El asesinato fallido de los pibes cabeza

Me tomé el colectivo 168 a Constitución y de ahí el tren hasta Plátanos. Para ir al centro desde allí había que caminar diez cuadras atravesando los barrios pesados que había visitado la semana pasada. Era una mañana de calor insoportable, por lo que el paisaje, a las doce del mediodía, cuando llegué a la estación, estaba completamente despejado, los árboles y la tierra resecos, el asfalto hirviente, las casillas precarias de los vecinos, humeantes. Sólo se veían algunos niños semidesnudos rondando un par de viviendas, a la vera de las vías. Había un balneario abandonado, con edificios y juegos blancos, de la época de oro del peronismo bonaerense. Las instalaciones estaban desiertas y sin embargo, relucían levemente coquetas expuestas al sol inhumano. Las piletas estaban vacías y no se avizoraba una canilla de agua en ninguna dirección. Sabía que el centro se hallaba a tres cuadras, del otro lado de las vías, pero no veía puentes ni un paso a nivel para poder cruzarlas. La desolación y mi sudor aumentaban, ya que no había edificio ni árbol que ofrecieran sombra alguna. A lo lejos advertí la silueta de un hombre gordo que se avecinaba bamboleándose con una heladerita colgando sobre su hombro. Detuve mi caminata y él se aproximó a ritmo parejo, movía la cabeza como si estuviera siguiendo una canción. Distinguí que llevaba puestos unos auriculares y él ni me miró. Desesperado le grité y le toqué el brazo. El dio un manotazo que esquivé agachándome, creyendo que era un vulgar ladrón.

-¿Qué te pasa? –me gritó, dejando la heladera un costado y arremangándose su camisa para pegarme más cómodo.

-Ey, pará, sólo que me estoy muriendo, el calor me pegó mal y tengo que llegar a una farmacia para darme una inyección, si no me muero aquí mismo –balbuceé jadeante, cayendo al suelo y simulando un soponcio.

El gordo se apiadó, se acercó y me ayudó a levantarme.

-Perdón, es que hay muchos afanos por aquí y no te vi.

Yo continué un rato fingiendo malestar respiratorio, estaba empapado y sentía indicios de una pronta cagadera.

-¿Estás bien? –me preguntó el heladero.

-¿Cuánto sale un helado? –le pregunté, queriendo entrar en confianza con él.

-Ah, estás bien, guacho, ¿eh? –inquirió el platanero villero, retomando su actitud amenazante.

-Y eso me puede levantar, tengo una sed bárbara.

El gordo me miró con respeto y preocupación otra vez, antes de aniquilar mi ansiedad con su negativa.

-No, loco, la tengo vacía a la heladera, si me seguís la vamos a cargar y te doy uno.

-Pero tengo que ir al centro y no veo cómo mierda cruzar –me quejé, aún histérico y acobardado.

-Uy, entonces seguime que te llevo, pero no andés llorando por el camino –me advirtió haciéndome un gesto para que tuviera cuidado.

El gordo comenzó a dirigirse en diagonal al yuyal y alambrado que circundaban las vías. Se agachó y con la fuerza de sus brazos limpios, como si manejara un machete, despejó un montón de yuyos y cardos para que yo pudiera pasar más fácilmente. En el intento me clavé varias espinas y el alambrado me hizo un corte debajo de la rodilla, por lo que estaba mal herido, abochornado, y reprimiento el dolor. No fuera cosa que el gordo se enojara. Luego de cruzar las vías tuvimos que atravesar un terreno similar del lado opuesto. Esta circunstancia me produjo la torcedura de una mano y una fuerte picazón en el cuello. Cuando ya estábamos por recalar en la avenida le mostré la sangre y los daños recibidos a mi baqueano, quien se ofreció a curarme. Nos dirigimos entonces a la farmacia y allí la empleada, viendo mi estado deplorable, me invitó a pasar a un camarín donde me vendaron la pierna y la mano, además de sacarme las espinas que tenía diseminadas por todo el cuerpo. Allí el heladero se despidió y me avisó que si quería el helado lo encontraría en la fábrica de Helarte. Esto me había generado una demora importante. Por suerte soy una persona puntual y estaba adelantado en mi cita cuando arribé a Plátanos, así que le dije que sí, y recobré algo de mi ánimo con un helado de limón y chocolate. Finalmente, llegué a El Punto a la hora indicada. Ariel todavía no había llegado. Me pedí una cerveza, encendí música y me dispuse a esperar. El clima del bar era medio denso, los clientes parecían todos cantantes de cumbia villera, vendedores de droga o policías de licencia. Mi presencia en aquel ambiente debía resultarles, cuando menos, sospechosa, aunque estuviera vendado en mis extremidades. Uno de los que parecía policía se acercó y me preguntó si estaba todo bien, qué me había pasado.

