VIII.1. El trasfondo de la realidad
En una película trranslúcida, Francisco observaba con nitidez la suspensión de la vida, en un recreo estudiantil de nivel universitario. El Laboratorio de la Locura, guiado por los manos expertas de Fernando, proveía imágenes y sonidos de conversaciones extrañas, una música hablada que deleitaba y lo hacía concentrarse en su seno. Así oía raptos de voces humanas:
-Hola, mi nombre es Susana. Te llamo de una Empresa de Emergencias.
-Disculpame, no tengo tiempo para escucharte.
-Son sólo dos minutos.
-No tengo ni medio segundo para darte.
Corte y propagandas, canciones lavadoras de cerebros, chisporroteos mojados, mazazos que destruyen construcciones. Francisco gira su cabeza y espía el trasfondo de la realidad, su imaginación se encuentra desflorada como si recién le hubiesen quitado cortinas de prejuicios y estolidez. Le llega el calor de las grandes candelas que adornaban la terraza de la Universidad del Ocio y la Desocupación. La sociedad seguía marchando inútilmente. El profesor de Cirrosis se abocó a anular sus sentimientos. Su labor docente exigía frialdad y precisión. Varios postulantes se habían entrevistado con Carlos: un villero que se mamaba con grapa duramente, un paraguayo que se candidateaba para introducir una disciplina innovadora que había bautizado «Cirrosis clínica», y un prestigioso catedrático de Derecho Penal Cirrótico, de la Universidad Complutense de Madrid. Ellos tres representaban el trasfondo de la realidad, el peligro de morir de inanición, la certeza de saber que uno anda perdido por la vida y que puede perder su puesto de trabajo en cualquier momento. De todos modos, ir al revés, a contramano del mundo, las modas y tendencias contemporáneas, es la felicidad máxima que puede alcanzar un ser humano.
Francisco estornudó y se quitó unos mocos de manera ruidosa. Se acomodó sus lentes tridimensionales y enfocó de nuevo la pantalla principal. «En diez segundos será despedido al paseo central, buena suerte» leyó en letras fosforescentes. Estaba nomás, jugando con su locura. El Laboratorio había hecho efecto en su personalidad, se estaba transformando en un cuerdo irremediable y no quería eso para su futuro, una perspectiva de profesional exitoso y reconocido. No aspiraba a ningún doctorado, se conformaba con ser un marginal anarquista. Tras su nueva experiencia en la Locura, Fernando y sus ayudantes lo acometieron a la salida:
-¿Qué tal? –preguntó un ayudante.
-Magnífico, me siento como un loco nietzscheano.
-¿No deseas estrangular a alguien? –preguntó Fernando.
-Sí, pero tengo los dedos fríos y prefiero calentarlos en el cuerpo de una mujer.
-¿Todavía no conseguiste otra negra? –preguntó el ayudante.
-No, pero ya mismo voy al centro y recojo alguna de las tantas putas que pululan por ahí.
-Perfecto –dijo Fernando.