Los Deformes – Capítulo 25
-¿Vamos a comer? -preguntó Florencia, dándole dos páginas de fotografías a Gustavo. -Este sector no lo pude sombrear más. Aquí las protuberancias aparecen exageradas; no puede crecer en el raquis un gancho tan puntiagudo. Los extremos metálicos de esa abrazadera asfixiarían el pecho de cualquier no fumador. En los contornos del tronco del paciente le subí la luminosidad para lograr un efecto aureolar -le explicó.
-Están bárbaras. Después de comer el postre, compaginalas antes de los agradecimientos y la bibliografía. Hacé cinco copias y dejalas arriba de la cama. Yo debo salir a las tres y media.
-Vamos, antes de que los mancos empiecen a arrojarle panes a Roxana -dijo Cecilia.
Cuando llegaron al comedor, los sorprendió observar con cuánta cortesía los más revoltosos se prosternaban para besar la mano floja y grácil de la interna provocadora de los más débiles enfermos. Ella, además de parapléjica, era una consumada bulímica con antecedentes anoréxicos. Pasaba gran parte del día encerrada en el baño femenino, y cuando salía, su pelo goteante y con la sonrisa blanca resplandeciente, se dedicaba a recordarles sus deformidades a los pacientes menores, además de diagnosticarles un consistente empeoramiento.
-Esto es insólito, deben estar tramando alguna trapisonda -comentó Cecilia.
-Recordá que recién salieron de la clase de música -los justificó Gustavo.
-Pero están sobrecurados, tanto recogimiento relamido es sospechoso -dijo Florencia mientras los mancos marchaban delante de Roxana, ofrendándole toda clase de alimentos que ella devoraba, y depositando hermosas flores a sus pies. Así se consumió la hora del almuerzo de los arrepentidos manirrotos (en el sentido literal), casi sin catar bocado alguno con tal de demostrar su devoción por la niña altanera. Otros internos, opuestos a la novedosa actitud servil de sus compañeros, afectados directamente por el despótico comportamiento de Roxana, reaccionaron con abucheos, aprovecharon para quitarles los platos a los portadores de brazos ortopédicos, y manifestaron su desaprobación lanzando los huesitos de sus porciones de pollo a las remilgadas poses de la bulímica, arruinándoles el festejo a sus escuálidas y pálidas compinches. Las papas fritas, especialmente a los sordos compositores, también les sirvieron como proyectiles a dirigir al centro de la bochornosa escena. Nicolás reclutó a Pimienta y lo invitó a sumarse a sus filas. El borracho prefirió conservar una prudente neutralidad. Su estado etílico podía impulsarlo a cometer decisiones apresuradas, y en su primer día en el instituto deseaba demostrar modales cabalmente caballerescos. Cuando los mancos amagaron iniciar represalias contra los talentosos músicos, Martín le puso coto a dicha situación.
-Ya basta. Será mejor que usen los huesos para otros menesteres. No voy a permitir que mis alumnos actúen como reverendos tontos o pillos desalmados -les gritó, apartando a patadas los cuerpos de quienes rendían pleitesía a Roxana, quien lo miró furiosa.
Ella no quería que le barriesen el cortejo de forma tan severa y terminante. Así que se encabritó y exclamó chillidos de perra en celo, injurió al carpintero y se trepó a sus espaldas para evitar que prosiguiera dispersando a sus galantes admiradores. Pero Nora abortó sus berrinches tomándola de sus enclenques caderas y le dio dos coscorrones antes de llevarla a vomitar todos los manjares que le habían ofrecido. Por todo lo acontecido, resultó un almuerzo anormal, y ya al degustar el flan con dulce de leche, las usuales tropelías de los mancos estaban por resucitar, dado que las partituras armónicas que habían recibido del descollante trío de jazz se estaban desintegrando dentro de sus cerebros pacificados, y asomaba en sus ademanes y sus palabras su habitual tendencia a condenar a la horca a la bulímica que hacía un rato adoraban.
-¿Cuál es nuestro pecado? ¿Es nuestro proceder erróneo e ilusorio? ¿Le hemos rendido tributos a una antojadiza prostituta? -eran los interrogantes que le espetaban a Martín, quien asentía con la cabeza, y trataba de apaciguar a los que pretendían aventurarse al baño para recalcarle a Roxana que la reciente demostración de amor que le habían prodigado no era más que una representación sarcástica de su aversión hacia ella, a su contrahecho porte de vomitadora insaciable.
Los internos más golosos capturaron dobles raciones de flan y salieron a armar un partido de futbol. Las internas todavía canturreaban las adherentes canciones de doña Juana. Mariana se dirigió a la mesa de sus alumnas con los restos de los alimentos de los docentes y los dejó caer.
-Hagan edificios con estas pechugas y alitas, las patas son buenas columnas y el pan desmenuzado puede ser un excelente revestimiento.
