Destino Marrakesch
Africa fue el escenario del principio de la humanidad y esconde secretos inmunes a la civilización. Diferentes magias, misterios y prodigios gobiernan sus días y el comportamiento de su gente. Las expectativas aventureras de cualquier persona que la visite se ven colmadas, y entonces se caerá en regocijos inefables. Los paraísos y oasis que ofrece se cuentan por miles, así como las odiseas y situaciones extremadamente complicadas que deben atravesarse en el ritmo de sus ciudades. Marrakesch es un ejemplo de ello. El barro deslumbrante de sus monumentos y edificaciones es sobrenatural. La jerigonza de sus habitantes fluye como un arrullo sobrecogedor. El florecimiento de sus jardines carece de explicación científica. Sus puestas en abismo son constantes. Los diseños y técnicas que emplean para organizar la vida de la ciudad (la distribución de los lugares de rezo, los cánticos de los almuédanos, la apertura y cierre de las oficinas y negocios, los rodeos y estrategias para conseguir alcohol) son naturales, y a la vez, comprendidos y respetados por todos los habitantes de la ciudad. Igualmente, ciertas reglas observadas durante siglos pueden ser quebradas repentinamente si las autoridades o los sabios religiosos lo estipulan. Los vientos de cambio nunca son mal acogidos.
A pesar de su lujosa apariencia, en Marrakesch hay miseria, injusticia y represión como en cualquier ciudad tercermundista. Numerosos personajes extravagantes deambulan por ella en busca de dirhams para sobrevivir mientras los mendigos se refocilan en sus lechos de cartón o papel de diario. Nadie se asusta ante panoramas sórdidos, y si se produce un accidente de tránsito o doméstico, pocos se sorprenderán. Se cumple perfectamente la ecuación de que la vida no vale nada. Si un niño negro de cuatro años es atropellado por un funcionario del gobierno, se presentan formales excusas a la familia y se la repara con una mansión y un auto ‘último modelo’ en algún pueblito perdido del reino, en tanto al funcionario ni siquiera se lo reta.
Los conciertos primaverales de los pájaros de Marrakesch constituyen un privilegio para los oídos atentos. Suenan como una orquesta de percusionistas de puta madre, talentosos y originales, improvisando durante horas eternas. Conceptos como productividad y rendimiento son poco tenidos en cuenta en sus producciones musicales. Hacia el mediodía hacen un descanso para desplazarse planeando a otras latitudes bereberes.