XIII. La fiesta de Pepe

Cuando la vida pierde absolutamente el sentido, cuando todo lo que a uno lo rodea aparece en su brutal insignificancia, en su absurda desnudez y vanidad, entonces es la hora de relajarse y esperar a que brote un instante mágico del tedio habitual, una iluminación, alguna alucinación o momento bueno que salve las circunstancias pesadas que a menudo se afrontan con el simple vivir. Durante la mayor parte del día resulta densa la existencia. Caer mareado, desmayado en la vía pública, es mi sueño preferido. Olvidar todo y vivir como un mendigo holgazán, que ellos son los auténticos maestros de Ocio y Desocupación, y no nosotros, que estamos bastante asimilados al consumismo y la histeria colectiva de la sociedad –dijo Ariel.

Se dirigía a Juárez.

-A mí, en cambio, no me parecen héroes esos tipos. Para empezar, hieden como el demonio. Soportan el frío y la enfermedad, sí, pero yo hablé con muchos de ellos y no son gente interesante. Son más bien vulgares y sucios, y se entregan a la miseria de una manera idiota. Están lejos de ser San Francisco de Asís, y no tienen idea de lo que es la Cirrosis –respondió Juan sirviéndose un vaso de vino fino.

-Al menos tienen resistencia y espantan todavía a los transeúntes al roer con facilidad sus débiles y malas conciencias –replicó el joven profesor.

-Yo los evito por el olor. Desde que perdí el contacto con ellos, me siento mejor. Mirá Ariel, cuando vivía en una casilla al lado de las vías, me rodeaban mendigos holgazanes, arruinados físicamente por el exceso de alcohol y sexo salvaje. La mayoría eran cojos y tenían el cerebro severamente estropeado. Yo les traía comida y ellos le prendían fuego. Tenían a su servicio a una jauría de perros inmundos que acoquinarían al mismo Santillán –aseveró el ex cartonero, quien luego de beber un trago largo prosiguió su evocación: -Así yo me entendía más con los perros que con ellos, a tal punto se habían animalizado, energumenizado horriblemente. Más que seres son fetos vivientes, abortos de la naturaleza que sobreviven por inercia.

-Veo que tiene una opinión muy sólida –dijo Ariel.

-Sí, porque se basa en un instinto de repulsión. Yo creía que era feliz allí. Imagínese, mi mujer y sus chiquitos retozaban alegres en el jardín de yuyos que teníamos, donde había hamacas y unas piletas de lona que encantaban a mis hijos. Pero eran imágenes falsas, detrás de esas nostalgias no encuentro bienestar sino más bien fastidio, porque estábamos encerrados en un mundo edénico, sin conectarnos con otros cirujas, formando una familia muy ensimismada. Fijate que mis hijos comenzaron la escuela primaria a los dieciséis años, justo cuando estaban en un alto nivel de embrutecimiento. Ellos cazaban gatos y ratas principalmente, a veces vendían los cadáveres a laboratorios clandestinos, cuando andaban con hambre, o los usaban para asustar a sus amigas, las hijas de unos compañeros de recorrido. Ellos vivían debajo de un puente, se habían adueñado de un lugar sombrío, propicio para la comisión de actos criminales, de un gran asesinato.

A Juan le brillaban los ojos con un fulgor rojo, como el que sale en las fotos sacadas con un flash deficiente. De todos modos, su historia era creíble, no había nada extraordinario para Ariel. La desnutrición no lo preocupaba, no necesitaba acudir a altruismo alguno ni necesitaba asociarse a cruzadas filantrópicas: era cínico por naturaleza, jamás podría vincularse con mendigos ociosos, sólo podía admirarlos desde lejos.

-¿No iba a venir con los colegas de Ocio y Religión? –preguntó Ariel.

-Me dijeron que iban a caer más tarde. Hoy le tomaron el examen final a Pepe y seguramente querrán descansar antes de la fiesta de graduación. No me diga que no va a ir.

-Pensaba quedarme escribiendo. Para mí los festejos de este tipo son banales, y no diferencian a nuestra Universidad del resto.

En ese momento llegó Norma, que había salido a comprar vestidos. Ariel comenzó a rezongarle sobre una cuestión doméstica pero ella le dio un beso fuerte y le ofreció el culo para que lo cacheteara.

-¿Y tú, no quieres acompañarme a la fiesta de Pepe? –le preguntó Juárez.

