Cuando todo el mundo grite mi nombre
Cuando todo el mundo grite mi nombre,
¿te recordaré a ti, querido amigo?
Tú, ¿quién si no, de lazos cercanos, puede invocar
mi memoria? Sí, al final,
cuando el mundo ya no grite más
mi nombre, pero se burle de mi desnudez,
me escupa en la cara, se mofe y mienta,
y maldiga con gran desenfreno.
Tú — porque parece que fue ayer
que fuimos acunados, en el mismo rincón,
y soñamos, como los tontos niños que éramos,
en el gran juego de la Vida, y asumimos
salvajes juramentos juveniles – un juramento fuerte y completo,
de compartir por igual cada tristeza y cada alegría,
de enfrentar al mayor, reparar el daño,
y que nada interfiriera entre los dos.
Y luego – nuestros caminos se separaron.
Dirigiste tu vida monótona
hacia lugares silenciosos, cumpliste tu parte
suavemente, llevaste una esposa a tu pecho,
cuya alma estaba en tal sintonía con la tuya,
que tomados de la mano – no en vano al invitado —
perseguiste, encontraste las costas doradas,
las Islas Felices de la Bienaventuranza.
No fue así conmigo: anduve por el camino
de mi propia elección — y solo,
nada obstaculizó mi curso — la cólera
de los hombres, las hostiles y humillantes maldiciones, ni los gemidos
de aquellos que se hundían bajo mi brazo,
podía dejar mi brazo, o facilitar su respiración.
Comprendí las cosas más grandes, desconocía
el encanto que tenían vidas como la tuya.
Cacé un punto de fantasmas,
y cuando, en cambio, cada uno se tomó de las manos,
pausé por un momento la carrera,
jadeante, no podía entender —
no eran otra cosa que fantasmas, nada más;
el tiempo ha pasado, no podría reírme
de aquello por lo que he luchado tanto —
una brillante chuchería — un precioso juguete.
El éxito coronó cada uno de mis esfuerzos;
pero he aquí el gran error —
yo, que de todas las cosas podía obtener
sumisión, no tomé parte
de la recompensa hasta que fue demasiado tarde;
cuando al fin, comprendi la cosa,
por la que luchaba, era que mi destino
encontrara mi deseo y le concediera alas.