Maravillas abortadas
Salí a andar por el centro de La Habana Vieja y fueron escasos los hallazgos e impactos que perforaron mi alma. Muy naturalmente, procuré plegarme al movimiento y costumbres cubanas pero nadie me prestó atención, más allá de los buscavidas que asaltan a los turistas. ¡Joder, coño, que no es posible relajarse en esta ciudad! El Museo de la Revolución es claramente antirrevolucionario, y responde a los cánones y parámetros de cualquier museo globalizado. Definitivamente, me resultó convencional y poco edificante en un contexto donde se requiere en forma urgente la conformación de guerrillas. El visitante modelo se va contento a su país, con nulas ganas de agarrar un fusil. La idolatría por Castro está bastante presente en pintadas y cartelería, y si uno recorre las calles de La Habana no tiene justificación. Lo mejor que puede hacer hoy es morirse, y gran parte del mundo está esperando este acontecimiento que seguramente generará millones de debates. Estos no conducirán a conclusión alguna y el líder, como siempre pretendió, será absuelto por la historia. Su lucha fue necesaria para difundir dignidad por el mundo.
El calor cubano me hace transpirar y estimo que recalienta mis ideas. Cuando regrese a la casa de cubanos donde duermo estoy dispuesto a comunicarme con quien sea, a revelar incluso mis más íntimos sentimientos. ¿Es que me estoy transformando en una persona más social y más humana?, ¿será que mi experiencia aquí está aniquilando el arraigado individualismo de mi mente? Aún anhelo vivir como Martí, predicar como el Che, entregar mi vida como Camilo. Este es el horizonte que se va borrando de manera perpetua a medida que avanzan los días, como un cruel espejismo. Presiento que algo cambiará de cualquier modo. Aquí se puede afirmar que la vida es diferente, se percibe una trascendencia especial que libera la imaginación y estimula el espíritu de la gente por más que el resto de los extranjeros esté buscando simple solaz o sexo bueno y barato. En efecto, se percibe en el país una moda de la putez. La homosexualidad –tanto masculina como femenina- ha crecido a pasos agigantados en la isla, al compás del turismo sexual.
Cuba, a veces, no entrega emociones. Las horas pueden pasar sin que los cubanos vociferen, bailen o conversen amistosamente. Los individuos se congelan en posturas inanes, jugando al dominó o paseando en bicicleta, como en una película fantástica donde las acciones se detuvieran y amagaran con rebobinarse. Vulgar y eternamente, se funciona a media máquina. Se puede carecer de leche, de jabón, aceite o carne de res. Eso no significa demasiado para una sociedad luchadora y desorganizada. El bloqueo económico, ideológico y cultural se resiste sin esfuerzo. Con respecto al primero, el cubano se satisface con «perros calientes» y pizzas insulsas, más cuatro gotas de café. En cuanto al segundo bloqueo, se arman debates y programas educativos que incentivan sanamente el patriotismo y el amor por el semejante, apuntalando virtudes y valores que perecieron en los países capitalistas (se vive en forma más pura y primitiva), y atendiendo al bloqueo cultural, los turistas de diversas nacionalidades y los emprendimientos científico-tecnológicos de alcance internacional se encargan de enriquecer la isla.
¿Qué necesidades o urgencias pueden manifestarse entonces en un país con estas características, únicas en el continente y en el mundo? La de conseguir mp4 en vez de mp3, copiar películas y músicas que atentan contra el statu-quo, hurgar en búsqueda de mala salud o mala educación, para experimentar la vida de los hermanos latinoamericanos. La ilusión de felicidad se agota rápido, la liberación pasa por alguna acción enérgica que levante los ánimos. Hay mucha injusticia por combatir en medio de absurdas paradojas que confunden. Cuba es libre y esclava a la vez, líder y mamarracho, modelo y plagiadora de héroes foráneos. Pronto Fidel morirá y quizá comiencen tiempos fecundos. Hoy se requieren herederos de Martí más que de su estirpe, nobles de alma y no barbudos farfulladores. Sobre todo, se debe mantener alejada a la gusanería (o al gusanaje) para conservar las gloriosas conquistas de la Revolución.
