la vida como un gran guante delicado
Un tipo viejo, pequeño, quizás sesenta y siete pero su pelo es puro blanco, es su mejor atributo. Trae café en una taza espumante. Se dirige a su asiento. Sus camaradas sentados lo conocen.
-Lo que me gusta de ustedes es que tienen sentido del humor.
-A la mierda con vos, Eddie –responde uno de ellos.
El se sienta con ellos.
-¿Alguno de ustedes necesita esposa?
-No la tuya, Eddie.
Se hace un silencio luego. Faltan quince minutos para el cierre de las apuestas. Estudian su material hípico. Todo lo que puedo ver desde donde estoy sentado son sus nucas, sus viejos abrigos. No sé por qué me hacen recordar a pájaros en un cable. Están ahí cinco días a la semana. Dios bendiga a Estados Unidos. Me levanto y me dirijo al baño de hombres, pensando. Supongo que mi padre nunca imaginó que yo iba a terminar así: más estólido que un carnicero, más plácido que un grupo de ramplones en espera, no un botón sin abrochar, a salvo de la sal del sol quejumbroso. Yeah, yeah, yeah.