el hombre de Dios

Teníamos 10 u 11 años cuando fuimos a ver al sacerdote. Golpeamos a la puerta. Una mujer gorda y fea abrió.

-¿Sí? –preguntó.

-Queremos ver al sacerdote –dijo uno de nosotros, creo que Frank.

-Padre –la mujer giró la cabeza. –Unos chicos quieren verlo.

-Dígales que entren –dijo el sacerdote.

-Síganme –dijo la mujer fea y gorda.

La seguimos. El sacerdote estaba en su estudio, detrás de su escritorio. Apartó unos papeles a un costado.

-¿Sí, muchachos?

La mujer dejó la habitación.

-Bueno –dije yo.

-Bueno –dijo Frank.

-Sí muchachos, vamos…

-Bueno, nos preguntamos si Dios realmente estaba ahí.

El padre sonrió.

-Pero por supuesto que sí.

-¿Y dónde está ahora? –pregunté.

-Pero muchachos, ¿no estudiaron catecismo? Dios está en todas partes.

-Oh –dijo Frank.

-Gracias padre, sólo queríamos saber –dije yo.

-Está bien, muchachos. Me alegro de que hayan venido a preguntarme.

-Gracias padre –dijo Frank.

Entonces hicimos un pequeño saludo, giramos y salimos de la habitación. La mujer gorda y fea nos estaba esperando. Nos condujo a través del hall hasta la puerta. Caminamos por la calle.

-Me pregunto si se la estará tirando –comentó Frank.

Yo busqué alrededor a Dios y luego respondí.

-Por supuesto que no.

-¿Pero qué hace cuando se excita? –preguntó Frank.

-Probablemente reza –dije.

-No es lo mismo –dijo Frank.

-El tiene a Dios, no lo necesita.

-Yo creo que se la tira.

-¿Ah sí?

-Sí, ¿por qué no volvemos y le preguntamos?

-Andá vos, que sos el curioso.

-Me da miedo –dijo Frank.

-Tenés miedo de Dios –dije.

-¿Y vos no? –preguntó él.

-Seguro.

Nos detuvimos en un semáforo, esperamos que pasaran los autos. Ninguno de los dos había estado en Mass por meses. Era aburrido. Más divertido era hablar con el sacerdote. La luz cambió y cruzamos.

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