XVIII. Hacia un apuntalamiento de la calidad universitaria

El ambiente apestaba en la ciudad, la mitad de la población rica o con buenos medios de supervivencia despreciaba y maldecía a la mitad pobre, que se nucleaba en grupos de lucha, ejecutores de métodos piqueteros. La Universidad resultó un éxito como negocio y como herramienta de cambio social. Carlos había podido divorciarse y contentó a su mujer con mantenerla en un country de la zona norte, alienada, estúpida y protegida por alambres de púa. El rector viajó por todo el mundo difundiendo y comercializando programas de estudio y cursos de capacitación en Ocio y Desocupación. Las condiciones básicas del país no variaban, la indigencia y la ignorancia aumentaban en proporciones enormes. Sólo así podían desarrollarse realidades mediocres o tristes, que incitaban a los jóvenes a vivir sin cuestionar las humillaciones y explotaciones del sistema capitalista imperante, abrazando puestos de dependientes o empleados subalternos como si implicaran un destino precioso. A pesar de haberse consolidado en su carrera docente, Francisco no tenía consuelo de ver cómo la sociedad se estupidizaba astronómicamente. La civilización occidental había caído hasta convertirse en una película con Schwarzenegger retorciéndole el pescuezo al último musulmán terrorista, una imbecilidad completa ligada al cretinismo del Cartel de Washington, que ya tenía la mayor parte de la coca y las armas del mundo, condensada así la inmensa maldad de sus familias. Todo aquello exasperaba o apabullaba al titular de Cirrosis II, cuyas investigaciones se tornaban cada vez más densas y macabras. Solía abismarse en pensamientos sucios y mezquinos, los propios de un ser inculto y embrutecido por la televisión. Carlos era muy exigente con su plantel y apenas distinguió que estaba deprimido lo convocó a la Rectoría.

-¿Qué le anda pasando, maestro? Hace mucho que no se lo ve por el Laboratorio de la Locura.

Carlos había dejado de tutearlo por una cuestión de elegancia.

-Y qué querés que te diga, está bastante dura la existencia con lo que uno ve alrededor. La Universidad es un oasis en un mundo cruel, cada vez que salgo a la calle, lo único que me reconforta es charlar con los compañeros cartoneros –dijo Francisco, quien aún lo tuteaba por costumbre y veneración a la amistad.

-¿Y no toma vino con ellos, no se pone de buen humor?

-Tomar sí, un montón, pero me vienen unos bajones y resacas que más vale internarme en el Borda.

-¿Le anda preocupando la muerte quizás?

-Un poco, es la única solución a todos los problemas e inquietudes, el ser concientes de que algún día dejaremos de tenerlos.

-Está muy filosófico, maestro, tampoco se lo ve en la carpa donde están instalados Pepe y varios de nuestros egresados más ilustres, desafiando a la Policía y el Poder Público del Estado.

-Es que no le veo mérito a eso, ni a las inmolaciones de héroes que hacen explotar edificios como hombres-bomba. Mirá, Carlos, no quiero ser un estorbo, necesito alejarme de la Universidad, volver a la ruindad del mundo real, agotar todas las escenas de depravación e insensatas que me reserva la vida dedicándome a morir lentamente, tomando el mejor vino posible. Con la liquidación que me corresponde voy a poder comprar whisky de elevada calidad, carajo –se despachó Francisco.

-Está bien que desnude su alma, que sea descarnado y se apasione con la Cirrosis, pero se lo está tomando demasiado a pecho.

-El cuerpo va cediendo, Carlos, ya mis huesos están flojos y mi estómago destruido, cada vez que me cojo una pendeja me parece que será la última, y reincido en aventuras amorosas ridículas que han comenzado a partir mi corazón hasta convertirlo en un coágulo de sangre fosilizada.

En la calle había una tempestad, sonó un trueno revelador cuando el titular de Cirrosis II concluyó su frase, como si Dios le estuviera indicando que le daría una buena reencarnación, que la muerte en este planeta era benéfica y acogedora. Para Carlos el universo no tenía misterios, fue más al punto y recordó por qué lo había convocado.

-Yo ya te dije que acá hay una auténtica libertad de cátedra. Si decidís irte te va a reemplazar la Garza Sosa, que abandonó el delito para inscribirse en Ocio, aunque ahora derivó hacia la Cirrosis.

-Es un gran tipo, dilapidó un millón de dólares en putas y merca, es una bestia delirante de agradable personalidad.

-¿Ha visitado cementerios últimamente? –preguntó Carlos.

Enormes gotas de lluvia caían con un ritmo agudo sobre las cajas metálicas de los acondicionadores de aire. En la Universidad se habían instalado conductos y tuberías por los cuales fluían fragancias embriagadoras e inciensos sublimes. El rector no entendía cómo con semejante ambiente Francisco renunciaba a la enseñanza.

-Sí, fui a cementerios, a Chacarita y a Recoleta, y se percibe una podredumbre total. Quiero hacerme cenizas.

-Sólo espero que tenga un retiro feliz, un suave y dulce hundimiento en los vapores y sopores del alcohol.

-Gracias Carlos.

Un espíritu tanguero asfixiaba los razonamientos de Francisco.

-Fue una suerte encontrarte en aquel puesto de choripanes, frente a la cancha de Atlanta, e intuyo que nuestra amistad perdurará eternamente. Me voy a ir a Bolivia, allá conozco una chica que es policía y bonita, me va a proteger y mimar hasta decir «adiós».

