Exceso de Tequila – Capítulo 5

Margarita estaba desesperada, no sabía cómo sacarse a Hernán de encima. El teniente ya estaba ingresando a su hogar. Su estado de ebriedad era harto evidente, no había pedazo de realidad que se le escapara. Entonces, lamentando el costo de su salvación moral, la amante ya satisfecha, apeló a sus dos robustas sirvientas para que arrojaran al pobre estudiante de letras por la ventana. Les pidió que lo hicieran con la delicadeza suficiente para salvar su vida. Debilitado como estaba, le había encantado conocer al joven Cortés. Cuando el esposo manco ingresó encolerizado a su alcoba, oliendo con su instinto de borracho la traición de su mujer, ella lo aguardó en el baño, simulando la calma de una monja inocente. El militar buscó algún indicio, una prenda que la delatara, pero todo se había desvanecido: sus sirvientas eran muy eficientes en la limpieza de sus crímenes. Pasó un rato hasta que el beodo palpó muelle la almohada, apenas convencido de la pureza de Margarita. Pero no le quedaba remedio, sus piernas tampoco le respondían bien. Y no tardó en echarse a roncar.

Al ser revoleado por el éter, Hernán recuperó el sentido, un poco a medias, porque percibió que estaba aterrizando otra vez en la calle, y nuevamente quedó inconsciente y desplomado. Recién despertóse Cortés al advertir un pinchazo en su nalga izquierda, una semana después de iniciada su carrera de conquistador de almas femeninas. Dos cirujanos de porte señorial estaban probando la agudeza de sus instrumentos. Iban a practicarle una sangría (vetusto procedimiento quirúrgico que exigía una elevada concentración, lamentablemente desechado por técnicas modernas). Era sólo la preparación requerida para la extirpación de la herida infectada que tenía en su trasero. Lentamente sus ojos salieron de su estancada visión, se empañaron con lágrimas, y observaron claramente las torturas que se le avecinaban.

Necesitó un mes para recobrar parte de su salud: los huesos rotos aún estaban desacomodados, sus piernas, rígidas y ampolladas, los brazos carcomidos por las sangrías… Pero su pecho continuaba siendo firme. Lo trasladaron de la Casa de los Enfermos de Salamanca al cuarto que ocupaba en la Universidad su amigo Francisco de Montejo. Los bachilleres lo recibieron como un héroe, su hazaña prevaleció sobre su estupidez. Por más que el fruto de sus esfuerzos no merecía el estado de postración en el que se hallaba (dada la increíble decisión de Margarita, el desprenderse de su amado malherido de modo tan abyecto), Hernán se creía digno de recibir la admiración que había despertado entre sus condiscípulos. A veces ésta se trocaba en compasión, y los más orgullosos le demostraban indiferencia. Aunque en realidad, no había ni un alumno, excepto los regulares invertidos que abundan en el mundo de las letras, que no le envidiara su conquista. Así que no lo mimaban tanto…

Margarita aparecía en los claustros todos los viernes, confesando su arrepentimiento y solicitándole al rector, previo pago de una buena dádiva, que le permitiera acceder al lecho del convaleciente. Y cuando los bachilleres la veían cruzar el patio, acompañada de Francisco, dejaban de prestarle atención al maestro de latín para chiflarle a la coqueta señora de Alonso. No reprobaban el maltrato que le había deparado a Hernán, sino que era su forma de expresar «afortunado es el chiflado que se ha acostado contigo, y te ha cogido por las tetas y el culo». Ella quedábase embobada contemplando el estado narcotizado de Cortés. Secretamente empleó todos los medios para conseguirle la asistencia de uno de los médicos más reputados de España, don Alonso Peñate, quien aceleró su rehabilitación. Fueron sus hierbas las que repararon su sistema nervioso, y sus férulas las que recompusieron su osamenta. Las primeras, provenientes de semillas americanas traídas por Colón; las segundas, abastecidas por musulmanes que las exportaban de Africa, de tribus expertas en traumatología.

Hernán parpadeó, y luego de mirar a Montejo, comenzó a toser precipitadamente. Francisco lo ayudó a erguir el tronco y le dio de beber un poco de agua. El enfermo retorció su cuello, desperezándose del sueño profundo que le habían provocado los tés de Peñate. Seguidamente, se echó a reír con una risa amplia y duradera.

-Por fin, ¿cómo te sientes? -inquirió Montejo.

-Pues de excelente humor.

-Ya lo veo, ¿pero a qué se debe tu regocijo?

-Que al fin caigo en la cuenta de lo sucedido. Uy, ¡cómo demonios me duele la espalda!

