Exceso de tequila – Capítulo 26

Malintzin le pellizcó la barba a Cortés y desmintió la leyenda del retorno del Dios enojado.

-No te equivoques, gran Emperador. Quetzacoatl, «el sacerdote amante de las artes» vive feliz en su destierro. Mi amo es un simple vasallo de un Rey llamado Carlos que tiene sujetos a muchos príncipes del otro lado del Océano. En las escrituras de los Sabios se alude a la instauración de un nuevo Reino aquí en México, y él sólo viene como emisario a implantarlo. En los arenales de Tabasco se lo expresamos a tu embajador Pitalpitoque.

La plática tocó distintos ejes temáticos: «que Adán y Eva» por un lado, «acechantes demonios imaginarios» por otro, «las rarezas de Huitzilopochtli» en uno tercero.

-Ya hemos cumplido con el primer toque de conversación místico-trascendental -dijo Moctezuma. -Asumo muy bien entendidos vuestros cuentos cristianos, pero pasemos a lo verdaderamente serio. ¿Qué coños se proponen hacer acá? -interpeló a los Jefes-Barbudos. -¿Acaso sois del mismo bando de los que vinieron hace noventa lunas, y que entregamos crudos a nuestro ejército de Tigres? -les demandó además.

Malintzin memorizaba puntualmente todas las dudas del Emperador mexica. Mocte poseía un encanto inigualable como orador. Todo su cuerpo se balanceaba al compás de sus pensamientos.

-No debéis confiar en los bárbaros tlascaltecas. Créeme, Malinche, si buscas tesoros no hallarás grandes cosas en mi palacio. Ellos sólo quieren burlarse de tí. ¡Pon mucha precaución en tu retaguardia! -exclamaba, y la trujamana seguía reteniendo sus palabras astutas: -Ya que no sois magos, y que a muertes jamás nos vais a derrotar, os digo que los truenos y relámpagos del mundo los maneja mi Huitzi -se ufanó.

La barbilla prieta de Mocte bailaba al pronunciar los ásperos fonemas nahuas. Su mirada cargada de ternura agradaba a la traductora. El Emperador la invitó a su baño matutino del día siguiente. Tal vez allí ella podría ofrecerle respuestas sinceras que no podía brindarle delante del Malinche. Sus trucos amatorios saciaban la avidez sexual de cientodoce mancebas, todas hijas de caciques célebres, y por supuesto, muy de vez en cuando, la de sus dos mujeres legítimas, cacicas distinguidas que visitaba secretamente. A pesar de los murmullos bromistas de Alvarado, Mocte no tenía siquiera un pelo de invertido. Sus siervos jamás le mostraban las espaldas, aunque tampoco le pillaron en orgías de putos. Tenépal accedió al requerimiento de Mocte.

-Acepto, mi gran Rey -exclamó en voz alta para que la oyeran sus parientes.

Luego se dirigió a Cortés, empleando su tono más bajo:

-A éste ya lo tengo en mis manos. Actuará guiado por mis consejos. Tenochtitlán será nuestra.

Aduciendo dolores de vientre, la trujamana se apartó a un sector diferente del jardín de Coadlabaca. El viento ondeaba las hojas exhuberantes de los árboles, sus ramajes se recostaban sobre la laguna. El frío más duro estaba concluyendo y la primavera se avecinaba con pimpollos prometedores. El clima ameno la arrullaba dulcemente. Tenépal tuvo una visión clarísima: en la mitad del cruce carnal con el Rey mexica, éste le prometía en prenda de amor el corazón extranjero de su amo.

Aguilar nadaba en las orillas del estanque junto a unos flacos monaguillos. Los ojos de Malintzin se obnubilaron en el siguiente instante de su premonición. Ante su orgasmo salvaje, Mocte metía el miembro en su boca hasta mojarle el gollete con sus «gérmenes sagrados».

-¡Oiga, doña Marina! No quiero interrumpirla mientras procura recibir presagios de Dios pero esta agua sí que es bendita. ¡Ah, qué placer, cómo refulgen y se renuevan nuestras pieles mojadas al sol» -le disparó don Gerónimo.

Así la sacó de su arrobamiento

-¡Déjese de hacer chiquilinadas y vaya al estrado del capitán! Lo están esperando, yo me tomaré un breve recreo -contestó su colega.

Seguidamente la trujamana pudo observar la parte final de su visión: el galán apedreado por sus consejeros más belicosos fenecía sin poder arrepentirse de sus pecados, su miembro comido por el pariente más joven que les había presentado, el simpático Cuahutémoc.

El traductor se secó con una manta tabasquina entonando un cántico yucateca. El patio de los líderes, aparte de sus fragancias naturales, comenzó a expeler humos de guisos alucinantes. Aguilar se vistió en un tris y llegó corriendo al lugar donde los mayordomos de Mocte cocinaban gallos de papada, faisanes, venados y pajaritos de caña. Mocte y Cortés revisaban las carnes desparramadas sobre sus braseros de barro.

-Malinche, estos son muslos de puercos y conejos. En aquellos maderos colgamos los de muchachos tlascaltecas -explicó Coadlabaca.

Las barbacoas señaladas estaban vacías. Espantado, Olmedo alarmó a los capitanes:

-La otra parrilla tiene olor a seres humanos, nos están engañando. Un soldado la probó y ahora Peñate no puede controlarle una diarrea atroz.

Aguilar contuvo la reacción de los españoles. Moctezuma dijo algo apresurado y luego él se lo traspasó a Cortés.

-Lo que atacó a tu soldado fue el ají y no el sustento. Lo cató sin la aprobación de nuestros hechiceros, y por eso penará su osadía. Mis médicos le darán unas buenas hierbas que lo recuperarán. Si os escandaliza tanto, me abstendré de mis manjares «tlascaltecas» mientras tu Compañía permanezca en Tenochtitlán. Vamos, Malinche, siéntate y empieza por nuestras tortillas con exquisito pan pachol.

