Los Deformes – Capítulo 33

Ningún interno, cuando aún estaban dando cuenta de la cena, hubiese soñado con la comodidad y calma que gozaban durante la ejecución del ataque, cómo los hechos resultaban mejor que todas las especulaciones orquestadas en los entrenamientos. Porque en pleno corazón de Retiro, los degenerados transformadores de su sexo ya habían sido diezmados y dispersados, en tanto los celadores del orden público vestidos de azul perseguían con su patrullero el trayecto de las ambulancias preparadas para desorientarlos. Deslumbrados con los jadeos y la lujuriosa vestimenta de Silvia, aspirando drogas incautadas y escuchando los aburridos llamados radiales de su comisaría que les advertían presencias sospechosas en los vecindarios de inmigrantes paraguayos (intervenidos por Nuñez que impostaba una creíble voz policial), los agentes difícilmente podrían registrar las irregularidades de ese transporte escolar repleto de seres deformes y lunáticos. Y bastante menos reparar en sus colegas del ámbito privado que habían donado sus vidas para salvaguardar, de muy deficiente manera, las fortunas de sus amos. Rafael descifró las complicaciones de la caja y necesitó sólo tres minutos de inteligentes maniobras para doblegar a concienzudos sistemas informáticos contra robos plasmados en sólidas portezuelas de acero. A su lado el profesor de gimnasia desviaba la luz de su linterna hacia un fajo de billetes estadounidenses encintado con una faja de papel blanco.

-¿Nada más que esto? -le preguntó caviloso el cajero.

Martín modificó el blanco de su aparato lumínico por una bolsa fina y diminuta de terciopelo negro.

-Te dejo el honor de averiguar qué contiene -le contestó el carpintero.

Rafael aceptó la cortesía y delicadamente desató sus minúsulas cuerdas de cuero. ¡Vaya si no se impactó con el coqueto paño de diamantes que cayó rodando en sus manos!

-Nunca ví un brillo semejante -le dijo al apuesto traumatólogo.

El cajero lo examinó con unos ojos cargados de avaricia. Martín no creía que el novio de Florencia podía compartir el espíritu que reinaba entre los tullidos. Su fisonomía más que normal, la completa aptitud de todos sus miembros, incluidos los órganos genitales, y su carencia de pensamientos confusos y extravagantes, no le permitían confraternizar con ningún otro interno aparte de su amada de piel arruinada. Distinguió también en sus facciones a un hombre desconocido y desconfiado que, codicioso y taimado, procuraría apoderarse de parte de las joyas ridículamente valiosas. Lo habían aceptado sólo por sus mañas para vulnerar las cajas pero no se mostraba dispuesto a soltar el paño liberado de la bonita bolsa. En consecuencia resolvió dirigirse a él con una flema de rebozo, hablando despacio y mediante calculados giros persuasivos.

-No me agrada tu postura ni me conmueve el aprecio que te ganaste entre nosotros. Te sugiero que dobles cuidadosamente el paño y que lo coloques en su gallarda cubierta. Luego me la entregarás y la guardaré en esta cartera, depositaria de la recaudación a beneficio de nuestros pacientes, junto al cambio efectivo. Vos más tarde recibirás la remuneración que has pactado con Gustavo.

-Correcto, correcto -dijo Rafael, amedrentado por el máuser que enarboló Martín al darle tan adversas indicaciones.

Entretanto, a Gostanián ya le habían quitado el bozal provisional para vislumbrar señales de frustración y sufrimiento en su conducta. El malvado no había sido prevenido y, viéndose acorralado e indefenso, quiso apurar sus últimos hálitos de vida. Apenas Gustavo soltó su mano derecha de los apretados nudos de Maximiliano, realizó un veloz movimiento subrepticio para buscar un frasco de barbitúricos e ingerir su contenido, pretendiendo evitar un innecesario enfrentamiento con los deformes. Este comportamiento les proporcionó incontrastables indicios para determinar que el armenio, además de ser irreprensiblemente pragmático, no aguardaba un futuro promisorio para la próxima media hora, aunque su empresa, la razón de su existencia (la devoción por el Dios de los negocios), le sobreviviría, dándole a su estadía en la tierra un saldo positivo desde la única y vital perspectiva económica. Este avariento, mecánico y brutal convencimiento lo alentaba a afrontar con desagradable altivez sus postreros instantes. No había tragado más de tres o cuatro píldoras cuando Maximiliano le cercenó el brazo, logrando no sólo que su vía suicida se desmorone, sino que el pequeño envase marrón de pastillas volase durante algunos segundos. La sangre que vertía su miembro amputado no le causaba la mayor impresión. Aquello que más había ahondado en su cuerpo conmovido eran las risas y befas de los soldados, un comando de discapacitados que contaba con un arsenal muy eficiente para atormentarlo. Y por consiguiente ya no se acordaba de su mezquina consolación. Su rostro ya no tenía una pátina de falsa y corrupta dignidad, y los mohínes de dolor y locura en los que se contraían sus rasgos peludos y gatunos, típicos de los bicharracos de su raza, conformaban mejor a los morbosos aunque deliciosos deseos de los guerreros tullidos. Cairolo aplicó un contundente método para que escupiera la contraindicada dosis de Valium junto al vómito del champán que había consumido con su encerrado acompañante nocturno. No, no estaba disfrutando de aquel momento. Estaba muy mareado, y la apófisis de su codo a la intemperie no constituía una imagen reconfortante.

