Epílogo. Significado de la obra de Fausto Reinaga

Estamos en febreo de 2017. Bolivia parece ser el único país de Sudamérica, que junto con Venezuela, se encuentran resistiendo los embates de una derecha neoliberal rabiosa y enajenada, que cuenta con el apoyo de Washington. El ciclo de gobiernos progresistas, que reivindicaron a los indígenas, parece haber tocado su fin. Evo Morales, como primer presidente indígena, colocó al país en la vanguardia de la región, y hoy su modelo de gobierno lo envidian hasta los miserables vecinos chilenos y argentinos. El vicepresidente Alvaro García Linera explica que Reinaga no era un filósofo remilgado sino el iniciador de la revolución india que, en definitiva, llevó a Evo al poder.

Fausto decía que ser indio es una manera de ver el mundo que los otros pueblos sólo podrán admirar o perseguir, pero jamás compartir ni gozar. Sus palabras tenían fuerza, y en algunos casos, eran totalmente incendiarias, en épocas proclives a la emergencia del terrorismo, tal como sucede en la actualidad, para acabar con las castas políticas de las mal llamadas democracias occidentales. Y que sea eficiente el terrorismo, no cualquier chambón.

Bajo la dictadura de Bánzer, en la década de los setenta, cuando más reinó el terror en Sudamérica durante el siglo pasado, Reinaga fue encerrado en el sótano del Ministerio del Interior y se quemaron la mayoría de sus obras. No había una industria editorial detrás para apadrinarlo, él solo se hacía autobombo y pedia colaboraciones a los familiares y vecinos que iban a visitarlo. Un día por semana le permitían que cogiera su pluma, su cuaderno y le daban unas velas para que se arreglase mientras las ratas merodeaban alrededor y la comida ácida se descomponía. Le gustaba sentirse como Gramsci, aún cuando fuera conciente de que no le llegaba a los talones, en cuanto a su estatura intelectual. Lo compensaba con creerse el auténtico «inka» o «amauta» de su pueblo, el único capaz de plasmar el indianismo y la buena vida en la realidad. Le faltaba espíritu solidario y cohesión de grupo, le gustaba la pendencia y la delación, defectos que conjuraban contra su éxito en la sociedad pachamamista. De hecho, y a lo largo de sus escritos, es posible constatar que Fausto fue aymará de corazón, cristiano militante, ateo convencido, militante comunista (del PIR), nacionalista, indianista y por último, reinaguista.

En materia de mujeres, se quejaba de las cholas, aseguraba que eran feas y maltratadoras. En cambio, su ideal de belleza femenina era la europea rubia de ojos azules, nariz griega y cabellos de sol, con las que nunca logró tener un encuentro carnal, según el testimonio de su fiel esposa.

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