cómo deshacerse de los puristas
Hace unos cuantos meses recibí unas cintas de un músico que había musicalizado varios de mis poemas. Profesaba mucho interés por mi poesía. Yo escuché todas las cintas. Muy clásico (y yo soy un fanático de la música clásica), pero al tono general del trabajo le encontré un retintín de elitismo intelectual –las pretenciosas voces de la soprano y la presentación general-. Yo me sentía tan honrado como avergonzado por el hecho de que el compositor haya puesto tanto esfuerzo y aprendizaje musical en mi obra. Al mismo tiempo, sentía que el efecto total era anti-vida, anti-yo, anti-la claridad de buscar directamente la diversión, el dolor, anti-cualquier cosa razonable y suficiente. Era la misma vieja estafa, el mismo viejo esnobismo, el mismo viejo beso asesino vestido en un acto creativo. Así que le respondí al caballero: «Usted sabe, hay algunos problemas, uno de ellos es con los instrumentos. Algunos instrumentos que no me gustan son el piano, el violín y la voz de soprano, especialmente la última. La voz humana, además de ser básicamente horrible, también me hace acordar a la raza humana, y una de las últimas cosas en las que quiero pensar, y una de las primeras que quiero descartar y olvidarme cuando escucho música clásica, es la raza humana. Escribo por la misma razón. ¿Es posible que reescriba todo sin usar los instrumentos mencionados más arriba?».
No volví a oír noticias del compositor desde entonces. Lo que formaba parte de mi plan. La otra parte era oponerme, reducir, exponer y humillar a los miles de practicantes del arte en todas sus formas, que han sido subsidiados por el esnobismo, la estupidez y la voluntariosa sed de fama, que nos han dejado siglos de obras de arte inmensamente admiradas y aceptadas, de las cuales la mayoría son seguramente inútiles, sin méritos, una impostura y tan soberanamente aburridas, que pensamos que ciertamente deben ser algo real.