Yo le conté brevemente mi cruce inadecuado de las vías y él se río, diciendo que de algún modo me lo merecía. Por suerte el bar era fresco y oscuro, había varios ventiladores encendidos y la frialdad de la cerveza me hizo olvidar mis padecimientos con el heladero. Ya estaba recompuesto y hasta la moza que me atendió lo hizo con simpatía. Quince minutos tarde arribó Ariel.

-Disculpame, estuve discutiendo con Laura y se puso repesada…

Yo puse cara de preocupación y me incliné a escucharlo. Las riñas domésticas de Ariel con su mujer eran harto frecuentes y se refería a ellas con mucho despecho y desconsuelo.

-No te preocupes, está todo bien –dije, y bebí un trago largo.

El vio mis vendajes y preguntó:

-¿Qué te pasó? No me digas que vos también te peleaste con Rosario…

-No, cruce las vías por dónde no debía y me corté con un alambre, encima se me llenaron las piernas de espinas.

-Uy, sí, para venir para este lado tenés que cruzar por detrás de la estación, si no te tenés que ir hasta la siguiente estación.

El mozo se acercó y pedimos otra cerveza. Ariel retomó su relato.

-… y ella está fastidiosa de quedarse todo el día sola con los chicos, tiene una sola amiga y la mina es un tiro al aire, tampoco se lleva bien con mis viejos y mis hermanos. Encima no tiene interés ni motivación para buscarse un laburo. Yo no sé qué quiere, es recelosa, entra a mi facebook y le manda mails a mis amigas, está reloca. Decí que estoy enomardo de mi mujer, yo me la busqué también.

Los argumentos de Ariel siempre desembocaban en un consentimiento de su situación. Se peleaban pero ella era de «fierro», lo acompañaba a todas partes en su gira como guitarrista de una banda de rock suburbano. El mozo trajo la segunda cerveza. En resumidas cuentas, las peleas ya tenían un carácter folklórico, y al no modificar su estilo de vida y su trabajo, no tenían solución: había que seguir parando la olla, y más cuando tenés pibes y el sueldo alcanza para sobrevivir con lo justo y necesario. Ariel se tomó un trago largo y se limpió la boca con la manga de su remera. Luego se dispuso a desvelar el motivo de la convocatoria que tanto traspiés me había ocasionado.

-¿No sabés lo que pasó? Hubo un bardo groso acá en el barrio.

Ariel hizo un suspenso que aprovechó para ingerir otro trago largo. Yo comencé a elucubrar que algo había sucedido con Nano, y no le erré demasiado.

-Nano y Beto, el hermano, se tirotearon con los Rodríguez, aquellos giles que se la tenían jurada al viejo. Fueron hasta la casa en moto, a apretarlos porque su vieja les había tirado mierda en el jardín, y chatarra llena de gusanos y moho. Resulta que entraron a la casa, ahí se empezaron a agarrar con lo que tenían a mano, cuchillos, martillos, cualquier cosa, hasta que Beto sacó el arma y le dio a los dos, que ahora están en terapia intensiva. A mí me llamó Nano después y me dijo que fue èl quien los coheteó. Lo malo es que Beto cayó en cana, lo agarraron antes de que se subiera a la moto y Nano salió disparando.

-Pará, no entendí mucho, ¿vos estabas ahí?, ¿viste todo eso?, ¿quién te lo contó si no?

