Blues cansado
Zumbando un soñoliento tono sincopado,
rockeando una y otra vez un canto melodioso
escuché a un negro tocar.
La otra noche por Lenox Avenue
junto a la opaca palidez de una vieja luz a gas
hizo un balanceo perezoso…
hizo un balanceo perezoso…
en el tono de aquellos blues cansados.
Con sus manos de ébano en cada tecla de marfil
hizo que aquel pobre piano se lamentara
con una melodía.
¡Oh, Blues!
balancéandose en su taburete desvencijado
tocó ese triste y harapiento tono como un loco musical.
¡Dulce Blues!
viniendo del alma de un hombre negro, ¡oh, blues!
en una profunda canción la voz con un tono melancólico,
escuché a aquel negro cantar, aquel gemido del viejo piano–
«No tengo a nadie en todo este mundo,
no tengo a nadie excepto a mí mismo.
Es hora de que deje mi ceño
y ponga mis problemas en el estante».
Golpea, golpea, golpea, sus pies en el suelo.
Tocó unas pocas cuerdas, luego cantó algo más–
«Tengo el Blues cansado
y no puedo ser satisfecho.
Tengo el blues cansado y no puedo ser satisfecho–
ya no soy más feliz
y desearía haber muerto”.
Y lejos en la noche en que canturreó aquel tono
las estrellas se desvanecieron y lo mismo hizo la luna.
El cantante dejó de tocar y fue a la cama
mientras el Blues cansado resonaba a través de su cabeza.
Durmió como una roca o un hombre que está muerto.