Revolución y retiro de la vida política
El trayecto a La Paz lo hicieron en una semana desde la frontera, parando en aldeas precarias donde se proveían de alimentos elementales, descansaban de las fatigosas jornadas y dormían. De todos modos, siempre estaban alertas y atentos a posibles embestidas de policías o militares. En el campesinado boliviano se rumoreaba sobre el regreso de Fausto. Trabajadores de diferentes sectores –principalmente cocaleros y mineros- estaban luchando y armando una revolución que conjugaba un carácter proletario con un tamiz indio. Paz Estenssoro era la cabeza más carismática del movimiento y compartía ciertos intereses e intenciones con el populacho, aunque no estaba dispuesto a cercenar los privilegios de la burguesía. Reinaga era indianista a ultranza, y no quería que su proyecto saliera del propósito final que perseguía: la rebelión y levantamiento de los pueblos quechua y aymará, romper con el yugo del imperialismo cultural europeo y el intervencionismo militar y político estadounidense. ¿Por qué el europeo introducía sus narices en el Altiplano?, ¿qué lo atraía de la riqueza boliviana? Era inaceptable que antropólogos franceses o ingleses se jactaran de conocer mejor las culturas originarias que los propios bolivianos. Los indios tenían que exhibir su orgullo y escupirles en la cara. Ya era hora de dejar de actuar como mansos corderos. ¡Al diablo con Jesucristo y el dios cristiano, a la mierda con el mismísimo Marx! Había que cambiar la mentalidad del indio. Si lo acusaban de racista no le importaba. En todo caso, los indios merecían ser dueños de las tierras que les usurparon y vivir en forma autónoma del Estado. Ellos eran los verdaderos dueños de Bolivia, y sólo ellos lograrán algún día gobernar sobre los blancos. El fracaso de la guerra del Chaco había postrado al país en niveles de crisis alarmantes. Había ebullición por los fuertes cambios sociodemográficos en la población. Las ciudades grandes habían crecido desmesuradamente. Los obreros y estudiantes estaban hartos de ser relegados a un segundo plano. El día que arribaron a La Paz la mayoría de sus ciudadanos se hallaban alzados y no obedecían a autoridad alguna. El caos era importante y, sin embargo, no se produjeron saqueos ni desmanes. Los líderes de la revuelta, entre los que se encontraba Fausto, ocuparon el Palacio Quemado y se pusieron a elucubrar políticas progresistas e innovadoras, capaces de cambiar las raíces del sistema de gobierno y el estado bolivianos. Poco a poco, los líderes de la revolución comenzaron a relegar a Reinaga a un segundo plano, era un indio molesto que no conciliaba con nadie, siempre cuestionaba las decisiones de gobierno y desconfiaba de todos los funcionarios. Un día Paz Estenssoro le dijo:
-Mira Fausto, acá las cosas son de una manera y tú solo no las vas a cambiar. Bolivia está cambiando para bien, tú no te das cuenta. Hemos hecho cambios importantes, el estado se está recuperando, los indios y obreros viven mejor que en la década pasada… ¿Por qué no te vas a la Unión Soviética, ahora que hay un Congreso Mundial de Comunistas o algo por el estilo? Me he enterado que te han convocado como pensador original americano. Nosotros te pagamos el viaje, necesitas un poco de distracción, ¡ver cómo se está llevando a cabo la verdadera revolución mundial!
Fausto miró ceñudo al líder. Le pareció que quería desembarazarse de él. Algunos de sus «soldados» le habían sugerido que Estenssoro era un traidor decadente. Había varias leyes que se estaban tratando en el congreso y el país no estaba floreciente como se lo pintaba aquel hombre de semblante serio e intelectual. Su piel era levemente cobriza y su jerga enrevesada, típica de un abogado español y terrateniente.