Esto no conmovió a Ariel. La peruana lo atosigaba un poco y necesitaba soledad y silencio para concentrarse en sus escritos. Norma se sentó sobre sus piernas y le hizo mimos en la oreja.

-Vas, te divertís un poco, volvés y tenés a un bruto hombre listo para lo que ya sabés –le dijo Ariel, levantándola desde las nalgas para alcanzar su vaso.

Tras beber se levantó y recogió su escopeta. Juárez no se sorprendió. Norma se asustó:

-¿Qué haces, mi amor? –le preguntó, moviendo sensualmente sus caderas.

El le quitó el seguro y apuntó hacia la ventana, a la noche fresca y agradable, donde volaban golondrinas tentadoras.

-Voy a salir a pasear un rato antes de abocarme a mis tareas literarias. Los puedo acompañar hasta la esquina.

Ariel dejó la escopeta guiñándole un ojo a la puta. De entrada le quería mostrar que la mataría si se iba con otro hombre. Así de pasional era él. Por lo menos durante los días en que la alojara en su departamento. Después le interesaba un comino su destino. De cualquier modo, en la esquina, Norma se alejó con Juárez y Ariel hasta un kiosko a comprar provisiones. Todas las mujeres le daban lo mismo, era incapaz de distinguir las peculiaridades de cada fémina, más allá de un mejor culo, o de tetas más o menos paradas.

Juárez y Norma se encaminaron a la casa de Pepe. La noche estaba linda para andar y hablar, conocer hasta el infinito. Juan guió a la puta por el recorrido que solía hacer en sus tiempos de cartonero. Ella, en su infancia, había hecho cosas parecidas en barriadas pobres de Lima, y no las añoraba en absoluto. A dos cuadras de la casa, ya había gente haciendo cola para entrar. Por ser profesor, Juárez pudo eludirla e ingresaron por una puerta lateral reservada para los vips de la reunión: los familiares de Pepe y el plantel docente de la Universidad. Algunos resentidos le criticaron a Pepe esta decisión pero Santillán les dijo que lo importante era que todos pertenecían a la Corriente Clasista y Combativa, y que era sólo un sistema para agilizar el ingreso de los invitados, que él sólo tenía lugar en el patio para quinientas personas, que iban a quedar alumnos afuera y ya se estaban ocupando sus amigos de poner parlantes en la vereda, y que los que le recriminaban eso eran unos miopes mentales. Su mujer merodeaba a su alrededor chumbándole a las alumnas que se extendían en sus saludos efusivos y felicitaciones. Los bolivianos no docentes se encargaron de la cocina y el expendio de bebidas. Predominaban empanadas salteñas y tucumanas de su país, vinos picantes y sopas nutritivas. Habían dispuesto tres grandes marmitas sobre fogones a leña. La música era de bajos fondos, villera y producida bajo los efectos de fuertes narcóticos. Varios cantantes sufrían colapsos en el escenario, cantando sobre putas, drogas y demás semblanzas de la vida en la villa, lucrando con la figura del malo, del asesino que sale a robar porque se cansó de estar de brazos cruzados, tomando cerveza ante una realidad cruda. Pepe prestó atención a sus ritmos y letras y se enojó. Se acercó a la cabina del disc-jockey –un pequeño lavatorio donde habían enchufado una consola sobre la pileta, acomodando los equipos y portadiscos arriba del inodoro-. Pepe ensanchó su pecho y se introdujo en el estrecho cubículo hasta colocar su jeta frente a las mariconas de los disc-jockeys.

-Ya mismo me sacan la música de estos putos y me ponen algo folklórico de verdad. Busquen abajo en mi discoteca, carajo –los conminó el Primer Desocupado.

Los profesores estuvieron de acuerdo con el cambio musical: Zitarrosa, Violeta Parra y Guarany fue lo que encontraron los dísheis, algo más afín con la ideología que se imponía en aquella casa, que ahora, después de la graduación, tenía que salir a conquistar el resto de los hogares argentinos, exponiendo los nobles principios de la Corriente. Norma y Juárez fueron saludados por Pepe en persona, quien tenía un buen recuerdo del titular de Cirrosis II, ya que le había puesto un 10 elevando el promedio final de su carrera a 7.50.

-Ahora es la hora de plasmar los sueños. Yo lo vengo haciendo desde que ingresé a la Universidad –dijo Juárez.

-Fíjese lo importante que es la educación: uno puede transformarse en líder y cambiar el país –dijo Pepe.

-Te presento a Norma, la novia de Ariel.

-¿No va a venir el hijo de puta? –preguntó Pepe.

