XIX. Retiro en Bolivia
Alejado de la vida universitaria, Francisco halló modos fáciles y alegres de amoldarse al devenir del tiempo. Sus sueños se cumplían como si fuese un mago plenipotenciario, adquirió la sabiduría de bolivianos jodones y borrachos, seguía desarrollando su Cirrosis de manera independiente, sin la obligación de presentar un trabajo investigativo de vez en cuando. Le parecía absurdo haber participado de la fundación de la Universidad, no obstante, respetaba los principios que guiaban a Carlos y reconocía que había graduado a muchos y valiosos luchadores que todavía resistían los embates de las fuerzas represoras del Estado. En forma aún más rebelde se comportaban los estudiantes de la Universidad de Cochabamba, que habían montado una fábrica de bombas molotov y allí Gregorio Noriega, un terrorista peruano, impartía la cátedra de Técnicas Guerrilleras Contemporáneas, siendo un amplio conocedor de las estrategias empleadas por Sendero Luminoso y las FARC. Para contener la infiltración de agentes de la CIA un colega cochabambino de Francisco ideó un sistema de exclusión basado en el olfato del personal de maestranza de la Universidad, compuesto por profesores jubilados, obreros provenientes de aldeas campesinas y productores de coca. Cada vez que se inscribía alguien en la cátedra de Noriega se lo exponía a una entrevista con el personal mencionado que actuaba en condición de tribunal cuyas sentencias eran inapelables. Por lo general coincidían en el veredicto y no necesitaban debatir, distinguían a los espías con hacerles unas pocas preguntas.
Francisco, sin demasiado esfuerzo, logró su puesto deseado, desempeñándose en la Universidad como el encargado de los depósitos, donde juntaban armas, diversos elementos propios del Ocio y la Desocupación, plata clandestina, panfletos de autores anarquistas, Manuales de Supervivencia en Cárceles, basado en casos de diversas ciudades latinoamericanas, materiales del Laboratorio de la Locura local, etc. Así que comenzó a participar del tribunal y contribuyó a mantener limpia la Universidad, tanto de cucarachas como de yanquis o agentes del Estado.
El clima del Altiplano benefició la salud de Francisco. Respiraba serenamente y ya no se le nublaba la vista, aun cuando tomaba varias cervezas cochabambinas, excediéndose de los dos litros diarios. La dulzura de Betsabé, su nueva novia, la policía paceña, lo hizo reconciliarse con las cosas simples de la vida y se enamoró blandamente. Ella le enseñó a disparar y algunas tomas de yudo, actividades que renovaron sus músculos. De todos modos, a veces se le amorataba el rostro, se le enverdecía la piel y se le amarilleaban los ojos, sus facciones próximas a la apoplejía. Eran sensaciones de muerte que pasaban ahuyentadas cuando Betsabé se acercaba o lo llamaba por teléfono en el medio de un operativo de represión a mineros y cocaleros. Eso lo despertaba y corría hacia arriba, jadeante, bamboleándose su corazón, para avisar a los manifestantes por dónde los atacarían los policías –cosa que no estaba mal para un veterano de sesenta años-, y poder organizar así un buen contraataque.
En la zona de El Alto, en La Paz, Francisco conoció a un brujo de cien años que le regaló un montón de hierbas cuya ingesta aplacaba los malestares de hígado. Así Francisco se animaba a comer alimentos fuertes y vigorizantes, hechos exclusivamente para estómagos sólidos y beber, bueno, seguía encantándole, satisfaciéndolo, en contra de cualquier discurso oficial. Betsabé jamás le aconsejó dejar la bebida, se limitaba a besarlo y quererlo, segura de su amor y de sus deseos. Su familia lo trató con respeto y les agradaba su compostura, su disposición para cambiar de costumbres y compartir veladas con gente desconocida y humilde de pueblitos explotados por terratenientes macabros. Ninguno era ignorante, todos estaban comprometidos en la lucha social, conocían artes y modos de estafar turistas, y más allá de que muchos tenían almas de comerciantes, repudiaban la entrega de las riquezas del país a manos yanquis y europeas: era algo numérica e históricamente injusto. Pero el indio presidente ya estaba poniendo las cosas en su debido lugar. En resumen, era una vejez hermosa la que afrontaba Francisco, la antesala de una muerte digna.