Cosecha del franquismo: miseria espantosa de España
Lo cierto es que las calles de Palos estaban desiertas y se respiraba cierta decadencia en los alrededores del puerto, donde habían edificado construcciones modernas que rompían el acervo cultural. De hecho, ya en el siglo XVI el puerto de la villa marítima se había quedado sin naves, debiendo emigrar hasta los pescadores para conseguir peces en otros mares. La población descendió en forma alarmante, quedando en un momento menos de 100 habitantes. Durante más de tres siglos el pueblo se mantuvo lastimeramente con su exigua producción agropecuaria. El alcalde, además de demostrar su simpatía por el caudillo tirano cada dos minutos, comenzó a explicar cómo han intentado sobrevivir como municipio:
-Hubo años en que los mariscos nos salvaron. Le pedí al generalísimo un presupuesto especial para devolverle a Palos la dignidad que merece. El año pasado hemos lanzado un polo industrial basado en una agricultura de regadío y el cultivo del fresón que se ha comenzado a exportar a toda Europa occidental y a los Estados Unidos de América. También estamos pensando en instalar una refinería de petróleo, que es lo que hace andar al mundo.
El alcalde, aprovechando que era un día luminoso, de cielo prístino y viento dulce, los llevó hasta las marismas, donde Fausto se detuvo a contemplar el movimiento de las aves, atendiendo su oído a sus melodías celestiales. Recordó su infancia en la aldea Macha, en Colquechaca, cuando se acercaba a la laguna y se sumaba, con sus propios silbidos y chiflidos, al concierto de las aves. Aquellos hombres no lo entenderían… Prefería hablar con los pájaros. Se hallaban en el Parque de la Fontanilla, también remodelado gracias a la generosidad de Franco. Caminaron una milla dejando atrás la laguna, conversando sobre los pormenores del viaje. El alcalde iba en el medio, un paso adelante, secundado por el capitán y Reinaga. Se estaban aproximando a la fuente donde se abastecieron de agua potable las carabelas de Colón. Ya en aquel sitio el panorama circundarte presentaba una aridez perturbadora.
-Si uno se pone a pensar que las aguas del río Tinto llegaban hasta aquí para regar el puerto de Palos le va a costar comprenderlo. Esto está más seco que el desierto de Uyuni –exclamó Fausto.
Las piedras de la fuente estaban resecas y desgastadas por el viento y el paso de las lagartijas. Reinaga imaginó los aprestos de la expedición de Colón y lo asaltó un ataque de náuseas. Siempre cerca de él, formando un trío apartado, estaban sus compadres y camaradas, anhelantes por conocer a las mujeres y los vinos de Huelva.
El alcalde los llevó a recorrer los principales cultivos de fresones, melocotoneros y olivares. Luego los guió a la iglesia de San Jorge y cruzaron chanzas en la Puerta de los Novios. Las pinturas renacentistas y la figura de Santa Ana impactaron al grupo de bolivianos. El mismo Fausto reconoció:
-Es admirable. El arte pictórico de algunos europeos es sublime, pero eso fue en otros siglos, cuando su cultura aún no estaba putrefacta.
De regreso al puerto, para embarcarse a Sevilla, el alcalde los condujo al monasterio franciscano de La Rábida en el cual se concibió el viaje de Colón. Fausto maldijo el lugar y vituperó a la virgen de los Milagros, haciéndolo en quechua para no despertar líos con el alcalde. Su primer avistaje de España había sido tal como lo había calibrado en el barco. Su esplendor estaba reseco y caduco, el triunfo del fascismo en la guerra civil equivalía a una sentencia de muerte. De todos modos, la decadencia de Palos de la Frontera, a pesar del discurso obcecado del alcalde, le daba cierta tranquilidad de que el gobierno de Franco conduciría al país hacia un desastre peor de los que se viven en Bolivia. Fausto se reunió con sus acólitos en la escotilla de proa. Al caer de la tarde la nave amarró sus sogas en el puerto de Sevilla, cuya grandeza superaba incluso a la del puerto de Buenos Aires, que había impresionado hondamente a los bolivianos.
En las callejuelas oscuras de Sevilla se cruzó con varios mendigos y familias harapientas circulando como sonámbulos sin dientes. La miseria y el sufrimiento del pueblo español se retrataba en sus rostros. Estaba viendo a España con sus propios ojos, el país que más odiaba en toda la tierra. En su conciencia incaica se había sedimentado un odio de siglos a la cultura española. Desde la ejecución de Atahualpa al despeñamiento de su tatarabuelo, el rebelde Tomás Katari; desde la mita al yanaconazgo; la posesión violenta del Tawantinsuyu y la estigmatización de la sangre indígena, todos esos crímenes hervían en el corazón de Reinaga. Los españoles habían aniquilado el sistema social incaico y habían esclavizado a un pueblo que era feliz, que trabajaba alegremente para vivir en armonía con la naturaleza.
La calidad intelectual de Fausto le mereció una invitación de la Universidad de Sevilla, donde tomó contacto con unos aristócratas y prebostes repugnantes. Nunca había notado una diferencia tan abismal entre ricos y pobres como en las ciudades andaluzas. Los gitanos soportaban condiciones inhumanas de existencia, hasta morir de hambre en las calles, mientras los ricos se refocilaban con banquetes opíparos. Mientras obras arquitectónicas fascistoides se erigen en las ciudades principales del país, los despojados de la tierra se multiplican en cuevas morando en una promiscuidad aberrante. El hacinamiento de los indigentes no impide que se introduzcan el crucifijo y el sexo para sobrebibir a la barbarie. Y en estos habitáculos no hay espacio para la propiedad privada.
Del otro lado, en los centros urbanos, la omnipresencia del tricornio y la sotana me ha abrumado y aplastado al punto de huir de los recorridos turísticos. Muchos españoles sienten el miedo que se vivía en la época de la Inquisición, que en buena medida coincidió con el proyecto de conquista. El catolicismo español es una desvergonzada y cínica empresa conducida por un grupo de especuladores y tahúres. Los priores me engañaron con el cambio del dólar, saben mucho más de inversión financiera que de religión. Franco los estimula y los llena de privilegios. Con esta iglesia se expandieron por América y hasta el día de hoy someten a sus pueblos con diezmos y ofrendas desmedidas.
Los viajeros bolivianos coincidían con las apreciaciones de Fausto y recibían similar impacto emocional: España estaba yendo a la perdición total, el régimen de muerte, terror y castidad impuesto por el generalísimo sólo generaba personas descarriadas, sin pensamientos propios, ciudadanos comunes que se tranformaban en soplones y chivatos de la Guardia Civil y la Policía Nacional. Pacatos de pacotilla, arpías amargas y adoradoras de santos pecaminosos.