Salmo 4

Ahora registraré mi visión secreta, la imposible visión del rostro de Dios:

no fue un sueño, yacía a mis anchas en un fabuloso sofá en Harlem

masturbándome por ningún amor, leyendo medio desnudo un libro de Blake

sobre mi regazo.

¡Vaya! Estaba con la mente en blanco, y dí vuelta una página y contemplé el vívido girasol

y escuché una voz, era la de Blake, recitando en forma terrenal:

la voz que emergió de la página a mi oído secreto nunca la había escuchado antes-

dirigí mis ojos a la ventana, las paredes rojas de los edificios brillaban afuera,

el triste rayo de Eternidad en el cielo infinito contemplaba el mundo,

los departamentos de Harlem parados en el universo–

cada ladrillo y marco manchado con inteligencia como una gran cara viviente—

¡el gran cerebro desenvolviéndose y criándose en un páramo!—Ahora hablando

fuerte con la voz de Blake–
¡Amor, tú, hueso y presencia paciente del cuerpo, Padre! ¡Tu cuidadoso

celo y espera sobre mi alma!

¡Mi hijo, hijo, las edades infinitas me han recordado, hijo, mi hijo!

¡El tiempo aúlla angustiado en mi oído!
¡Hijo, hijo mío! mi padre lloró y me abrazó con sus brazos muertos.

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