-¡No me jodas, Paz! (así lo llamaba Reinaga con total exclusividad). Sé que te quieres deshacer de mí. Para ti no soy más que un indio terco y obcecado con ideas caducas. Todas las reuniones terminan conmigo gritando y todos bramando que no diga más disparates, que me meta en mis asuntos de indio, me han dicho incluso que soy un indio de mierda, recibo injurias y calumnias que desgarran mi alma y arruinan a mi familia. Desde que tomamos el poder no me hicieron caso ni una sola vez y las cosas están yendo cada vez peor. Los precios en el mercado están carísimos, la educación sigue cerrada a mi pueblo, la salud…, si vos vieras las condiciones en que viven mis padres, el hambre que pasan mis hermanos, sus viviendas que se desvanecen con la crecida del lago. Y aquí negociando y secándome la garganta con ustedes, veo que la mayoría son unos bandidos que quieren seguir saqueando el país, extendiendo los latifundios y amigándose con jueces, policías y militares que son más corruptos que un banquero europeo.
Paz Estenssoro lo observaba con cierto aburrimiento, sus ojos caídos y la mirada puesta en los decretos y oficios que todavía le quedaban para discutir y firmar lo desasosegaron. La audiencia privada con Reinaga se estaba dilatando demasiado. Consultó el reloj y simuló un bostezo, le guiñó el ojo a Fausto, incitándolo a ir definiendo las cosas. Su propuesta no era para rechazar, no había motivos que lo atornillaran a su terruño más que sus querencias y sus discípulos, los muchachos que había reclutado en Flores, que todavía le eran fieles y lo estaban esperando, ya que Fausto les había asegurado que le sacaría a Paz una reforma agraria indígena y una nueva constitución que les daría a los indios de Bolivia la manija del gobierno y el poder.
-Entonces nada de lo que te hablé te interesa, ¿o lo piensas considerar?
-Mira Fausto, por supuesto que lo tengo en mis archivos. Tú tienes que seguir produciendo textos y navegando en la esfera intelectual. Ahí también hay una lucha, en el plano del discurso y el poder de la palabra. Tus arengas me encantan pero sabes que soy un hombre ocupado, al fin y al cabo he llegado a ser presidente del país.
Paz era el único líder al que Fausto le tenía cariño, por más que al principio lo hubiera tildado de «sirviente de los yanquis». Comprendió que estaba empecinado en cambiar costumbres y modos de gobernar que estaban incrustados en los genes de los representantes de la clase política boliviana. Para cambiar las cosas había que tomar soluciones drásticas, casi stalinistas. Comenzó a ver con buenos augurios el viaje a la Unión Soviética.
-Está bien, una vez más te impones, querido Paz. Dime cómo tengo que hacer… Ya sabes que hay un sector de la policía que me persigue, y no tengo un pasaporte, es lo mínimo que merezco.
-Los rusos han desarrollado una tecnología aeronáutica envidiable. Estarás en Moscú en menos tiempo del que lleva pelar un chancho o bajarse un barril de chicha.
-Ni mamado me subo a un avión. Volveré a Buenos Aires y desde allí iré en barco hasta Cádiz, haciendo el viaje inverso de Colón.
-Como tú gustes, tardarás más y tal vez te pierdas acontecimientos relevantes para el futuro de la humanidad.
-No creo, estamos en una guerra fría donde se van expandiendo dos imperios, uno más humanista que el otro, pero en definitiva, son fuerzas de choque de la civilización occidental. Esto va a terminar mal, alguno de los dos va a explotar primero, luego el otro se desinflará y recién ahí se reinstaurará un nuevo orden con justicia para el hombre indio. Cuento con tiempo para ir tranquilo y a mis anchas.
-Pues irás como quieras y como embajador de mi gobierno.
-Muchas gracias, Paz –dijo Fausto, estrechando la mano del presidente.
Así fue como se concertó el alejamiento de Reinaga de las clases dirigentes bolivianas, desde entonces mantuvo sólo la amistad con Estenssoro, lo que no es poco si se tiene en cuenta que fue cuatro veces presidente y que en todas sus gestiones le concedió a Fausto varios deseos personales (le regaló una casa, ropa para su familia y sus discípulos, sin poder adoptar sus propuestas de gobierno).