Durante la ingesta trataron métodos culinarios. Tenépal volvió de su excursión por los lagos con mucha hambre. Don Gerónimo aún tenía dificultades con el nahua cerrado de los mexicas, y la trujamana devoraba casi sin pausas. Los comentarios elogiosos que hacían los teúles sobre la comida servida no fueron traducidos. Sobre la mesa descansaban tres cañutos dorados con jeroglíficos, pipas esculturales de nivel excepcional. El capitán las contempló con expresión voraz. Su plato de cabeza de chancho ahumada no le suscitaba tanta codicia. Así que ordenó a la trujamana que cesara de morder un pernil para preguntarle a Mocte por su tabaco. El Emperador la miró con recelo antes de responder:

-Ten paciencia, Malinche, que aún faltan varios platos, que me bailen y canten mis artistas y que los malabaristas hagan piruetas impactantes.

-Díle que sabré esperar y sugiérele echar a sus hierbas un poco de liquidámbar revuelto.

Mientras Malintzin le hablaba a Moctezuma, Cortés añadió:

-… y que el efecto lo deslumbrará.

Los acróbatas del Emperador entretuvieron a los teúles con su habilidad de pies y manos inaudita. Lograban concretar ejercicios gimnásticos gloriosos. Maestros en el arte de jugar con palos desfilaron ante sus ojos. Maderos de considerable grosor eran lanzados al aire y atrapados por las partes más insólitas de sus cuerpos. Bailarines de todas las edades daban pasos aéreos de gran altura y duración, manteniéndose luego equilibrados encima de varas delgadísimas. Tres amantes de Mocte, sus rostros pringados de barro para escapar a las lascivas miradas de los españoles, se acercaron a la mesa para encender los cañutos. El líder tenochca había aceptado la proposición de Cortés y dejó que Peñate echara su bálsamo al tabaco. Al tiempo que fumaban, los mayordomos alzaron la mesa. Los cantores y poetas mexicas prosiguieron su recital, los ritmos retumbantes de los tocadores de música viajaron al cielo estrellado…

Los soldados españoles ya reposaban distribuidos en los acogedores recintos de Coadlabaca. La claridad de la luna aumentaba el carácter deslumbrador del lago. La fragancia del humo rojizo que echaba la materia fumable de Mocte atontó a Cortés. Antes que él, fumaron cinco parientes del Emperador. Los capitanes teúles le propusieron comprar un par de juglares para llevárselos al famoso Carlos V, Señor de Señores.

-No, estos salen caros. Si los desean, les puedo vender unos contrahechos encantadores que impresionarán a vuestros científicos. Son corcovados muy enanos que valen cinco tamemes cada uno. ¿Queréis apreciarlos?

Cortés se negó pero los clérigos insistieron y unos guardianes de Mocte los llevaron a las celdas de los monstruosos fenómenos.

Los tres cañutos circularon por las manos ávidas de los Barbudos. A la cabeza se les subieron las respectivas bocanadas absorbidas con ahínco. Pronto empezaron a barbotar referencias a sus orígenes hispanos. Encima, los sirvientes mexicas trajeron toneles de tequila que acabaron por descarriarlos. El capitán solicitó a su anfitrión mujeres para sosegarlos. Coadlabaca no aceptó e imploró al Malinche que acallara los exabruptos de sus adláteres. La trujamana lanzó un alarido y entregóse a un llanto profuso. Cortés se levantó de su silla de mimbre para abortar el alboroto con un disparo al aire de su trabuco. Todos los tenochcas temblaron excepto Moctezuma. El Rey mexica habíase adormecido con el sublime tabaco. Despatarrado observó con postura cándida cómo se desvanecía el temor del anfitrión. Percibió con intensa agudeza que el Malinche y sus compañeros, con todo su armamento y su religión ostentosa, eran débiles humanos como él, sumidos en una desesperación mística similar a la que estaba atravesando. Ni Huitzi ni su Jesús ofrecían respuestas adecuadas. De todos modos, le interesaba conocer el sentido de las exclamaciones ininteligibles de los extranjeros.

-Dime, Malinche, ¿no tienes un lengua que te sobre? Sería de harta utilidad para mí. Aprendería rápido vuestros principios, y así compartiríamos no sólo comida y sustancias fumables, sino también los secretos de nuestros idiomas. Tu traductora puede enseñarte el nuestro.

Malintzin empleó tonos de confianza para transmitirle al capitán las inquietudes lingüísticas de Mocte. El capitán caviló un momento, tragó dos buches de tequila, y tosió.

-Amada mía, sóplame lentamente en la lengua de él lo que te voy a decir: Te daré un paje guapo que ya ha aprendido las cuestiones elementales de nuestra religión. Lo apodamos Orteguilla y conoce versos de nuestra mejor literatura.

Despacio Cortés se esforzó para pronunciar la frase en nahua, y no advirtió que Moctezuma roncaba apoyado sobre un almohadón.

-¡Tanto esfuerzo para que el Emperador se duerma, maldito sea! -se quejó Cortés.

Coadlabaca y otros caciques alabaron el intento del Jefe-Barbudo y le rogaron que les presentara al aprendiz de intérprete. Los mayordomos de Mocte excusaron a su amo y se lo llevaron en una litera. Coadlabaca probó el cañuto con liquidámbar y sus piernas trastabillaron. Los hechiceros mexicas dijeron que el agregado de Peñate les causaba estupor, y que el Emperador había caído tumbado por su esencia.

-El efecto fue malísimo, mejor mezclarlo con simple tequila y listo -dijo el Brujo-Principal.

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