Las risas le habían resentido las costillas. Y su contento devino en sufrimiento, expresado con monótonos ayes. Mas su ánimo estaba en bárbara disposición.

-Vamos, no te quejes. Podrías estar en el infierno. La voz ha corrido por toda Salamanca, y el manco teniente te cree muerto. Ya es hora de que dejes tus parrandas y te procures un destino mejor -lo aconsejó Francisco.

Hernán tosió otra vez antes de responder.

-¿Y quien cortejará entonces a las apetecibles viudas de Salamanca? ¿Tú, acaso? ¿Acaso el torpe de Sandoval? No, por Dios, Francisco, un traspié no me arredrará.

-Ha estado visitándote mientras dormías, o lo aparentabas muy bien. Hoy vendrá nuevamente. Por favor, mándala de regreso a su casa. El amor es un juego idiota. Muy linda será Margarita, pero un hombre de honor se vengaría de su cobarde acción, sí, le daría una verdadera lección -aseguró Montejo.

-A tomar por culo, puta del demonio, ya no te quiero -le susurró Hernán a su amada cuando se inclinaba a besarlo.

Después escupió bilis, con rostro despreciativo. Ella, con honda desazón, dió un gritito de horror y se escabulló de la pieza.

-Así se hace, te has comportado de manera ejemplar -lo felicitó Francisco, luego de escuchar el portazo que pegó la ilusa cuarentona.

-No sé por qué lo hice. ¿No viste cómo meneó su culo? La muy puta enseguida elegirá un reemplazante, otro joven fantoche como yo, que se la monte hasta hartarla. Díme qué puedo hacer aquí, casi inmovilizado. Apenas me vuelve la conciencia, y ya me dan ganas de cazar alguna otra zorra. Pero, uy, ni siquiera puedo mover el pito. Por favor, alcánzame el bacín que voy a orinar.

Satisfecho el favor solicitado, Hernán retomó el hilo de lo que venía diciendo, sacudiendo su pito hasta las últimas gotas:

-¿A qué me dedicaré ahora? Sí, como dices, debo enderezar mi comportamiento… Puedo trabajar pero jamás progresaré como hombre de letras, ¡soy una calamidad para el oficio! Los profesores se burlan de mis narraciones, incitan a los alumnos a mofarse vilmente de mi prosa.

El embarazoso recogimiento de su pene bajo los pañales inmovilizadores de Peñate no fue motivo de interrupción: Hernán continuó calculando los pasos a seguir en su nebuloso rumbo.

-¿Qué me recomiendas? No tiene sentido que me quede en Salamanca, aquí no prosperaré de modo alguno. Y además, si el teniente se entera que estoy vivo, querrá retarme a duelo, ¿y para qué me sirve cargar la muerte de un viejo cornudo? Uf, ya no aguanto más estar en la cama. Hoy me van a sacar todos los impedimentos.

Tres golpes secos y duros sonaron en la puerta.

-Muchachos, el doctor Peñate -anunció el rector desde el pasillo.

El galeno entró y sostuvo un breve diálogo con su paciente.

-¿Hizo los ejercicios?

-Sí.

-Muy bien.

El doctor procedió a quitarle las férulas y los pañales mientras Montejo observaba con mucha atención.

-Tiene que tomar estas yerbas, y mañana ya podrá dar un paseíto, nada más. Me alegra verlo recuperado -exclamó el doctor.

-Pero todavía tengo dolores.

-Los normales, sólo les falta un poco de aire a sus huesos, pronto volverá a escalar balcones -bromeó Peñate, eminencia que vendía perfectas recetas de buen humor.

-Pues sí que es un genio. ¡Qué rápido te ha curado! -dijo Montejo, a la hora de la cena, viendo comer con voracidad a su compañero.

-Esas hierbas que me dio eran extraordinarias.

-Pues son de América, ¿recuerdas que me pediste un juicio acerca de tu futuro? Bien, lo mejor sería embarcarse hacia allá; cuando menos yo pienso ir. He visto el oro depositado en la Corte de Fernando VII, y te juro, es escalofriante. Con tu bravura podrás reunir fácilmente una gran cantidad, y ya no tendrás que perseguir a mujeres lujuriosas como Margarita, caerán a tus pies las mejores hembras que puedas imaginar. Puedes tomar las armas, siempre admiraste al cuerpo de arcabuceros de la ciudad. Los oficiales del rey se han tornado más severos con los requisitos que exigen. Ya no viaja cualquier segundón. Portocarrero me comentó que están reclutando soldados e hidalgos para una nave que partirá el año entrante desde Sanlúcar. Se necesitan hombres que sepan escribir, lidiar en guerras contra indios rebeldes, y administrar tesoros. Una pavada para jóvenes como nosotros.

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