-El Alemán, estaba ahí como testigo privilegiado. Bebiendo un poco de birra como siempre abajo del kioskito. No sé si estaba paqueado.

-Ah, ¿y vos le tenés confianza?, ¿no habrá alucinado?

-Los pibes están en terapia, a uno le quitó un ojo y al otro creo que le dio en un riñón, los dejó rejodidos, y eso que era la primera vez que usaba el fierro, le tenía ganas, ¿te acordás?

-Sí, estaba imbancable, y ahora metido en un kilombo de puta madre.

-Yo pensé que lo hacía para alardear pero iba en serio, ¡qué boludo!

-Y seguro que la cana lo anda buscando, ¿qué pasó con la familia de ellos?, ¿y la vieja, no era ella la principal culpable?

-A los pibes seguro ya se les fue las ganas de bardear, y a esa vieja también. Nano me dijo que la próxima vez lo va a pensar dos veces antes de atacar a su viejo.

-Pero esas cosas son peor. La violencia sólo engendra violencia, vas a ver que la vieja se va a querer vengar.

-Me dijo el Alemán que quedó asustada, como patitiesa, además ella sola es cagona. El problema es que a Nano lo anda buscando la cana, y el boludo se rescató un par de horas en mi casa. Me pidió que le fuera fiel y yo le dije que sí. A vos te cuento porque sé que no le vas a batir nada a nadie, que esto queda aquí, entre nosotros.

-Por supuesto. Contame, ¿dónde está, qué va a hacer, quién lo va a cuidar al viejo ahora?

-No, son muchas preguntas. El está ahora…, ¿cómo se dice cuando te escapás de la policía y la justicia…?

-Prófugo.

-¡Eso, está prófugo! Y entonces, él se escapó en la moto, como al hermano lo hirieron en una pierna, me cuenta que quiso levantarlo de ahí y escaparse con él pero no pudo, le sangraba mucho la pierna y los hermanos de los Rodríguez ya habían llamado a la policía y a una ambulancia, así que supuso que lo atenderían al hermano también, y que todo podría explicarse como una pelea con tiros accidentales. De ahí se fue volando a su casa y le contó a la mujer que se había mandado una cagada. Ella lo miró y adivinó enseguida, encima tenía el chumbo metido en el pantalón como un matón de película, con rastros de pólvora y humo.

-Y sus pibes, que eran tan lindos y alegres… ¡Dios mío!, ¡cómo se puede arruinar la vida así!

-La verdad que sí. Les dio un beso a cada uno, fue a buscar guita a la pizzería y se fue para Chile, dice que ahí va a hacer una nueva vida, que es una lástima porque aquí ya se había asentado y le había encontrado la vuelta al negocio, pero primero piensa pedir ayuda a unos parientes allí, recomponerse, conseguir rápido un trabajo y llevarse después a Paola y los chicos, cuando todo esté más tranquilo.

-Pero ella ya tiene su vida armada y hecha aquí y trasladarse con los pibes cuesta una barbaridad, ¿vos pensás que se van a querer ir?

-Sí, si ella está enamorada, le dijo que se va cuando él le diga a donde se vaya, entonces Nano le pidió tiempo, le juró que la sigue amando y que todo va a salir bien…

-Pero por lo que me contás está muy comprometido, irse así de sopetón puede derivar en cualquier cosa.

-Y… está hasta las bolas, al hermano le curaron las heridas y ahora está preso, hay que ver qué va a declarar. Es muy difícil ponerse en su lugar, y en el de Nano ni te digo.

-Seguro que se van a proteger, son una familia muy unida, de alguna manera van a buscar zafar.

-A veces las cosas no se dan como uno lo espera, más en kilombos como éste. Si los Rodríguez sobreviven capaz que le van a dar una condena baja. El tema es que el Alemán me dijo que están graves los dos.

-¿Y en la pizzería va a quedar Rodrigo solo?

-Sí, no creo que busque otro socio, a él le va bien.

