hombre loco
Mientras me revisaban en la cárcel de Los Angeles (todavía estaba algo borracho) había un montón de presos esperando y nadie advirtió que estaba fumando hasta que cayó al piso un poco de ceniza y un policía me gritó sobre cómo conservaban limpio este maldito lugar.
-Oh –dije.
Y el policía dijo:
-¿Así que te creés un hijo de puta inteligente, eh…? Muy bien, ahora te lo ganaste.
Y me empujó a una celda del fondo y bloqueó con fuerza la puerta. Allí, detrás de unas gruesas rejas amarillas que se extendían del piso al techo estaba el hombre completamente loco. Me vio, gritó y corrió violentamente hacia mí. Rebotó y se precipitó de nuevo contra las rejas, agarrándolas, sacudiéndolas, queriendo atravesarlas para llegar hasta mí y matarme. Era terrorífico pero yo estaba borracho, busqué otro cigarrillo y lo encendí temblando. Se lo ofrecí esperando que me arrebatara la mano. El lo cogió, se lo llevó a los labios, inhaló, exhaló. Yo encendí otro y permanecimos juntos fumando. Así nos encontró el policía cuando abrió la puerta.
-¡Hijo de puta! –dijo el policía. -Esto sí que es bueno, me gustaría dejarte salir por esto.
-A mi también –le dije.
-Vamos –dijo él.
Cuando salíamos, el hombre loco se aferró a las rejas de vuelta y gritó, gritó, gritó, sacudió las rejas, las gruesas rejas, descascarando la pintura amarilla, revelando el pálido gris que había debajo.