un tiempo duro
-Yo era estudiante de filosofía -dijo el tipo que estaba al final de la barra.
-¡Qué bien! –dijo un tipo que estaba en el medio-, ¿por qué no venís y me chupás un poco las bolas?
Era una noche calurosa y el aire acondicionado se había descompuesto. No me estaba sintiendo bien. Un pelmazo de la universidad me había devuelto quince poemas con una nota garabateada: «No leemos en el verano…». Era algo que había en la nota, la escritura, el descaro y descuido que desprendía. Y en el hipódromo, en mi gran apuesta del día, mi caballo despidió al jockey saliendo de las gateras. Además, se me había pinchado la rueda izquierda delantera, y mi esposa me había mandado a la mierda otra vez.
-No creo que tengas bolas –dijo el tipo del final de la barra al que estaba en el medio.
-¿Ah sí? –dijo el tipo acusado.
-Sí –dijo el acusador.
La vida estaba pasando por una estúpida fase para mí. Quiero decir, no estaba en un hospital, no me habían arrancado ningún diente, pagaba mis impuestos y llevaba atados los cordones de mis zapatos. Pero me sentía fastidiado por fuerzas inmundas. Nada hermoso, inusual o incluso decente, me había sucedido por semanas. ¿Mi culpa? Puede ser.
-Podés chuparme el culo –dijo el tipo acusado de no tener bolas.
-Puedo ver que tenés un culo –dijo el estudiante de filosofía-, porque lo veo sentado donde debería estar tu cabeza.
-Escuchá, querido –vino la respuesta-, si querés que te rompan la cara encontraste al tipo indicado.
«No leen en el verano» –pensé. ¿Qué hacen, recostados en una hamaca?, ¿invitan a putas a gozar de una brisa suave? Bebidas gratis para Dylan Thomas y una nota indigna para mí.
-¿Vos y cuántos más? –preguntó el tipo que estaba al final de la barra.
-¡Yo solo!
-¿Ah sí? Mejor que encuentres a alguien.
«¿Alguna vez leíste los poemas de esas revistas universitarias?» Mierdosas gambetas de irrealidad, aburridos ensayos del sinsentido. Terminé mi trago y me paré para salir.
-Estudié con el profesor Harris en la universidad de la ciudad –repitió el tipo que estaba al final de la barra.
-Seguro que sí –dijo el tipo que estaba en el medio-, ¡debajo de él, dado vuelta, en las primaveras!
Salí a la noche justo a tiempo para ver cómo un auto atropellaba a una mujer que estaba cruzando. Saltó y cayó de espaldas en la acera. Se quedó ahí. El tipo salió del auto y gritó:
-¡Jesucristo!
De repente se reunieron 125 personas en la calle. Yo giré y me alejé. No había qué hacer. Cuando llegué a mi auto la rueda izquierda delantera estaba pinchada. Me subí y me senté allí. La niebla lo envolvía todo. Prendí las luces y encendí la radio. Había sido un verano de mierda.