XI.1. Causas y consecuencias de la mona

Ariel, el titular de Licores, escribía una novela sombría, plagada de personajes tristes y suicidas, con las peores acciones que se puedan imaginar, pervertidas todas. Aguantaba ser docente porque creía que eso lo convertía automáticamente en un hombre bueno. En el centro de su corazón, su deso más ardiente era algo espantoso: ser simplemente un tipo feliz. Feliz escribiendo y enseñando Licores, contento de frecuentar el Laboratorio de la Locura, de aislar la esencia de las cosas y poder disfrutar de ellas, seguro de que Dios es maravilloso, como cantan los santos de la Tierra. Pero no era feliz, su deseo se lo robaban la maldad y la hipocresía, la frivolidad imperante, el hecho de que las estadísticas mostraban una falta de disposición alarmante para realizar una revolución social… Que las estadísticas enseñaran también que se estaba registrando un aumento notable de la Desocupación –y esto favorecía a su trabajo y su futuro profesional-, lo llenaba de odio y repugnancia. ¿Cómo podían estar todos tan confundidos, llenos de impasibilidad y una antipática confianza en sí mismos?

Los administradores del gobierno leen muchos libros, los imbéciles, le dan valor a la vida, les gusta ver gente linda. Se sienten poderosos y se corrompen en un proceso continuo que los ahoga como la conciencia de su propia mediocridad, que se asienta en su cabeza y los lastima impulsándolos a hacer maldades y a envenenar a sus semejantes con comentarios insidiosos. Pero está bien, el arte de la política es el arte de lo posible, que es la desfachatez y la bellaquería tratándose de los hombres. Estos señores dibujan gráficos a su antojo para ilusionar a la población con supuestas cifras favorables sabiendo que una suposición está muy lejos de la verdad. Pintaban a la Desocupación como un indicador malo cuando enseña fácilmente el grado de desarrollo de una sociedad. Cuanta más Desocupación hay, más desarrollado está un país desde una perspectiva tecno-productiva. Las Desocupaciones altas señalan una preparación y optimización de los recursos y la infraestructura de un país para que no haya tantos asalariados abrumados o explotados, bajo la idea de mejorar la calidad de vida y conformar a la población.

Ariel estaba agobiado por el peso de los problemas que no tienen solución, que rompen la armonía lograda con el estudio de la Cirrosis. Sí, era una ciencia apasionante pero no atenuaba su alienación, su forma de buscar y solazarse con todas las miserias humanas. Sonó el teléfono, sacándolo de sus pesadas ensoñaciones melancólicas. Era la puta peruana que le dio una sorpresa enorme. Quería pasarlo a visitar. Enseguida Ariel pensó: «Esta va a venir a instalarse, la puta que la parió».

-Sí, Norma, yo puedo alojarte en un colchón, ¿qué te parece?

-Un colchón es suficiente para mí.

-Será hermoso tenerte en casa –dijo el joven titular de Licores.

Volvió a la mesa y le costó readaptarse a la escritura. Estaba ansioso y algo le roía el estómago. Su garganta se había secado. Podía abrir una botella de whisky caro que regalaba el rector a los docentes que se destacaban por alguna acción o actitud. El se la había merecido por armar un piquete que impidió la visita del presidente a la Universidad. Los policías pretendieron arrollarlo con sus motos anchas y llenas de fierros lustrados pero los obreros bolivianos que pertenecían al personal no docente apilaron unos ladrillos que desbarataron los intentos de la autoridad. Munido de un megáfono, Carlos vociferó:

-No tenemos nada especial en contra de usted, sólo nos interesa defender la autonomía universitaria, crecer como un proyecto independiente, y para eso es preciso tener lejos a la policía, y a los agentes del Estado, o si lo prefiere de un modo más suave, a los representantes del gobierno.

Por un megáfono más moderno y potente, replicó el presidente:

-¿Y si hace de cuenta que no vengo como presidente sino como un amigo que quiere colaborar y ayudarlos en el objetivo de lograr la máxima calidad educativa?

-No, sería un engaño y nosotros nos ocupamos de ver de cerca la realidad, atentos a lo que pasa con la Desocupación y el Ocio –fue la respuesta de Carlos.

El presidente se desanimó y ordenó el retiro de su cohorte.

El whisky estaba exquisito y transportó a Ariel hacia pensamientos sublimes. Se levantó y salió a comprar vinos ricos. Sí, la vida adquiría sentido por la vía del alcohol, por el sacerdocio de ser un investigador metafísico, un humilde profesor que había enamorado a una puta extraviada como Norma, amorosa y capaz de matar por conservar a su hombre.

«Desciende, Ariel». Tenía que pagarle a una cajera coreana, joven y bonita, que se divertía hablando español.

-Mucho vino usted –le dijo.

-Sí –asintió Ariel.

Se despejó en el traslado de regreso, divisó un par de culos hermosos que lo motivaron. «Ah, Norma, lo que haré de ti, una mujercita hecha y derecha, con tus tetas grandes bien paradas». Entró a la casa y oyó en el contestador otro mensaje de la puta:

-Amor mío, no sabes cómo te extraño, un beso, chau.

«No lo puedo creer». Airel se dirigió al cuarto, todo había quedado encendido: el incienso, la computadora, la radio, un cigarrillo, el whisky que llenaba de fuego su imaginación… Oyó una bella balada uruguaya que lo arrulló. Le surgieron dudas con las canciones sucesivas y el whisky continuaba elevándolo, no tenía idea de dónde iría a parar, si al cielo o a un hospital, o quizás a los brazos de Norma. Fue al cine y volvió sin haberle prestado atención a la película. No le interesaba constituirse en un tonto consumidor más. Se hundió de nuevo en sus asuntos y la Cirrosis fluyó con una candidez que acabó por adormecerlo sobre sus apuntes. La razón se había evaporado de su mente, oyendo voces raras en su sueño. Había alcanzado una plena y grácil manera de vivir, permitiendo que brote libre la inconciencia.

Casi todo el plantel docente de la Universidad se amancebaba con rameras profesionales, ningún profesor había conformado una familia tradicional, de las que son repugnantemente burguesas. Era una actitud que atentaba contra la estructura de la sociedad, podrida hasta la raíz, y muchos padres que pagaban los estudios de sus hijos grandulones no lo comprendían en toda su dimensión. De cualquier modo, Carlos lograba persuadirlos de que eran todos calificados académicos y había que respetar sus vidas privadas. Los padres se aquietaban y enviaban sus pagos online a la cuenta de la Universidad, quedando agradecida la comunidad universitaria en su conjunto.

Franciso, a diferencia de su colega, no se podía dormir y le estaba dando duro al vino, generando trabajo para los viñateros argentinos, un trabajo auténtico y sano, que no se oponía a la Desocupación que fomentaban los principios de la Universidad, cuyos valores morales se habían renovado con la incorporación de los curas borrachos que daban Religión. Nuestro héroe los había invitado a cenar y tras llenarse con milanesas y ensalada charlaron gustosamente.

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