Afanasio Jazadji

Y el despojo se concretó… Las mejores vistas de Río están en las favelas. Hacia la de «dos Prazeres» fuimos, cercana a Santa Teresa, donde nos habían comentado que había bares agradables. Apenas descendimos del «bondi» notamos un clima extraño. La plaza del «punto final» estaba desierta, excepto algunos moradores que vagaban de una casa a la otra con evidente cachaza. Sólo bajó con nosotros una joven negra que traía consigo a una nena, más negra aún, que no parecía su hija. La joven se sentó, encendió medio cigarrillo de maconha y habló por su celular con acento desganado. Nosotros comenzamos a caminar hacia la zona de los bares pero no logramos avanzar demasiado. A los treinta metros aparecieron de una de las escaleras que desembocan en la favela dos asaltantes armados con facas, quienes nos quitaron nuestras bolsas, incluida una cámara fotográfica profesional, y otras valiosas pertenencias. Yo pretendí resistirme pero mi compañera –al igual que los ladrones (adultos, fieros, dispuestos a matar por un real)- actuó con rapidez y se las entregó ipso factum.

Los policías que encontramos diez minutos después –ante la indiferencia de los escasos espectadores del asalto-, estando munidos de ametralladoras, nos explicaron que no se animaban a ingresar a la favela porque los maleantes tienen un alto poder de fuego. Simplemente, nos trasladaron a la comisaría donde hicimos una denuncia destinada al fracaso. El oficial que la redactó exhibía una simpatía inadecuada para la situación. Mi compañera le dijo, mientras él le indicaba dónde firmar:

-Nos la llevamos de recuerdo.

-Fue el bautismo que necesitábamos. La fama de ciudad peligrosa la tienen bien ganada –dije yo.

-La verdad es que me da mucha vergüenza que pase esto aquí –dijo el oficial con su mejor sonrisa.

Las pérdidas todavía las estoy calculando, la sensación de impotencia y susto todavía aprisiona mi garganta y retuerce mi estómago. En «Os Prazeres» dejé mi huella, objetos y cosas que estará gozando alguna familia careciente. La distribución de la riqueza en Brasil es ahora un poco más justa, así funciona su capitalismo pujante, con sus políticas de seguridad «pacificadoras». Ahora, de mi futura pobreza me tendré que hacer cargo yo. Otra vez, sudaré gotas gordas para recuperar lo perdido, robando y engañando, aunque con un estilo más elegante, menos violento, con más pensamiento y menos enjundia asesina.

Aquel día del robo, había conocido por la mañana a don Afanasio, un diputado de Flamengo que me había precavido: «No vayas allí, hay muchos robos y la policía de la zona es ineficiente. Si buscas drogas o armas a buen precio, nada mejor que La Rosinha».

-Pero don Afanasio, yo sólo quiero ver cómo se vive en la favela.

-¿Para qué?, ¿querés acallar a tu conciencia burguesa sintiéndote por un día cerca de los desclasados?

-No, por favor, Afanasio, soy un hombre curioso, quiero conectarme con la gente pero no como Madonna, de una manera falsa e hipócrita, quiero desnudar mi alma y que me cuenten historias de vida, ¿será posible?

La respuesta me la dio el asaltante más joven:

-Dame las cosas y desaparece de aquí, si no querés que te mate.

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