Leyendas escritas en la bohemia porteña
Lo siguiente es lo que Fausto escribió durante ese lapso, antes de acudir a un elegante burdel de la calle Brasil.
Una madrugada, cuando los amancays y las retamas embalsamaban el aire con sus flores, Chasca Ñaui decidió ir a la laguna y emprendió el camino. Cuando llegó, se quitó la túnica sensualmente y poco a poco se fue sumergiendo en el agua con la esperanza de encontrar a su compañero. De pronto, el lejano sonido de una quena la atrajo dulcemente. Se acercó a la orilla, se puso su túnica ciñéndola a su cintura con una guirnalda-cinturón de vivos colores, calzó sus bellos pies con ojotas de cuero, compuso sus cabellos y se vio hermosa en el reflejo del agua.
La voz de la quena sonaba cada vez más fuerte y un dulce estremecimiento florecía en Kilka. Se sentó sobre una piedra y esperó, abrevando los rayos sagrados del sol. Por detrás de unas matas de chañar avistó a un joven apuesto. Tocaba la quena como nunca lo había hecho nadie en el Titicaca; sus amorosas canciones comenzaron a arrullarla…
Al verse, inclinaron sus rostros sonrientes en ademán de saludo, y Hayri, que así se llamaba el muchacho, quedó prendado de la joven. Fue profundo el cariño que sintieron desde un principio. En el primer encuentro sólo se dieron la mano y se soltaron con vívida insinuación, al poco tiempo se casaron y se fueron a vivir en una cabaña cercana a un bosque donde fueron bastante felices.
Con asiduidad visitaban lagunas paradisíacas, con bellos y mansos animales. Eran vegetarianos y gozaban sobriamente de las delicias de la naturaleza. No querían tener hijos porque intuían que podían traerles complicaciones. Así como estaban pasaban el tiempo tranquilos, sin esperar las vanas recompensas del mundo materialista. Un día, en un atardecer, mientras el sol se ocultaba tras los cerros, inesperadamente se interpuso en su camino una partida abominable de soldados españoles. En el rostro del capitanejo que los guiaba Hayri reconoció al hombre que había despojado de sus tierras a su familia. La hermosura de la joven lo impresionó de inmediato al europeo, quien se bajó del caballo y empujó violentamente a Hayri.
-Ella se va conmigo, ja –le gritó, cogiéndola del brazo.
Ella forcejeó inútilmente y lo insultó en forma vehemente mas no pudo impedir el vil secuestro. Los soldados azotaron a Hayri hasta dejarlo desvanecido, ante la desesperación y el llanto de su mujer. Una vieja campesina evitó que se lo comieran las hienas y lo llevó a su humilde cabaña para curarlo con hierbas sagradas. Cuando despertó, enseguida el muchacho preguntó por la suerte de Chasca Ñaui. Habían pasado dos días del hecho y la cabeza le pesaba horrores. La vieja le contestaba lo que podía mientras intentaba anestesiarlo con valeriana, la flor de la pasión.
-No te preocupes por ella ahora, tienes que descansar. Voy a mandar a mi nieto a que averigüe en su pueblo. Si tengo noticias importantes te despertaré.
Hayri durmió otras 48 horas y recuperado, no reparó en distancias ni peligros, comenzó a recorrer todo el territorio boliviano en busca de su mujer. Búsqueda triste y solitaria, siempre con respuestas evasivas e indicios endebles. Luego de diez años se cansó de sus errantes recorridos y retornó a la laguna, a tocar su quena, quizá ella volviera embelesada por su canto y la placidez que emanaba de la quena. Cada nota revivía los momentos gloriosos que había compartido con Chasca.
Poco a poco el canto de la quena se fue tornando más triste, hasta condensarse en una única melodía que cristalizaba todo el dolor de su alma. Otras mujeres, seducidas por su encanto melodioso se acercaron e incluso lo cortejaron, pero su pena lo enceguecía, y su corazón sólo sanó cuando dio su último suspiro. Antes de morir, Hayri le entregó la quena a su hermano, quien apenas sopló por sus agujeros se asustó al escuchar un inmortal yaraví donde narraba su amor por Chasca.
Fausto conoció aquella noche a una puta polaca. En el conventillo de San Cristóbal donde dormía no le permitían recibir visitas femeninas. A Agnieszka la atrajo su dulce disertación y sus modales modestos, muy diferentes de cómo la trataban los porteños convencionales que frecuentaban su burdel. A él su español gracioso, sus labios carnosos y su mirada lasciva. Su conversación llegó al punto límite de excitación.
-Vámosnos de aquí –propuso Reinaga.
