XIV. Congregación piquetera
Lara progresó en su carrera de Ocio. Se puso a hacer todo tipo de artesanías que pudo vender a buen precio en distinguidas ferias y shoppings. Era más emprendedora que la negra dominicana, y eso mantenía en forma a Francisco, que se anotaba en todos los cursos de formación y capacitación docente que programaba Carlos con un par de asesores educativos pertenecientes a movimientos y organizaciones piqueteras o de desocupados. Los vecinos comenzaron a apreciarlos y pronto se constituyeron en la pareja modelo del barrio. Había un inconveniente empero: las investigaciones cirróticas de Francisco se habían tornado demasiado sofisticadas, y lo sumían en un estado de alienación inquietante. Entonces llegaba Lara y le decía:
-¡Basta de joder, vamos a dar una vuelta al parque que te vas a despejar pronto!
Así lograba olvidarse momentáneamente de los abismos en que lo envolvía su afán investigativo. Lara cantaba y se desplazaba con gráciles piruetas arriba del pasto. Un par de guitarristas tocaba canciones melancólicas. Francisco no estaba tontamente enamorado y contento. La Cirrosis es una ciencia bastante compleja, pero se aprende con ella que el mundo es una absurda porquería, un chiche de un dios idiota. Igual la quería, tenía una flor de mujer que controlaba sus inclinaciones cirróticas.
-Vos te tenés que jubilar, viejo.
Estaba sentada a su lado, jugando con la llave del departamento entre sus dedos y anillos. El sol le bañaba la cara y la hacía sonreír. Francisco estaba colocado adentro de la sombra que daba la rama de un gordo ombú.
-¿Por qué? –le preguntó a su novia.
-Y, para estar más tranquilo. Acordate cómo te quejaste del dolor de estómago cuando volvimos de la fiesta de Pepe. La Cirrosis no te está haciendo bien.
-Pero no digas boludeces, si estoy perfectamente –dijo Francisco incorporándose.
Al levantar las piernas trastabilló y se cayó de costado, lastimándose malamente el codo.
-¿Ves cómo te tenés que comer tus palabras? –exclamó Lara.
Ella lo ayudó a levantarse y se dirigieron a una farmacia a conseguir un buen desinfectante. El no quería retornar al parque pero ella lo convenció.
-Dale, te apoyás en mi regazo y te hago masajes frente al sol. Eso es mucho mejor que una botella de ginebra.
-¿Seguís diciendo tonterías?
-Es mi opinión.
-Si vos de Cirrosis no sabés nada. Vamos al supermercado a comprar una cerveza.
Francisco se quedó pensando en el parecer de Lara y admitió que era mucho más prudente que la Negra. Si analizaba su situación psico-física con detenimiento, tenía que reconocer que sus calambres en la panza eran cada vez menos frecuentes, que sus delirios se presentaban a toda hora, consistiendo la mayoría en desvaríos sobre la calidad de las visiones que provee el alcohol. De cualquier modo, por su extenso pasado de cartonero, no contaba con muchos años de aportes como docente investigador –apenas cinco-, por lo que su retribución sería muy magra y se vería obligado a dejar las bebidas caras. Ya habían vuelto del parque y estaban aseando y ordenando el departamento para recibir a Alí y otros dirigentes piqueteros que iban a reunirse para delinear las nuevas políticas de sus respectivos movimientos ante las acciones de un gobierno inteligente que comenzó a satisfacer una parte importante de sus reclamos. En quince minutos se congregaron diez piqueteros en cuyos rostros se expresaba el temor de achancharse y convertirse en intelectuales obsecuentes y orgánicos.
-Necesitamos que haya más hambre y miseria –dijo Alfredo Castelo, líder de Hambre o Revolución, agrupación anarco-sindicalista, sirviéndose un vaso de vino.
Emilio lo miró con estupor, se acercó y le sacó el vaso de la mano.
-No soporto el cinismo fariseo de los acomodaticios.
Pepe también retó a Castelo y tuvo ganas de morderle una oreja a lo Tyson.
-Estás meando fuera del tarro, Castelo, se están muriendo muchos argentinos por eso.
