nariz a la niña. Y efectivamente, así lograron sacárselas de encima. El guía los saludó desde lejos, haciéndoles una seña de que pronto retornaría.
-¿Qué hacemos con los papeles? –preguntó el anciano, arrojando su bastón a un costado.
-Podemos comprarles más hierbas a los beduinos, viajar a la fuente de Groenlandia, que está en una localidad con auroras alucinantes –dijo el marimbero.
-Sí, es una oportunidad para conocer un paraje que contrasta completamente con nuestra cosmovisión –aseveró el anciano.
-Pero ahí viene el cretino del guía a pedir su parte –dijo el cuarto negro, cuyo instrumento era el djembe, y que sabía también usar su lengua para acompañar los ritmos que improvisaban, golpeteándola contra su paladar, produciendo un sonido seco, como de atragantamiento.
-¿Y? Salió perfecto –dijo el negro joven, frotándose las manos.
-¿Cuánto le damos? –consultó el negro mayor a sus compañeros.
Los viejos celadores, además de compartir la música formaban una auténtica comunidad autónoma e igualitaria. Si bien el negro mayor ejercía la función de embajador ante los extranjeros que los visitaban, cada vez que debía tomar una decisión importante para la comunidad solicitaba la opinión de todos. Ante la pregunta del anciano los negros vacilaron, no sabían qué responder. ¿Se merecía algo aquel joven de porte occcidentalizado? Cuando uno se encuentra en el centro del mundo, junto a una fuente inmortal, pronto le sobreviene la inspiración. El negro mayor repitió la pregunta: el guía aguardaba impaciente. Al unísono, todos gritaron:
-¡Nada!
Al guía se le transfiguraron las facciones, su duro rostro, más violeta que negro, adquirió formas lastimosas, su pecho agitado vibraba sudoroso, recibiendo el sol como un santo arrepentido. Los viejos callaron y pusieron sus ojos brumosos en la penosa transfiguración. Se hizo un silencio sepulcral. El mutismo del negro musculoso incomodaba a los celadores.
-Hasta que no le demos su tajada lo vamos a tener ahí –dijo el anciano embajador.
-Es un bueno negociador, a mí ya me torció la voluntad –dijo el marimbero.
-Démosle un billete y que se vaya. Con el otro nos basta para llegar a la fuente inmortal de Groenlandia –dijo el djembista.
-Son tercos estos negros de ciudad –dijo el marimbero.
Así supo el guía doblegar a los celadores, cerrando un trato y un rito que solían repetir todos los domingos en la Excursión al Pozo de los Músicos Ascetas.