la sociedad debería darse cuenta…
Cuando las cosas no van bien, vas a consultar a psiquiatras y filósofos, cuando sí marchan salís a buscarte alguna puta. Las putas están ahí para los jóvenes y los viejos. A los jóvenes les dicen: «No tengas miedo, cariño, yo la pondré por vos», y con los viejos hacen el acto con particular esmero. La sociedad debería darse cuenta del valor de la puta –digo, de las chicas que realmente disfrutan de su trabajo, aquellas que hacen de él una forma de arte.
Recuerdo una vez en un prostíbulo mexicano. La chica con una pequeña palangana y su trapo lavándome la pija, y se puso dura, y se río y yo me reí, y la besó suave y lentamente. Luego se paró y se extendió en la cama. Yo avancé y lo hicimos con delicadeza, sin esfuerzo ni tensión, y un tipo golpeó la puerta y gritó:
-¡Ey! ¿Qué diablos pasa ahí adentro? ¡Apúrense!
Pero era como una sinfonía de Mahler –no podés detener la arremetida. Cuando acabamos los dos, vimos la palangana y el trapo y nos reímos otra vez, luego la besó suave y lentamente, pero yo me paré, me vestí y salí.
-¡Por Dios!, ¿qué estaban haciendo ahí?
-Cogíamos –le dije al hombre y me fui caminando por el pasillo, bajé las escaleras y salí al camino, y encendí uno de aquellos dulces cigarrillos mexicanos a la luz de la luna.
Liberado y humano nuevamente por sólo tres dólares. Amé la noche, a México y a mí mismo.