Un corazón

Una estancia solitaria en un jardín asaetado,

lejos del mundo, de las guaridas de los hombres ocupados,

se yergue solo. Ningún viajero aún se ha aventurado

en las profundidades del camino de las sombras donde la puerta,

con la esencia del dulce jazmín y la rosa trepadora,

haciendo mitad una bienvenida, y nuevamente,

mitad tímida se da vuelta y se cierra.

Y acunó aquí

un hogar de fantasías preciosas y extraños sueños,

contempló, despreocupado, las aves que anidan,

y los campos y los árboles florecientes, y vistos

con ojos enceguecidos, el plano de la vida desarrollada,

con frecuencia me he preguntado cómo el río se junta con el mar,

y en los vislumbres robados de la carretera lejana,

ha observado las formas apuradas y trató de adivinar

los hechos de valor de las tierras remotas

que los llamaban una y otra vez y no permitirían

despegar sus ojos o vagabundear por el camino.

Las horas lánguidas se deslizaron en forma abrupta

y los años se fueron sucediendo hasta que al fin

la puerta se movió por completo, como un maduro

pétalo de rosa aleteando hacia el dulce beso del viento;

y luego hubo un espíritu de agitación,

a través de todos sus cuartos y espacios más íntimos,

un pulso de una vida más rica y la conciencia

de las cosas por venir, un murmullo de preparación

para un invitado, que aún no se ha sumado, pero es esperado.

Una vez, un joven caminante se hizo a un lado,

seducido por la paz del mediodía y las sombras placenteras

y buscó un sitio silencioso, con pasto acolchado donde pudiera

apoyar sus miembros cansados y refrescar su frente,

pero de repente, un repentino recodo del camino descubrió

la casa. Se quitó su gorra emplumada atemorizado

y con un lento asombro se dio vuelta como

si fuera un intruso, luego su mano se levantó rápidamente,

y giró el picaporte para entrar.

Ah!, la puerta estaba levemente entornada,

pero los camaradas llamaron

y le hicieron recordar otras preocupaciones. Y el mundo

chilló agudamente a través de los árboles, y las trompetas sonaron,

el picaporte cayó suavemente, y el jardín

no supo más de su presencia; su pluma orgullosa

se había perdido entre las que estaban atestadas en la carretera.

Al fin, todos sin ser anunciados, arribaron los invitados;

no fue que supo el camino que los condujo,

pero con un gran orgullo, atravesando el rocío

y pisoteando las flores esparcidas,

se encaminó hacia el margen del río. Una rosa,

balanceándose sobre el esbelto tallo, ensayaba estorbar

su paso pero rápidamente desplegado, su manto acabó

con su delicada existencia y la arrastró por el polvo.

La puerta en espera lo recibió, y el picaporte

se estremeció rudamente hacia su mano pesada;

el estremecimiento no levantó ningún eco, pero la rosa

que colgaba arriba dejó caer sus pétalos maduros

en copos flotantes de luz rosácea. Cayeron

inadvertidos, porque el abrió bruscamente la puerta

y sonaron en la entrada con paso arrollador.

Estaba seguro de que ya había atravesado estancias como esa,

sus ojos arrogantes se desplazaron infalibles hacia donde

la gasa brillante no hacía otra cosa que contar el secreto que

se esforzaba por ocultar la entrada al altar;

el santuario interior donde todavía

ningún sacerdote ha ingresado y ninguna llama se ha quemado.

Rápido con la fuerte mano, el velo se rasgó en dos,

se mantuvo quieto en el más sagrado de los sagrarios.

Primero, la luz sombría y la calma profunda

lo retuvieron y se mantuvo en reverente pavor,

avergonzado ante una presencia a cuyo lado

su alma fue eclipsada y desde su visión interior

arremetió una conciencia de cosas más nobles.

Se dio vuelta, para retomar su camino, pero he aquí

que el aire se sintió pesado con la carga perfumada

de incesarios ocultos y una onda melosa

de música extática invadió sus oídos,

y lámparas oscuras se despertaron, el altar ardió en llamas,

una luz deslumbrante, una gloria poderosa cayó

sobre él y su alma fue besada por el fuego.

Nunca había sido besado y besado de esa manera,

en todos los altares en los que se arrodilló y permaneció

rollizos carneros primerizos y fastuosas hecatombes,

en varios altares han esperado hasta que el amanecer

enrojeció el este para convocarlo a continuar su camino.

Y así descansó a través de la dulce y larga noche,

y cuando amaneció se levantó,

caminó ligeramente sobre el velo roto, ni pensó

en inclinar la cabeza como un último acto de obediencia;

nuevamente se desplazó al lado del rocío y pisoteó

las flores; su risa sonó fuerte y se marchó.

Fue entonces que la llama sobre el altar se extinguió.

Una solitaria estancia en un jardín oculto,

lejos del mundo, de las guaridas de los hombres ocupados,

Se mantiene ignoto. El camino que alguna vez atravesó

está lleno de maleza y las zarzas impiden el paso;

no brota más la esencia del jazmín o de la rosa

cerca de la puerta abierta; el viento sopla

entrando y saliendo, susurrando tristes recuerdos,

las hojas muertas y las mohosas cortinas de gasa,

el altar está frío e inerte, y la casa ya no sueña más

acerca de las cosas que vendrán, ni espera

un invitado. Aún contempla las formas apuradas

en la carretera, pero ya no se pregunta

cuándo o cómo aprendió la lección

y sabe el modo en que el río se encuentra con el mar.

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