Lo tradicional
En determinadas ocasiones, la interpretación de un hecho histórico que ha impresionado vivamente supone la intervención de fuerzas sobrenaturales. De hecho, hace más de tres siglos, la llegada de los españoles llegó a concebirse como el arribo de viejos dioses perdidos. ¿Cómo se puede llegar a semejante estupidez? Algunas comunidades sostienen creencias absurdas que aos entontecen y los llevan a resignarse ante los vejámenes de los blancos. Primos míos sostienen que las calamidades que sufren (robos de animales, cosechas destruidas para buscar minerales, violaciones, abusos de parte del estado y los gobernantes) se deben a actitudes impías suyas. Aquí voy a referirme a las fuerzas y motivos que hacen que un indio pierda su tradición guerrera y su dignidad de hombre libre.
¿Qué es lo tradicional? Lo tradicional es la magia y la belleza que nos coloca en un mundo superior. Sé que es complicado y difícilmente inteligible para una mentalidad de hombre blanco, pero ellos tienen sus antropólogos y sus estudiosos de las culturas ajenas, que seguramente comprenderán a qué me estoy refiriendo. En principio, por más que se diga en el populacho que el sexo puede conducir al infierno todos lo disfrutan y los mismos curas católicos tienen sus mancebas y prostitutas preferidas.
Lo tradicional es el trabajo femenino, la paciencia de arañas de nuestras mujeres…
Todo se debió al engreimiento de una princesa inca, Uru, que utilizaba los fondos públicos para comprarse vestidos y tocados, maquillajes y adornos. Cuando falleció su padre, el curaca Kúntur Capac, embriagada por el poder, e impávida ante el dolor de los súbditos, continuó dilapidando los tesoros públicos en caprichos de casquivana, oprimiendo al pueblo con elevados impuestos. Se divertía flagelando, imperiosa y soberbia, a los miembros del Consejo de Ancianos.
«-Desde ahora en adelante mis únicos consejeros serán mis deseos, y no me importa que el pueblo se siga empobreciendo. He nacido para gozar de la vida y ser obedecida».
Así habló Uru ante el Consejo de Guerra, aferrando su cinturón de cuero de cabra como si fuese una amazona avezada. En ese instante, irrumpió en el palacio nuestra diosa protectora, Wirawira, y la paralizó, quedando su bellísima y majestuosa figura congelada ante los ojos de los hombres que la rodeaban.
-«Has llegado demasiado lejos, princesa Uru -advirtió la voz de la diosa-. He decidido castigarte y liberar a tu pueblo de tus desvaríos y tu mal gobierno. A partir de ahora tendrás que ganarte tu propio sustento. Trabajarás continuamente, sin descanso, por los siglos de los siglos».
Dicho esto, la diosa envolvió a la princesa en un manto oscuro, sopló dos veces en dirección al manto, y al levantarlo, en lugar de la diosa había una enorme araña provista de agiles patas con las cuales comenzó a tejer telas que extraía de su propio cuerpo. Aún hoy nuestras arañas viven abnegadamente, reclamando perdón a la Diosa y evitando incurrir en cualquier conducta engreída.
Lo tradicional en nuestros pueblos es luchar por el bien común, el realizar esfuerzos compartidos y gozar de los beneficios que el trabajo depara a la comunidad, no a los hombres blancos.
Hay casos de indios flojos y holgazanes que denigran a sus tribus, como el de Pucá, el hábil tejedor que se cansó de su trabajo. Su historia nos ilustra qué es lo que no debemos hacer los hombres. Sus vestidos se destacaban por su colorido y perfección, y era el modista favorito de los incas más poderosos. Trabajaba de sol a sol y sus alforjas se llenaban de oro y plata, mientras pensaba: «… pronto podré divertirme todo lo que quiera, pasearé, cazaré y compraré lo que se me antoje».
Cuando acumuló una fortuna considerable, Pucá rompió su telar y se dedicó a las juergas y la bebida, perdiendo en dos rápidos años todos sus ahorros. Un día, aterido de frío en las calles de piedra de su Pucará natal, Pucá cavilaba: «Tendré que tejer una yacolla para no congelarme». Pero sus dedos ya no le respondían, se enredaba en nudos y se obturaba en pelotones de lana mal escardada. A pesar de seguir destemplado, pálido y febril, Pucá se durmió. Al despertarse, percibió que el yacolla se había adherido a su cuerpo adquiriendo la forma de un puercoespín. Y así anda Pucá por nuestra Puna, huyendo de los peligros y de las relaciones con los hombres. Se rescata su conducta como un mal ejemplo, y para recordar que nunca debemos abandonar nuestros trabajos o aflojar nuestro temple ante la adversidad o las tentaciones de la vida. El camino es silencioso y está lleno de ilusiones. Sólo hace falta sembrar las ideas adecuadas en las mentes de nuestros hermanos.