Pedimos otra cerveza, que vino más fría que la anterior y con maníes. Ya me había olvidado de mis heridas, tanteé mis extremidades y decidí ir al baño para quitarme los vendajes. Al retornar, más aliviado y canchero, cancelé las cervezas en la caja y me dirigí a la mesa. Ariel estaba mirando melancólicamente hacia la calle, contemplando una escena suburbana y vespertina de Plátanos. Me acomodé en mi silla y le dije:

-Sabés que el otro día yo tuve ganas de decirle algo, que no se metiera en líos, pero me quedé en el molde. El destino es así, traicionero… Y no veo la forma en que pueda ayudar. ¿Ellos tienen abogado?

Ariel giró la cabeza y la movió negativamente.

-No sé, me parece que al hermano le pusieron uno oficial. Igual las causas de los pobres sólo las toman los perejiles. La justicia está organizada para cagarnos a pibes como nosotros.

-Tenés razón, pero igual si tienen algún conocido que pueda influir no duden en avisarle.

-No tienen a nadie. Siempre se manejaron en forma reservada. Somos muy pocos los que sabemos que Nano está yendo para Chile. Hay algunos amigos y otras familias que fueron víctimas de los abusos de los Rodríguez, que están contentos ahora, pero ninguno va a saltar o comprometerse para salvar a Beto y a Nano mucho menos… Igual, tampoco creo que ellos tengan un buen abogado.

Tanto Ariel como yo procuramos reflexionar sobre la cuestión en modo optimista. Aún no estaban todas las cartas echadas. En principio, la versión del Alemán daba margen para diversas dudas. Los eventos siempre son deformados por la mirada de los testigos. Más aún cuando se trata de un adicto al paco y a otras yerbas, cultivador de un ostracismo paralizante. El iba a ser el testigo clave en un eventual juicio oral. Le pregunté por el personaje y me dijo que andaba igual que siempre, que esto lo conmovió un poco, que en un momento pensó en interceder y evitar que Nano y su hermano entraran a los cohetazos en la casa de los Rodríguez, pero se dio cuenta de que no lo hubiese podido evitar. Los hermanos venían engranados y con bastante merca encima.

Luego de la cuarta cerveza cambiamos de tema, volviendo a los problemas domésticos de Ariel. También era peliagudo encontrarle la vuelta al asunto. El se enredaba y amargaba por comentarios insidiosos cruzados entre su mujer y sus viejos, los celos de ella lo asfixiaban bastante, así como los reclamos dirigidos a sus amigas de Facebook, Skype y Whatsapp y sus compañeras de trabajo.

-Vos tenés que cortar por lo sano y hacerte respetar. Que te deje de romper las bolas, loco. Sos el que trabaja, el que para la olla, así que no venga con boludeces…

Ya me había cansado de darle consejos de ese tipo. Miré por la ventana y divisé que estaba comenzando a anochecer. Antes de despedirme, le pedí que me tuviera al tanto de la suerte de Nano y su hermano y de la salud de los Rodríguez, esos pibes cabeza que de tanto buscar roña encontraron balas.

Cuatro meses después recibí un mensaje de texto de Ariel: «Lo agarraron a Nano, estaba en Chile disfrazado, hay un video» y me copió un link que cliquié para ver un noticiero chileno donde lo mostraban a mi amigo esposado, entre dos carabineros, camino a un patrullero. Los hechos se habían agigantado de modo extraordinario, como suelen hacerlo los noticieros de TV contemporáneos. Gran costumbre del siglo XXI es también inventar cualquier cosa en dicho ámbito, comercializar productos y programas infames, a través de columnistas y locutores aviesos y asquerosos, babeantes y ceceosos, o publicidades guionadas por supuestas mentes brillantes que son débiles mentales. Chile, por supuesto, no escapaba a esta fuerte tendencia: un cariblanco anunciaba que Nano había asesinado a dos personas, y que estaba acusado además de contrabando y explotación de personas. La Policía Argentina había avisado que se trataba de un sujeto extremadamente peligroso, de nacionalidad chilena (en eso no se equivocaban), que había estado cometiendo delitos diversos en los dos países. Y ahí estaba mi amigo vestido como un narcotraficante, andando rápido y nervioso delante de los carabineros que lo escoltaban. Eso era todo. La noticia duraba menos de treinta segundos. Inmediatamente llamé a Ariel, estaba lleno de dudas y tal vez pudiera darme alguna pista de la verdadera situación de Nano.