Los locos de La Habana andan sueltos y sus familias se desentendieron de ellos. No se ajustan a las normas socialistas ni a la lógica del país; empero, tampoco son rebeldes. En contadas ocasiones les sobrevienen ataques de rabia, escupen sus profecías sin tapujos, abandonan iniciativas repentinas. Generalmente, su mal se acompaña de otras enfermedades y se sienten incómodos cuando alguien pretende protegerlos o consentirlos: son frecuentes amantes de la libertad. Inmiscuirse en sus delirios puede proporcionar buenos ratos, hay que estar preparado para aventurarse en los resquicios de almas sublimes y comprender sus morisquetas irreverentes. Ellos repelen a mucha más gente que la que atraen, sumergen en el mutismo a los profesionales más notables. Contemplarlos desde una posición pasiva es la actitud habitual que asumen sus compatriotas sanos, dejan que fluya su inmenso dolor o su furtiva alegría. En definitiva, conforman otro problema social que se oculta piadosamente en la isla.
Es muy penoso que pocas verdades salgan a la luz, que la vida de los ciudadanos se maneje y planifique de manera tan estricta y rígida. La tendencia natural hacia el caos del ser humano se ve abortada por miles de prescripciones implantadas desde la pedagogía canónica. Estas se fijan en la mente de los cubanos, quienes no advierten lo volátiles que son, lo fácil que es desprenderse de prejuicios e imposiciones arbitrarias. De cualquier modo, hay algo que les impide a los ciudadanos huir del miedo, se sienten tranquilos ante la amenaza, acostumbrados a la sospecha, prestos a declarar su inocencia y su fidelidad a los principios de la Revolución.
Cuba es una partida de ajedrez perdida, jugada ad-infinitum. El vencedor –el mundo globalizado, de la mano de Estados Unidos- jamás podrá dar el jaque mate; en tanto el perdedor, obcecado, continuará movilizando sus piezas para defender a un rey valiente y tenaz. La vida aquí tiene un gusto sabroso a derrota y perdición, a sueño obstruido por los celosos fantasmas del socialismo. Igualmente, a la hora de establecer una comparación con los países de la región, se aprecian dificultades comunes que en Cuba son superadas con sobriedad, y esto es mérito del tan denostado sistema. Sobran las palabras para intentar una explicación: basta con observar la simpatía y actitud positiva de los cubanos, que nunca se estancan en la queja y siempre persiguen el modo de salir adelante, calmando su hambre o su falta de dinero.
El componente afro del pueblo cubano, además de un ritmo sensual, aporta fuerza y belleza a sus paisajes. Los típicos negros cachazudos no pueden desarrollarse aquí, y se ven obligados a fugarse a Miami, o bien desfallecer en las cárceles. En cuanto a las negras, son ardientes y orgullosas, serenas y de piel curtida. La manera de divertirse, el jolgorio que desprenden sus movimientos y palabras, la pasión con que abrazan, contribuyen al culto a la negritud y generan mucho odio y encono en algunos representantes de la raza blanca. En todo caso, la Revolución los favoreció y ellos deben mantenerla, ya sea con su trabajo o con su regocijo.
El mito del racismo cubano, mescolanza fértil, amalgama de credos e inteligencias, confluencia de expresiones y sentires fuertes. ¿… es que hay armonía en este terreno? La realidad desmiente la existencia de buenas relaciones entre las razas: el trato que dan los negros a los blancos es procaz y el que dan los blancos a los negros es pendenciero. En el medio, los mulatos y mulatas se ríen y divierten. A pesar de ello, en todo el país se festejan las uniones entre miembros de diferentes razas, se baila hasta agotar los cuerpos, se reverencia a los dioses del sexo. Luego, vendrán años de penurias y disputas, rencores mal resueltos, odios inextinguibles, hijos divinos que querrán escapar del país, concientes de que sus hogares son celdas infames, construidas a partir de una armonía idiota y arcaica.
Con este tosco porvenir Cuba dejará de ser la tierra prometida del Siglo XXI, a menos que se construya o nazca un socialismo auténtico, de ese donde se canta y todos se esfuerzan por que el último de los miserables cure sus penas. El marxismo no prevé su cristalización en la tierra, sólo ofrece algunos lineamientos para expurgar culpas burguesas. Para comenzar la tarea es preciso prestar atención a modelos orientales, a la evolución del campesinado chino o a las estrategias competitivas de las cooperativas taiwanesas. También es posible mirar hacia el interior y destacar los éxitos de los pueblos más prósperos del país. La situación se puede mejorar porque hay suficiente gente capacitada. Es una cuestión de voluntad, de entrega y de seguimiento de la obra martiniana.