El reino animal es para nosotros el reino del saber. Hemos aprendido mucho del instinto de nuestros camélidos. Cuando vemos volar cóndores imaginamos tiempos mejores, donde todo se resolvía con brutalidad y energía. En tiempos de la dominación inca sucedían milagros cotidianamente. Los loros razonaban y habían desarrollado un lenguaje propio. Llevados hasta el emperador, un asesor le sugirió:
«-Podemos utilizarlos para que difundan nuestra lengua y nuestra cultura, nuestra ciencia y nuestras tradiciones por todo el universo.»
Los loros aceptaron el desafío. «Ahora nos adueñaremos de la selva, ya somos iguales a los seres humanos» –exclamó uno de sus líderes, con voz chillona y desagradable, dando picotazos de soberbia. Pero los monos, las serpientes y los pumas no recibieron amigablemente a los loros. La selva se llenó de chillidos de algarabía y quejidos de agonía. El Dios de las aves se encolerizó y castigó a los loros taponando sus gargantas con tierra sagrada, con lo cual perdieron su facultad para razonar y se limitaron, desde ese momento hasta el fin de la eternidad, a repetir lo que oían, semejando otra conducta humana degradante, típica de los hombres blancos.
Los indios tenemos una filosofía de lo tradicional: consiste en mirar alrededor y aprender de las torpezas, las miserias y vilezas de los hombres.
Llegada cierta época del año, los españoles se reúnen para cazar nuestras vicuñas. Forman compañías lideradas por capitanes a los cuales obedecen estúpidamente. Luego de recorrer los cerros con sus carros modernos y caballos veloces, para dirimir dónde están las vicuñas más suntuosas, aprestan sus avíos, cargan sus mosquetes y estacas y comienzan a marchar, serios y concentrados, oran a su Cristo y le prometen sangre y devoción. Beben aguardiente y vino, de trecho en trecho, y así se dan coraje. Nosotros invocamos a la Pachamama para contrarrestar su fuerza:
«Madre del Cerro, y de la Santa Tierra, haz que nos vaya bien, protege a nuestras vicuñas y nuestras cosechas, no nos hagas enfermar y sobre todo, que los cazadores de vicuña sean eliminados por Coquena, ¡oh, nuestro enano protector! Haz que nos vaya bien, madrecita».
Los cazadores comienzan a desplegarse por el cerro, arman trampas y comienzan a cercar a un grupo de vicuñas hembras que trotaban contentas por una de las laderas. Cuando se percatan de que están siendo aprisionadas intentan huir y entonces suenan los primeros disparos. Coquena llega tarde, cuando los cazadores ya han vendido los cueros y sus familias se alimentaron asaz. Es importante que no se conviertan en tradición estas matanzas y maldades de los europeos. Es vital para el futuro de nuestros pueblos venerar a la coca y preservar los hábitos de nuestros ancestros. Gracias a ellos estamos aquí, y tenemos que asegurarles a nuestros hijos el porvenir, que puedan tener una vida buena y fructuosa. Por eso es necesario trabajar para la revolución de los oprimidos.
Fausto Reinaga, a 13 días del mes de abril de 1919
Cada miembro del jurado leyó atentamente Lo Tradicional, sin concederle demasiado valor literario. Creían que era la obra de un provocador destinado a la cárcel. De cualquier modo, los otros relatos y ensayos presentados eran peores, no tenían estilo y se inspiraban en autores canónicos ya caducos. Había que darle espacio a la sangre nueva, y siguiendo un criterio de originalidad le otorgaron el premio. Cuando abrieron el sobre donde se hallaban los datos personales del autor descubrieron que se trataba de un indio. Inmediatamente anularon la decisión y declararon «desierto» el concurso. Fueron hasta la policía y le entregaron «Lo Tradicional» como prueba de sedición. Había que averiguar quién era Fausto Reinaga.
El padre Puñal se enteró de la acción ruin del jurado, y le reveló a Fausto los pormenores de la decisión:
-Puedes sentirte vencedor, sigue insistiendo, hijo, algún día reconocerán tu labor, y entonces sí deberás esforzarte para mantenerte fiel a tus ideas revolucionarias.