-Se quedó escribiendo, yo no quería perderme tu fiesta –dijo la puta.

La mujer de Santillán la olfateó y enseguida intimó con ella: ambas eran de raza semejante, de esas hembras que se juegan enteras por sus machos, que llegan a gobernar sus asuntos y degeneran la raza de los hombres. Las diferenciaba el hecho de que Norma no había encontrado todavía a su hombre.

-¿Cuándo has llegado? –le preguntó Silvia, la mujer de Pepe, conduciéndola por el interior de la casa.

Los hijos de Pepe se habían encerrado en su habitación a pasar una velada de jueguitos electrónicos.

«Balance de una noche que no viví». Ariel había titulado así su estadía en el cuarto. No le quedaba otra opción, entonces, que imaginar la fiesta: «¿Qué puede hacer Pepe rodeado de bobos admiradores? En principio, advierte que lo único importante de la vida es saber qué lugar ocupa cada individuo en la lucha de clases. Su instinto primitivo, además, le permite pensar si todas las personas que se plantan adelante tienen certidumbre interior, y percibe que casi todos están vacíos y estúpidos por dentro.»

«Si hay algo aborrecible, es la cobardía y la facilidad con las que algunos hombres se someten a la disciplina que les imponen sus jefes y sus mujeres: muy pocos hay con valores propios. Pepe es uno de ellos, por suerte, y espero que mantenga la austeridad y su espíritu combativo en su desempeño como profesional en el campo de la Desocupación. Su fiesta no es lo que se esperaba, la frivolidad no se ha adueñado de las personas y nadie trata los temas difíciles de la miseria y el sometimiento.»

«Esta noche no estoy viviendo, es mentira que estoy escribiendo, que allá Norma está culeando con Juárez o algún estudiante con dinero. La voy a matar a la puta: eso es lo que debería hacer si tuviera respeto por la humanidad, pero prefiero escupir y conocer la oscuridad y el infierno de cerca, y dejar que permanezcan vivos los miserables de la tierra, afrontarlo con honor y la frente alta. La pantalla no responde a lo que indican mis dedos, no estoy sentado frente al teclado ni apoyo mis manos detrás de la nuca. Simplemente mi cabeza se desliza hacia atrás, mi cuello se relaja y deja de vivir en una noche fría y aburrida».

«La fiesta es agradable, la vitalidad de los no docentes bolivianos se contagia a los estudiantes que bailan y aprietan sus cuerpos, amándose de manera febril. Muchos arman rondas y conversan tranquilos contemplando alguna fogata, cantando en un clima de candor y regocijo. Mis colegas de Cirrosis compiten en forma tenaz vaso a vaso, tragando los vinos dulces de los bolivianos y unas petacas y garrafas de ginebra que Pepe guardaba en el sótano. Allí atesora, además, herramientas de su época de tornero, los apuntes de varias materias, caños y maderos viejos. Ahí los hijos juegan al ping-pong cuando se lesionan practicando rugby. La rudeza que deben demostrar suele ocasionar accidentes (choques de cabezas, traumatismos de pelvis, pisotones en la espalda, bruscas torceduras en las articulaciones). Facundo es el mayor, panzón y abúlico. Nazareno le sigue, astuto y vivaz. La pequeña se llama Azucena y corretea por el patio molestando a los invitados, rodeada de una cohorte de amigas grandulonas que la protegen y se divierten con sus diabluras. A pesar de que estoy aquí, frente a la computadora, puedo ver cómo se acerca a Norma y Juárez, que están bailando lentamente, bien pegada la mano de Juan en la cadera de la maldita. Azucena mueve graciosamente su cola regordeta y se filtra entre la pareja, desabrochándole a la puta un botón de su pollera. Se ríe de manera desencajada, haciendo morisquetas. Juárez ayuda a la puta a levantarse la pollera y la manosea a gusto. La puta le quita importancia a la broma, se da cuenta de que se trata de la hija de Pepe, y de que es malcriada. Le sonríe hipócrita. Norma es una puta que tiene buenos modales. Dialoga con Juárez pero no entiendo lo que dicen. El le agarra la mano y la conduce entre otras parejas que continúan bailando. Van a los baños químicos instalados en un rincón del patio. Juan se mete en uno y mea con el pene parado. Se alisa el pelo y agradece su suerte al Señor. Ella se introduce en otro baño a hacer otro tanto, perfumándose la bombacha después. Se demora en salir, revisándose el rostro frente a un espejo roto y torcido, bajo una lamparita que apenas alumbra su piel ajada y sus labios suaves y carnosos. ‘Su boca es una cosa de locos, maneja la lengua como ninguna’ –me reveló Jadda el día que le hizo el amor en Bolivia. Juárez la espera afuera, se impacienta y golpea su puerta. Norma se sobresalta y grita: ‘Ya salgo pues’. Esta vez pude oírlo. Aunque la noche me atraviesa sin que pueda percibirla, aunque esté condenado a estar estancado en un día perpetuo, la fiesta se desarrolla en un horario nocturno y tiende a finalizar al alba. Todo depende de las ganas de los estudiantes de hacer sus primeras prácticas de Ocio y Desocupación, guiados por la Corriente Clasista y Combativa que lidera Pepe. Porque si se deciden a tomar las armas y adoptan con responsabilidad su compromiso en la lucha contra la pobreza, la fiesta durará hasta que logren erradicar el hambre de Argentina. ¿Cómo? Liquidando a los malos gobernantes».