Contentas pusieron en marcha su ingenio para construir una verdadera ciudad con aquellos elementos. Los jugadores del picado masculino fueron ganando pasión a medida que el tanteador oscilaba hacia uno y otro bando con goles tan bobos como extraordinarios. Pimienta fue el árbitro decente y riguroso de este encuentro. No se dejó amedrentar por los aspavientos de Maximiliano ni se dejó seducir por sus pretendidos revolcones. Tampoco le pesó su naciente amistad con Nicolás cuando debió expulsarlo por morderle la rótula a Valdemar. El ritmo del juego fue agotador, y el calor del mediodía contribuyó a dejarlos exhaustos diez minutos antes del final. Esta vez los sordos, los escleróticos y los rengos arañaron un empate (uno a uno) milagroso con un tiro libre de José en el minuto trece, contando además con un jugador menos que sus poderosos rivales. Estos detalles insignificantes gozan de la estima de los tullidos. Los acontecimientos son atrapados por ellos con superior peso metafísico, y en consecuencia, necesitan exprimir sus aparatos perceptivos al máximo. En el caso contrario, la realidad les parecería demasiado cargosa, y no pondrían su empeño en derrotarla con inteligencia. Esas eran premisas que el doctor Cairolo consideraba esenciales. Cuando recibía a un nuevo paciente, lo sentaba en una incómoda banqueta con un discreto foco de luz blanca apuntándole al ombligo. Con un megáfono vibrante les daba concisas instrucciones para comerse una galletita mojada en té, o les indicaba cómo debe inflarse un preservativo. Luego les inculcaba hábitos mentales sofisticados (hablar a perpetuidad con sus múltiples personalidades, reducir el promedio de escepticismo presentado frente a la gravedad de las lesiones mediante los ejercicios respiratorios propuestos por don Julián en su opúsculo acerca de los yoguis, repetir los nobles pensamientos de los filósofos más encumbrados que conocían y jamás olvidarse de los compromisos ineludibles de la vida, las reconocidas cuatro cosas que empiezan con «c»). Con sus preceptos progresarían y eliminarían las impurezas que se habían apoderado de partes importantes de sus cerebros. Entonces ya podían ser protagonistas de choques futbolísticos memorables o diseñar maquetas de edificios con toda variedad de desechos. Eran tareas fáciles, y les proporcionaban una gran felicidad diaria. Y de semejante modo practicaban alborozados todas las faenas de sus jornadas. Casi nada lograrían si no prestaban atención a las razones del psiquiatra, y eran desbordantes los gloriosos placeres extraídos de sus mandamientos. Pocas veces mostraban dudas molestas ante sus profesores, se limitaban a oírlos y disfrutar, naufragando en sus cavilaciones, de su sabiduría y afable carácter. Versare sobre el asunto que fuera, siempre respondían con evasivas y exabruptos que conformaban a los meritorios pedagogos; los mismos que estaban reunidos con Gustavo en el comedor.
Ahí mismo, el cuerpo docente tuvo una conversación de sobremesa que se extendió veinte minutos, en la que Gustavo reveló la urgencia que les impelía a adelantar el asalto a Gostanian. La carencia de dinero era insostenible, más incurable que las borracheras de Pimienta.
-Ya nuestros internos están altamente capacitados para darle un susto de alto calibre. El hombre se arrepentirá de su amarreta decisión. Hoy me acercaré al edificio y estudiaré sus vías de escape. Anotaré todo y lo trasladaré a la computadora. Y lo haremos mañana. Están intimándonos las voces acechantes de nuestros acreedores pero taparemos sus asquerosas bocas con plata. Hasta luego -les dijo Gustavo, irguiéndose, lamiéndose el sabor a café de sus dientes, convencido de su medida práctica y satisfecho de los vitamínicos platos que ingirió.
Cairolo imitó sus gestos y siguió su camino, con andar más recatado. Los vecinos adolescentes, alegres y bien predispuestos, barrieron la cuantiosa mugre dispersada por los comensales. Mariana y Martín fueron a dar sus clases. Los vecinos mayores se dirigieron a los bosques aledaños, a buscar pastos más salvajes que los sembrados por Orlando en la orilla del río de la Plata, donde siempre encontraban lugares inhóspitos y virginales. Precisaban un escenario de estas características para experimentar los psicofármacos que elaboraba Cairolo. En un paisaje aislado y selvático los compuestos químicos de la mente fluirían por las venas de más espaciosa envergadura. El cuerpo necesita expandir sus defensas ante los extraños microbios que pululan en esos parajes. Por lo tanto, el éxito de las píldoras y el material inyectable se incrementará en relación a la crudeza del sitio escogido. Muchas veces el ensayo superaba su finalidad, y doña Juana y don Julián entraban en trances místicos indescifrables para la ciencia. Sus neuronas dejaban de responder a los estímulos pertinentes que les daba el doctor, que se desazonaba presto al verificar y apuntar en sus grillas de medicamentos: «estos conejillos presentan a toda esta rama de narcóticos el mismo efecto colateral: mente en blanco».
Así quedó despejado y en paz el Centro de Rehabilitación. Cecilia y Florencia acompañaron a Gustavo y Cairolo a la conferencia que debían dar, mientras Silvia y Nora permanecieron en el Instituto a cargo de cuidar su armónico devenir.