-¿Pero qué hace, Gostanián? Así no va a enmendar sus ofensas. ¿Cómo un empresario de su talla va a evadir sus responsabilidades? Aún debemos conversar sobre varios asuntos no resueltos entre nosotros -le dijo Gustavo, pateándole la cabeza, conteniendo los horrorosos gritos que bramó hasta atragantarse. -Sería provechoso que altere su actitud. A nuestros enemigos no solemos entregarles oportunidades de relajamiento -añadió, pidiéndole con una guiñada a Maximiliano que le prestara la sierra.

Y de aquí a dos minutos todo fue un festivo desparramo de sangre. Los internos machacaron la carne humana picada de Gostanián hasta desmembrarlo en un conjunto informe de intestinos armenios, y Gustavo no tuvo con quien discutir. El pelotón de limpiadores rengos barrió los despojos de las tripas esparcidas en todo el departamento que los mancos se dedicaron a saquear con absoluto orden y cautela, buscando presentes para Roxana. Antes de retirarse, con ásperas planchas de lija eliminaron cualquier huella que pudiera incriminarlos. Maximiliano salió al balcón y divisó que sobre la calle Revolución las celadoras estaban organizando a los internos para la partida. Le dio una patada cariñosa al puto dormido, cerró la persiana y corrió hasta la puerta que le sostenía Cairolo.

-Apurate. Llevamos un minuto de demora por la espectacular desaparición del cretino que vivía a expensas de la miseria ajena.

El psiquiatra comenzó a marchar, sumándose a la fila de los combatientes victoriosos que descendían por la escalera, cerrada luego por el pelado. El regreso fue cuando menos tan jubiloso como la ida. Las internas entonaron himnos triunfantes que rememoraban las malignas cualidades del armenio y los escleróticos, tapándose las orejas con las manos, improvisaban pronósticos sobre quiénes serían sus próximas víctimas.

-¡El Presidente de la Nación! -clamó uno.

-¡No, primero el Ministro de Economía! ¡No podemos saltearnos pasos! -exclamó otro.

-¡Ninguno de los dos! Que sea alguno de los periodistas que emiten opiniones en la televisión -aulló un tercero.

Gustavo los contemplaba satisfecho y consideraba seriamente a los postulantes propuestos. El omnibus dejo atrás la facultad de Derecho, y justamente al creador de la magnífica rodilla Villamayor le sobrevino una duda que le planteó al recuperado y contento conductor.

-Es asombroso. A tus pacientes jamás les escucho ni una idea equivocada. ¿Cómo hacen para mantener sus mentes tan despiertas en la mitad de este festejo?

-En parte se debe a una atinada elección de las drogas químicas convenientes, aunque el mérito es exclusivo de ellos: tienen un sentido común muy valioso y competente que no se suele advertir en estas épocas aceleradas. Podrán ser algo tardos en entender los teoremas filosóficos de Cecilia, pero mis pacientes son los auténticos guías, quienes aportan las soluciones rápidas cuando nos acechan los acreedores; sus ideas son magníficas y han inspirado el acto genial que acabamos de realizar. Y si nos condujeron a esta victoria sus valientes propuestas en un momento patético para nuestro Centro, en el que cada vez, dada la apremiante carencia de fondos, podíamos hacer menos experimentos, no veo por qué ahora, con nuestro botín asegurado (si no lo despilfarramos en comprar técnicas de cirugía innecesarias en esa feria de rateros a la que concurrimos), nos podría aprovechar omitir sus voces eruditas. ¿Acaso el Presidente no merece el mismo fin que tuvo Gostanián?

Gustavo pensaba en otra cosa. Los políticos eran para él la casta más abyecta de la especie humana. Eran los más coquetos y se desesperaban por mostrarse en la mayor cantidad de mitines partidarios posible, en programas de televisión y radio, ocupando espacios públicos y privados, a diestra y siniestra. Sus palabras y promesas degradadas y corruptas, propias de un mamado de cuarta categoría como Pimienta, sus actitudes de mataperros cuando no son más que unos maluchos cobardes y enclenques, no alcanzaban a conformar los atributos necesarios que él consideraba indispensables para ejercer una drástica acción contra un individuo. Además, se reproducían cual ratas enérgicas, y ante el exterminio de los dos exponentes que mencionaron los dos primeros escleróticos, aparecerían otros tantos y brotarían de sus cenizas descendientes peores que ellos. En cambio, la sugerencia del tercero no andaba desacertada. Esos tipejos, sonrientes e ignorantes, verdaderos monstruos de la raza en cuestión, suelen celebrar comilonas memorables, regatean su cuantioso dinero y practican actos burgueses detestables. No deberían presentarse dificultades a la hora de desplumar a alguno de esos pavos. En el interior del vehículo los chiflados continuaban lanzando candidatos a la birlonga:

-¡A algún ilustre pensador contemporáneo!

-¡Un militar de renombre!

-¡Sí, pero antes, a otro fabricante de prótesis!

No le dio más atención a sus gritos porque tenía que replicarle al psiquiatra, luego de su extensa explicación:

-Seguramente, pero nuestros manos se verían comprometidas en entuertos más riesgosos. Estaríamos agraviando a una elemental institución republicana. La Casa Rosada no es un lindo sitio para vivir; permitamos que otra banda de delirantes se encargue de bajarlo de un hondazo en alguna de sus presentaciones o audiencias con personajes faranduleros de profesión.

-Yo no descartaría con ligereza un golpe tan decisivo. Si lo hacemos a nuestro modo, podremos eliminarlo sin dejar rastros de nuestras torpezas, y el día siguiente emitir comunicados anónimos anunciando nuestros objetivos bondadosos y edificantes. Implantaremos mecanismos de gobierno más justos que los vigentes, ya lo verás -soñaba Cairolo girando el gran volante y saludando con bocinazos la luminosa contraseña del portero.

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