Operación Retorno
Imbuido por una energía mística Fausto se levantó, se afeitó en forma tosca y rápida en el baño y se limpió la sangre con un perfume infantil que le hizo arder las heridas. Fue entonces que comenzó a planificar su retorno: «Si hasta el mismo General Perón es un aprendiz de los dictadores. Todos quieren ganar dinero y prestigio, no importa cómo. Se revuelcan en el fango, pergeñan estafas sofisticadas…». Pensando esto frunció el entrecejo, no quería perder tiempo analizando e inmiscuyéndose en el peronismo. Evidentemente, la argentindad no era materia de sus indagaciones filosóficas. Debía pensar un ardid para regresar con éxito clandestinamente. Entretanto, no había perdido cierto halo aymará que lo guió hasta la puerta de calle. Afuera corría un aire fresco que lo deleitó bastante. Además limpió su cerebro, el cual velozmente comenzó a pergeñar ideas. «Allá en la feria algo interesante encontraré, hay gente que conserva las tradiciones ancestrales de lucha y resistencia, y sobre todo, inteligencia y ferocidad ante el europeo o el yanqui conquistador, imperialista…».
Fausto no tenía la menor idea del medio de transporte que debía tomar para dirigirse a la feria de sus compatriotas. Pero una fuerte intuición se apoderó de sus piernas y caminó muy ensimismado hacia la zona del Bajo Flores por la calle Castañares, donde le había dicho su compañero Coca (de Hechos), que encontraría a sus hermanos: obreros e indios. Entre soliloquios y monólogos atinentes a las necesidades de llevar a cabo una revolución indígena en Bolivia, rabioso por los millones de obstáculos que se anteponían a semejante propósito, elucubraba soluciones tajantes.
Caminó y caminó Fausto aquella mañana limpia, henchido de una energía agradable, como si estuviera contemplando el atardecer del Titicaca. Pero el paisaje era más adusto en las barriadas cuyos techos de chapa reflejaban un sol sumiso, la alegría y el colorido lo aportaban las cholas que vociferaban publicitando sus mercaderías, tanto en el rubro comestible como en el textil. A Fausto lo fascinaba el arte popular, las cosmovisiones que sustentaban trabajos de orfebrería y joyería meticulosos. Enseguida se cruzó con unos paisanos que lo reconocieron y lo bombardearon a preguntas, les parecía estar conversando con un redivivo. Reinaga no sospechaba que era una leyenda viviente en la comunidad boliviana.
-Nosotros siempre fuimos indios comunistas de alma, amantes de compartir las cosas bellas de la vida. ¿Cómo Fausto Reinaga, defensor de nuestras causas, de nuestros sueños e ilusiones, va a ser ignorado? Un amauto nos avisó que usted estaba en Buenos Aires.
-El general Perón me dio trabajo y tengo que satisfacerlo; eso contraría un poco mis planes revolucionarios, pero ya he reunido el dinero suficiente para armar a todo hombre bueno y de noble corazón que se quiera sumar a la causa del socialismo indígena, puro y ancestral. El año próximo serán testigos de hechos sociales maravillosos, todas las comunidades de Bolivia se levantarán y ungirán como presidente del país a uno de nuestra raza. El país habrá dado su primer paso hacia la libertad y el bienestar general.
Su voz potente e impetuosa atrajo los oídos de miles de bolivianos, no todos ellos indígenas de pura cepa, pero convencidos de que Bolivia era un país diferente, que no se podía vender al capitalismo internacional. Nadie se atrevía a interrumpirlo. Cuando Fausto se tomaba una pausa, respiraba y se echaba un trago de su petaca, gorgojeando la ginebra con placer, se dedicaban a aplaudirlo o vivarlo. Aquella mañana alistó a varios candidatos a conformar un ejército de creyentes en las deidades y genios terrestres originarios de su tierra, y no en las armas y la cultura de los europeos. Con argumentos como el siguiente los fue convenciendo:
-«¿Quiénes somos? ¿Alguien sabe? Seguro que no somos argentinos ni europeos. El pensamiento y el espíritu yanqui es un elemento extraño que ha comenzado a impregnarnos como en el pasado lo hicieron los españoles; nuestra desgracia consiste en que están desguasando nuestra identidad boliviana, y hoy tenemos que utilizar su lengua y códigos morales si es que pretendemos salvar nuestras vidas. Nos estamos convirtiendo en hombres estériles, porque hasta de nosotros mismos queremos escapar. No podemos permitir que se prolongue esta humillación. Aquí, en este país, con el movimiento peronista, se está reivindicando a los elementos más autóctonos del pueblo, por eso las condiciones de vida para ustedes han mejorado. Observo que el barrio se ha engalanado con un reloj de sol y una Sala de Reuniones construida geométricamente, escalonada, como las hacían nuestros antepasados. Y en la fachada hay un Ekeko sonriente, es encantador y conmovedor a la vez que se perpetúen nuestras tradiciones…»