los dos más duros

Un tipo robusto viene a verme, se sienta en la silla grande y comienza a fumar cigarros. Yo traigo el vino y lo servimos. El tipo robusto se lo manda de un trago y yo lo sigo. No dice demasiado, es un estoico. Cuando otras personas me visitan dicen: «Por Dios, Hank, ¿qué le ves a ese tipo?» y yo digo «Hey, él es mi héroe, todo hombre debe tener un héroe». El tipo robusto se queda encendiendo cigarros y bebiendo. Ni siquiera se levanta para mear, no tiene que hacerlo. No se molesta. Fuma diez cigarros por noche y me sigue, trago a trago, el ritmo en la bebida. No pestañea, yo tampoco. Hasta cuando hablamos sobre mujeres nos ponemos de acuerdo. Es mejor cuando estamos solos porque nunca les habla a los demás. Y no lo recuerdo viéndolo partir. A la mañana su silla está ahí, y todas las colillas de los cigarros y las botellas vacías están ahí, pero él se ha ido. Lo que más me gusta es que jamás cambia la imagen que tengo de él. Es un duro hijo de puta y yo soy un duro hijo de puta, y nos encontramos una vez cada tres meses y emprendemos nuestra actuación. Si lo hiciéramos con más frecuencia estaríamos aniquilados.

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