-¿Y, lo viste? Yo no lo podía creer…, estos chilenos son unos hijos de puta –fue lo primero que me dijo.

-Y los argentinos también. Y sí, inventaron cosas que son ridículas. ¿Vos te comunicaste con él?

-No, hace tiempo que no tengo contacto con él. El otro día recibo un llamado desde la cárcel y resulta que era Beto, ahí me contó que ya lo extraditaron. Allá en Chile tenía prisión domiciliaria, estaba con Andrea y los pibes, hasta había tenido tiempo de abrir otra pizzería en Santiago, pero por lo que me contó la última vez había bardeado también allí, agarrándose a trompadas con un inspector que le estaba jodiendo la vida. En pocos meses se metió en mil kilombos, no sé qué le pasó, explotó el chabón… Laura no quiere que lo vaya a visitar pero yo voy a ir, soy su amigo desde chiquito y no le voy a fallar.

-¡Qué garrón! ¡Ahí los guardias te tratan para la mierda!

-Sí, pero no me queda otra.

-Hay que ver si le permiten…

-Sí, ahí hasta tiene Internet y todo. No es ningún boludo Nano. Se consiguió una buena celda en Varela. Ojalá que cuando salga no siga envenenado con esos pibes, que a esta altura ya están haciendo bardo de vuelta, son repandilla. Recuperaron sus órganos los hijos de puta, uno tiene un ojo de vidrio electrónico y al otro le trasplantaron el riñón de su único tío abstemio.

-Se ve que esta gente está acostumbrada a los corchazos… ¿Y qué, lo amenazaron o algo?, ¿ellos saben su situación, se quieren vengar?

-Yo qué sé, yo ni hablo con ellos, el Alemán sí, comparten el paco y las minas.

-¡Están mal por lo que me contás! El paco te destruye, ni deben estar enterados…

-Sí, el Alemán me dice que andan en cualquiera, que son de La Doce, que siguen afanando a gente del barrio…

-¿Y con el viejo no se volvieron a meter?

-No, ¡qué va! Ahora lo respetan, o por lo menos no tienen trato. La que está mal es la vieja Rodríguez. Le dio un cáncer y se está por morir. Aunque no lo creas, se reconcilió con el viejo de Nano, que la fue a visitar sabiendo que está moribunda.

-Mejor así entonces, ojalá que quede todo en una lección de vida y que pueda remontar.

-Allá en Chile no lo quieren ni ver, pobre..

-¿Y el Alemán sigue en la misma, no se da cuenta de que esos pibes son unos tarados?

-El se caga de risa, no sé cómo hace, no sé cómo la mujer lo banca, es extraño, hay gente que nació para vivir sin laburar y él es uno de ellos.

-Bueno, pero alguna vez yo lo vi haciendo cosas, me pareció divertido e inteligente.

-Claro, porque nunca lo viste en el barrio fumando paco, es como que tiene dos personalidades el chabón. Y no sabés cómo lo quieren los hijos, juega un montón con ellos.

-Pero alguien que fuma paco no puede llevar un ritmo de vida así.

-Si se pasa durmiendo también.

-Es loquísimo lo que me contás. Me gustaría verlo, ¿por qué no se dan una vuelta un día por casa?

-Dale, aprovecho un momento en que no esté paqueado, llevamos unas birras…

-Y al final de la historia, entonces, no murió nadie.

-No, no hubo ningún asesinato de un pibe cabeza, al menos Nano puede decir orgulloso que jamás mató a nadie.

-Lo mejor es que no se junte con los Rodríguez, esos pibes deben estar para atrás a estas alturas.

-Sí, la policía los tiene en la mira, uno ya purgó una condena por robo en Ezeiza. Además, dentro de La Doce hay varios que se la tienen jurada. Están amenazados hasta el coño…

-Bueno Ariel, nos vemos, mensajeame cuando vengas con el Alemán.

-Chau loco, suerte.

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