Mientras ella fue a buscar su saco y su cartera él tuvo tiempo de reflexionar: «¿Y a dónde la llevó ahora? Los muchachos son unos fenómenos» –tanteándose en el bolsillo el dinero que le habían dado- «ella debe conocer buenos hoteles…»
Recalaron en el Castelar. Fausto apeló a la identidad que le proporcionó el general y presentó a Agnieszka como su futura esposa. Los atendieron muy bien, ofreciéndoles paseos y actividades culturales o artísticas.
-Por el momento sólo pernoctaremos. Mañana tenemos muchas cosas que hacer –avisó Reinaga en un tono enigmático.
Un mozo y una camarera los acompañaron hasta la habitación. El acto sexual que realizaron no logró distraerlo, Fausto seguía obsesionado con lo que había comenzado a escribir en la oficina, aunque fuera una historia de amor sencilla y triste.
-¿Qué te pasa, cariño? –inquirió Agnieszka, extrañada de que aquel hombre aindiado no estuviera más compenetrado con sus blancas y pulposas formas. Fausto encendió un cigarrillo y se dispuso a responder a su nueva amiga.
-Mi vida, yo no me llamo Luis Barrionuevo, soy un líder revolucionario de Bolivia, no sé si conoces…
-Algo oí nombrar, estoy yendo a la escuela normal, ¿sabes?
-En mi país hay una dictadura. La paz actual no existe: el imperialismo europeo y el estadounidense actúan de manera coordinada y aviesa. La cuestión es que me persiguen por pensar diferente, por ser indio y tener ideales emancipatorios. Aquí conocí al presidente el otro día y me tranquilizó. Me dio un gran apoyo y me pareció simpático, pero de Bolivia tenía la misma idea que tú… Es un caso raro: mafioso y maquiavélico, inescrupuloso y taimado, está gobernando a contracorriente de lo que quieren los yanquis, lo que pretenden los europeos y hasta a los mismos rusos les están preocupando sus planes quinquenales.
-Yo de política no quiero hablar, no seas aburrido.
Entonces el encanto se acabó. Fausto se levantó de la cama, fue al baño a afeitarse y encendió la radio: estaban relatando un partido de fútbol intrascendente. Agnieszka se quedó leyendo la revista Para Ti, absorta en un anuncio que proclamaba el advenimiento de la televisión. Cuando Reinaga salió fresco y perfumado ella lo abordó, señalando el aviso impreso donde se veía una pantalla televisiva.
-¿Viste esto? Parece que comienza una nueva era.
Ella le dio un beso cálido y dulce.
-¡Bah! Mi pueblo tiene conocimientos que hacen trizas toda la ciencia moderna. Encima, esto sólo va a servir para lobotomizar a las clases medias y bajas –se despachó Fausto.
-¡Qué indio malo que eres! –se burló la puta acariciándole la oreja.
-Ya tengo que ir a trabajar –se excusó Reinaga, rehusando su cariño.
Y el trabajo era sagrado en el apogeo del peronismo. La ecuación «de la casa al trabajo y del trabajo a casa» se cumplió a rajatabla y la mayoría del pueblo estaba contenta. Fausto percibía esto con claridad. Los barrios elegantes de Buenos Aires, como Recoleta o Barrio Norte, le resultaban obscenos: allí el capitalismo se cristalizaba con luces y esplendor, y se respiraba el olor de la oligarquía. Prefería perderse por Pompeya o Mataderos, donde encontraba compatriotas y muchos obreros con ancestros indígenas. Hablar en quechua era para él un profundo alivio espiritual.
Cogió un colectivo que lo llevaba a la redacción de «Hechos«. En la pieza que alquilaba no disponía de máquina de escribir y a esas horas sólo podía merodear algún intelectual borracho o trenzado con alguna mujerzuela. Ya eran las dos de la mañana y no había en su cuerpo ni un rastro de cansancio, su mente estaba alerta y distraída a la vez. Estaba asombrado de la calidad y la presteza del transporte. Sólo viajaban trabajadores rudos, militantes trasnochados o refugiados políticos con salvoconductos del General Perón. Por las dudas, Fausto le espetó al colectivero:
-¡Viva Perón!
El tipo lo miró malamente pero igual respondió:
-¡Viva!
«Vuelvo de varios lugares. Mi vientre casi desapareció. La coca, la cocaína y el whisky hicieron estragos. Hice el amor con una prostituta de manera salvaje y no me ayudó a descargar los nervios. Mientras encierran, torturan y asesinan a mis hermanos yo estoy aquí, de jarana en la cosmopolita Buenos Aires, una ciudad asquerosamente europeizada. Sólo cuando me escapo a los suburbios, y encuentro algún compatriota animado logro restablecer mi temperamento. Sí, debo dejar esto, no tengo tiempo que perder, me voy a la feria de Bajo Flores».