-Y tendrá coca de primer nivel a mano, hierbas mágicas y un país en estado de convulsión.

-Quizás me conchaben en la Universidad de Cochabamba, me gustaría pertenecer a su personal de maestranza –admitió Francisco.

-Nos escribiremos correos electrónicos entonces –dijo Carlos.

-Sí –respondió Francisco, melancólico.

Carlos llamó a su secretaria y le pidió que archivara la renuncia del titular de Cirrosis II. Al acompañarlo a la puerta, el rector notó que su querido docente lagrimeaba mostrando una entrañable sensibilidad, casi eléctrica por su fuerza e intensidad.

-Los líderes bolivianos podrán levantarle el ánimo –le auguró Carlos.

Jesús lo despidió con un abrazo cariñoso.

-Mirá que allá el país lo maneja un indio –dijo Jesús.

-Así debe ser –contestó Franciso, separándose con una sonrisa, ya yendo a sacar el pasaje en tren hasta Tucumán.

Carlos volvió aliviado al trabajo, recordando nostalgioso las vivencias que compartió con Francisco en la escuela secundaria, etapa de iniciaciones, potencia y energía; por eso le daba lástima ver disminuido a su amigo, aunque tenía la certeza de que en Bolivia podía recuperarse enseguida.

La tesis de Rodríguez fue leída y revisada por muchos expertos, descubriendo nuevas perspectivas empíricas. La hipótesis de su muerte resultó un burdo truco para desorientar a los agentes de inteligencia del Estado. Lo importante y trascendente era la lucha, la protesta, los aspectos revolucionarios que tocaba, el anarquismo radical que oponía al pensamiento schwarzeneggereano que se hegemoniza a través de la mass media. Así las mayorías terminan mal educadas, por profesores que están condenados a ser mártires del sistema, achatándose sus aspiraciones y posibilidades de producir nuevos conocimientos, confundidos en la ilusión de tomar su profesión como un sacerdocio, sabedores de que no son más que unos vividores del Estado, lo cual es algo muy penoso. La investigación de lo sublime, a partir de la tesis de Rodríguez, se orientaba a encarar esta situación –la de la estafa y la baja catadura de muchos empleados estatales-, para explicarles causas nobles y sumarlos a las filas de las organizaciones piqueteras, entendiendo que lo primero es erradicar la ignorancia del pueblo impregnado en ella hasta sus tuétanos. Igualmente, los problemas de calidad educativa son evaluados por inspectores de la UNESCO interesados en obtener dólares, que hacen repartijas oficiales de bendiciones hipócritas.

Arribaron al humilde y austero departamento de Rodríguez proposiciones para dictar un doctorado en Harvard, una maestría en Oxford y ejercer la titularidad de una cátedra en Heidelberg, pero el piquetero se resistió a emprender la vía académica, su lugar estaba al lado de los descastados, la tesis para él no había sido más que un ejercicio literario. Ni siquiera le importaba expandir su conciencia, experimentar con sustancias más sagradas que el éter. Había encontrado un crimen perfecto y la justicia no se dio cuenta de nada ni halló rastros de la banda. Sólo Rabinovich protestó por la desaparición de sus frascos de éter, acusando a las autoridades del hospital de robo y expropiación. De ahí no se pudieron hilar los hechos hasta Mar del Plata. La familia del policía se hizo famosa por unos días, apareciendo en radio y televisión para echarle la culpa al gobierno. Como eran brutos hablando y apelaban al gatillo fácil, podían amenazar serenamente a cualquier ciudadano. La esposa era rubia platinada, gorda y cursi, expresándose con una voz de pito que erizaba la piel, siendo sus conceptos directamente execrables. Propiciaba la pena de muerte al estilo estadounidense, decía que el país iba a evolucionar con la importación de cuarenta gabinetes de electrocución. Era una típica energúmena de baja extracción, de aquellas que no tienen límites y andan desesperdas, brotadas por querer lograr un estado de felicidad constante, alejadas de los principios básicos del Ocio y la Desocupación. Los hijos eran drogadictos y comilones, acostumbrados a torturar gatos y perros o revolear bebés por el jardín electrificado de sus casas. En resumen, hicieron una campaña de una semanita para amedrentar a la población, volverlos dóciles al control de la Policía y las distintas bandas de mercenarios sustentadas por el Estado. Esto también era penoso y requería asumirlo con toda sobriedad. Las carpas piqueteras resistían este tipo de hechos, aseguraban que ellos eran los únicos que podían administrar bien el Estado, comenzando por incautar los bienes de norteamericanos y europeos, además de las propiedades de varios ex presidentes y las de sus familiares directos, todo bajo un marco legal que daría una nueva Reforma Constitucional que designara a Tierra del Fuego como capital del país, según se estipula en un proyecto elaborado por Teresita Del Río. Por más que se juntasen veinte millones de firmas auténticas, de todos modos la iniciativa no iba a prosperar porque el gobierno obedecía estructuralmente a Washington. La política nacional era un ámbito naturalmente falso y enrarecido, regido por modas y estilos de consumo característicos de los malvivientes que se vuelven ricos de pronto. La Garza Sosa, por lo menos, declaró su apoyo a los piqueteros y se entrevistó con Pepe para obtener un puesto como incendiario de neumáticos profesional.

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