XVI. El destino glorioso de Alí

Emilio se transformó en un individuo mítico al caer abatido en un enfrentamiento con la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Ser ídolo popular es mucho en esta vida. Héroe amparado por la gracia divina de Jesucristo, Emilio Alí condensa en su persona el sentido de la existencia más allá de cualquier avatar, como la de gestar una familia, triunfar profesionalmente, ser perdedor en el amor o un frustrado oficinista. La sociedad está estructurada para que sobresalgan individuos como él, humildes hasta la beatitud, inteligentes y sobrios. A su entierro concurrieron veintemil indigentes de los barrios más carenciados de Mar del Plata, linyeras y viejas enloquecidas por la religión, algún que otro periodista y miles de compañeros piqueteros.

Carlos y todo el plantel docente también acudieron, formando un grupo que se destacaba por sus bellos y modernos atuendos, sus relojes caros y sus autos lujosos que engalanaban la playa de estacionamiento del pobre cementerio. A pesar de esa diferencia, en todo momento se mostraron circunspectos y dialogaron con los amigos íntimos de Alí, los villeros con quienes habían compartido Poxi-Ran en la infancia, con las prostitutas que se agarraban de los pelos por su amor, por una mínima preferencia, que lloraban y se sentían sumidas en un naufragio sentimental, sin salidas, como si estuvieran en una perenne agonía. Sus tres hermanos menores lo sobrevivieron de mala manera, acabando dos en la cárcel por robo, mientras que el último decidió sustentarse con alguna ropa, papeles y material de lectura que le había dejado Emilio, vendiéndolo todo como extravagantes reliquias a los idólatras de su hermano.

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