La puta sigue sin salir, está ocupada en misteriosos menesteres, no quiere asomar su cabeza. Sabe que estoy loco y hago mamarrachos con mi escritura, que soy bien capaz de usar la escopeta para volarle los sesos. Eso sería una auténtica liberación. Juárez se cansa de esperarla y se va a conversar con los no docentes bolivianos. El conoce un montón de putas peruanas y no puede registrar el encanto y la gracia que me han hechizado. Norma anda hacia atrás y se reacomoda la pollera. Ya nada la retiene en el baño, y por fin se decide a abrir la puerta de aluminio. Se topa con Pepe, que avanza hacia ella un tanto ebrio.

-¿Qué hacés, mi amor? ¿Lo estás pasando bien? –la acomete el dueño de casa.

Ella sonríe con los ojos y mueva su lengua sobre sus labios carnosos. Santillán le palpa las nalgas y dice:

-Yo a mis profesores los respeto.

Es raro cómo puedo oírlos ahora.

-Es una fiesta muy linda, buena música y gente interesante –dice Norma.

-Vamos a brindar con mi mujer –dice Pepe.

-Vamos –dice mi amor.

Me tranquiliza que se esté divirtiendo: eso es lo que hay que hacer en la vida. No es ésta una enseñanza que se pueda impartir en instituciones universitarias, surge del simple y trascendental hecho de respirar.

De todos modos, mejor que la puta demore. Si uno la puede disfrutar, la libertad es hermosa. Si dejo de percibir la realidad, como me está sucediendo ahora, cuando siento que no estoy viviendo esta noche, sólo me queda soñar e imaginar desde un lugar o espacio que no logro detectar. ¡Qué maravilloso es extraviarse en el devenir de la existencia, acabar en cualquier parte, reseco y hecho añicos! ¿Qué queda por hacer en este mundo igualmente?

La bebida comienza a impactar en las cabezas de los estudiantes. Con los movimientos que hicieron bailando, la comida picante se agitó en sus estómagos. Varios estaban vomitando ordenadamente en los baños. Mis colegas de Cirrosis comienzan a dispersarse, cada uno hacia su hogar. Francisco se sube con su alumna Lara en un taxi, ella debe sostener su cuello para que no se caiga sobre su hombro.

-¿Qué tal estuvo? –pregunta el taxista a Lara.

-Pasó como las golondrinas de primavera.

-Ahora viene lo jodido, ¿cómo piensa que se las va a arreglar Pepe?

Las plantas de mis pies no tienen sostén alguno, el piso ha desaparecido. Puedo andar por el aire usando nuevas tecnologías, incorporando un micromotor con turbina en mi hueso sacro. Lo puedo verificar en este momento. No se trata de un fantasma ni de burdas epifanías. Todo el mundo se está yendo de la fiesta. Si divirtieron pero retornan con cierto hastío y preocupación. Les importa irse a dormir, no tienen ganas de fornicar. En cambio, mientras Norma se está aproximando, de vuelta de la mano de Juan, habiéndole dado apenas un tibio beso en la boca, la aguardo preparado y salvaje, huraño con la sociedad, con un espíritu de ermitaño demente. Eso me satisface. Ahí está el ruido de la llave, la muy puta no la emboca, debe estar remamada. No me gusta hacer el amor con mujeres borrachas, así que lo voy a hacer rápido sobre su rostro y regresaré luego. La fiesta ha terminado».

Después del entrelazamiento con Norma, volví a vivir.

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