la paga

Tenía que dar un recital de poesía en un café de Venice. Llegamos temprano y le dije a mi mujer que saliéramos a caminar junto al mar, allí me podía tomar una cerveza. Así que atravesamos la arena. Había varios hombres pescando. Yo miré el océano, me eché un buen trago y dije:

-Volvamos y caminemos por la costanera.

Y fuimos hacia el este. Entonces ví a un hombre solo, dándole la espalda al mar. Tenía una corneta, y estaba tocando una lenta y suave melodía. Se detuvo. Se quedó parado dándole la espalda al mar. Yo tomé otro trago y continuamos nuestro camino. A la vuelta, todavía estaba allí, tocando nuevamente la corneta, la misma lenta y triste melodía, finalizó. Bajó la corneta y se quedó parado.

Hacía calor en el café. Les arrojé mi material y salí del paso. Descendí y ya estábamos de nuevo en el auto yendo hacia mi casa.

-Lees bien –dijo ella.

-Sí –dije-, gracias.

Pero para mí, el cornetista se había ganado la noche. Yo sentía el rollo de billetes en mi bolsillo, la paga, y sabía que aquella noche había encontrado a un hombre mejor. Y el hombre mejor había ganado, y así debería haber ocurrido, pero sólo nosotros dos lo sabíamos.

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