-Eso no es mi culpa, dénse cuenta de que ahora corremos el peligro de quedarnos sin desocupación, ¿y entonces?, ¿qué vamos a hacer cuando quedemos ocupados para siempre, ocupados en contemplar cómo prospera la patria? ¡Vamos, será aburridísimo!
Emilio, realizando un movimiento negativo con la cabeza, le devolvió el vaso.
-Seguí bebiendo. Te compadezco porque sos un borracho irremediable.
-Pero tengo honor y coraje, lo que les falta a quienes se basan demasiado en las ideas, sin exponer jamás el cuerpo a los palazos de los policías y los guardias de supermercados –se defendió Castelo, quitándose ipso factum la remera para mostrar a los concurrentes las huellas de la represión en sus costillas, caderas y espalda.
Esta exhibición encendió un poco el ambiente. Francisco era un anfitrión minucioso y había dispuesto una mesa con varias exquisiteces y opciones líquidas. La discusión se abrió bastante derivando hacia diversas cuestiones atinentes a la protección y conservación de la «vida piquetera». Alí asumió una posición firme, sosteniendo que él no registraba las supuestas respuestas y acciones buenas y positivas del gobierno, que no pasaban de un par de medidas demagógicas para seducir a una porción ingenua de la población.
-Escúchenme, yo vivo en una casucha de un barrio humilde de los suburbios de Mar del Plata, y puedo asegurarles que hay muchos derechos por conquistar. Los esquemas de explotación capitalista son muy rígidos, la corrupción que hay en la Justicia es crónica, contra eso jamás se hará nada si no jodemos a las empresas multinacionales, si no encaramos alianzas estratégicas, como la que podemos establecer con nuestros hermanos peruanos de Sendero Luminoso.
-Esos son tan fanáticos como los paramilitares que los combaten. Las guerras civiles nunca aportaron soluciones –dijo Castelo.
-Es simple, se trata de una pelea y de tomar la decisión de apoyar a uno de los contrincantes, sin adoptar una actitud neutral, cagona y complaciente –aseveró Pepe.
-¿Qué razones acechan detrás de una determinación de este tipo? No se debe buscar una lógica: es la simple pertenencia a una raza y una clase, haber nacido bajo condiciones socioeconómicas penosas, por ejemplo –acotó Francisco en tono doctoral.
Luego de una cena normal, con mucha bebida y charlas sobre diversos temas, los piqueteros se apilaron en el pequeño balcón del departamento para fumar y ver cómo pasaba la gente por la calle empedrada, andando con diferentes pasos y posturas. Aparte de Alí, Castelo y Pepe, estaban Luis De Lío, Miguel Rodríguez y Teresa Del Río (los demás se quedaron adentro con Lara).
De Lío era un dirigente de edad avanzada, descripto por los servicios de inteligencia del Estado como un «un viejo perturbador, jubilado combativo que es capaz de atacar a agentes de Policía con palos o fierros y cascotes caseros». Su voz era llorona y lograba conmover a las autoridades obteniendo varias raciones de comida para su grupo de viejitos quilomberos, que se movilizaban y actuaban guiados por el ejemplo de Norma Plá, una de las tantas jubiladas que fue matada de hambre e indignación en Argentina.
-Ella eligió el camino de la rebeldía, por eso es nuestro modelo y santa matrona –dijo De Lío.
Castelo, que era el menos extremista de los presentes, y quien siempre sugería estrategias moderadoras, equilibraba al grupo y lo hacía pensar en serio.
Rodríguez era un desocupado de tercera generación. Su abuelo trabajó sólo cinco años como empleado de limpieza y se dedicó después a una vida disipada que concluyó en una muerte estúpida. Su padre jamás tuvo empleo u ocupación definidas. Cobrando un subsidio del gobierno que le servía para deambular beodo por el barrio, no tenía grandes aspiraciones. Como hijo único, y con una madre prostituta, gozó de una educación libre que le permitió acceder a los problemas más concretos del país, conociendo profundamente todas las bajezas de las clases empobrecidas. Había formado la agrupación Desocupados Crónicos, e incluso se había inscripto en la Universidad, siendo becado por Carlos por su origen humilde y su capacidad de estudio (tenía 9.50 de promedio).
