el loco en la cena

  Estoy con otros, incluida mi esposa, es un lugar caro y oscuro. Pedimos vino, cosas caras. El mozo trae todo, aplica el sacacorchos, empuja y la punta sale dejando parte del corcho en la botella. De modo que reinserta el sacacorchos, tira y sucede otra vez –sacacorchos en el aire, corcho en la botella.

-¿Un pequeño inconveniente? –le pregunto.

Mi esposa me clava un codo en las costillas. El mozo va a buscar otra botella, vuelve, hunde el sacorchos de nuevo –la misma cosa: afuera el sacacorchos sin el corcho.

-Necesita otro abridor –sugiero.

Obtengo otro codazo en mis costillas, el mozo me mira ceñudo. Está rabioso, lo intenta otra vez, el mismo resultado.

-¡Uau! –digo.

Los otros en la mesa me miran como si acabara de ser condenado por violación de niños, y ahora todos están rabiosos excepto yo. Mientras tanto, el mozo va por una tercera botella, retorna y mientras inserta el sacorchos fija sus ojos en mí y yo silenciosamente (por supuesto) le deseo suerte y esta vez lo logra. Yo soy el catador, me sirve un poco, sorbo, espero un momento, apruebo con un ligero cabeceo. Por el resto de nuestra permanencia allí, la gente habla como si yo no existiera. Escuchando la conversación me siento más feliz por ser excluido. Antes de irme pago la cuenta, propina del veinte por ciento, y salimos caminando al estacionamiento. Los otros sienten que se comportaron adecuadamente en nuestra civilización de restaurants caros. Hasta me dicen «buenas noches». Mientras los valets se precipitan a nuestros autos caros me pregunto qué hará el mozo con las dos botellas con los corchos arruinados, yo siempre hundo los corchos, tomo el vino, el corcho y todo. Entretanto, mi esposa está esperando para decirme, cuando estemos solos en el auto, que traté al mozo de un modo horrible. «¿No sé cómo actuar en público?». Y no voy a responder.

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