Teresa Del Río era una maestra morena de unos treinta años. En algunos piquetes, sobre todo los que se hacen en las rutas, las mujeres son más revoltosas que los hombres y demuestran enormes agallas. Teresa había librado varias batallas que no habían hecho mella en su esbelto cuerpo. Ahora, como maestra, tenía una ignorancia inusual, se expresaba brutalmente y escribía con gruesas faltas de ortografía. De cualquier modo, era respetada por su bravura y su defensa de los oprimidos.
-La mejor táctica para la lucha que se plantea es contrarrestar los embates del capitalismo con una estructura y organización compactas y homogéneas –dijo Rodríguez, que se perfilaba para ser el próximo egresado detrás de Pepe.
-¿Qué querés decir con eso? –preguntó Teresita, que así la llamaban sus compañeros, usando el diminutivo como un gesto de cariño que la divinizaba, colocándola en el plano de la mujer ideal.
Lara no cabía dentro del balcón pero escuchaba atentamente lo que conversaban los piqueteros.
-Quiero decir que sólo aguantando y resistiendo durante un tiempo prolongado se logra consolidar las bases para realizar una verdadera revolución social, esto ocurrirá cuando la gente se escape de sus obligaciones laborales y se pueda cultivar una Desocupación sana –dijo Rodríguez.
-Cada vez entiendo menos –replicó Teresita.
-Este se esta pareciendo cada vez más a Castelo –opinó De Lío.
-No creo. La Desocupación no va a llegar a través de las revoluciones sociales, se requiere un cambio de paradigma demasiado grande para que se produzca eso. Soy escéptico y creo que la tierra va a desaparecer pronto, sin que se altere la dominación del capitalismo –dijo Castelo.
Intervino entonces Emilio, tras echar una linda bocanada de humo que se perdió en la noche azulada.
-Salvo que nos pongamos las pilas, que captemos la energía de Dios que viene de nuestras almas y entremos en acción. Oíme Castelo, te aprecio y comprendo tus aprensiones, pero no se puede arruinar este momento, es lo más precioso que poseemos y no cuesta mucho construir utopías. Tengo miles de ejemplos, desde Jesucristo a Marx, que en el fondo son la misma cosa y apuntaron a los mismos objetivos.
Todos quedaron subyugados ante aquellas palabras. Lara se aproximó a la ventana y golpeó el vidrio para ofrecer a los invitados más bebidas. Los vecinos de los edificios linderos comenzaban a apagar sus luces y ruidos.
-Miren cómo la gente se va a dormir temprano –comentó Teresita.
-La mayoría son seres rutinarios, que repiten a sus amigos lo que oyen por la radio o la tele, o lo que vieron en Internet. Detesto su estilo de vida –dijo Pepe con una especie de gruñido.
Todo se ha retorcido en el debate piquetero. Siempre era Emilio el que ofrecía sentencias sabias que cerraban el tratamiento de cada tema o problema, entre los que se destacaron los siguientes: de la manera de quitarle la pistola a un policía para luego apuntarle a la sien y despacharlo pronto, sobre cómo organizar un piquete en menos de una hora y qué lugares o negocios conviene invadir para reclamar tierra, agua potable o comida, cuáles disciplinas se deben incorporar al plan de estudios de la carrera de Desocupación, la Cirrosis aplicada a la salud del pueblo, los deslices y equivocaciones de la presidente de Argentina, y especialmente, el achanchamiento de la profesión piquetera, cuyos métodos debían renovarse para alcanzar una mayor eficiencia.
-Hay que pasar al uso de algo más que palos y botellas de vino o ginebra, podemos ir a comprar ametralladoras y fusiles FAL a Ciudad del Este -propuso De Lío.
-Después las cruzamos en balsas con unos compañeros de Formosa –dijo Pepe.
La noche se veía hermosa desde el balcón, y cada piquetero disfrutaba de la ocasión bebiendo o fumando, interviniendo para manifestarse seriamente, seducidos todos por el carisma de Alí. La que mantenía cierta distancia de la reunión era Lara, aunque registraba varios detalles que aumentaban su pasión por el entorno que rodeaba a Francisco, esos hombres luchadores que se iban a levantar temprano para ocupar la Plaza de Mayo y posar para los turistas que aplauden su actitud, quizá sacarle unos dólares a algún japonés caritativo. Eso era lo que ocurría, en realidad, en el centro de Buenos Aires.