clásico
Nuestra profesora de inglés en Jr. High era la señorita Gredis. Ella no se sentaba detrás de su escritorio, lo hacía encima del mismo. Cruzaba las piernas y veíamos lo largas y aterciopeladas que eran aquellos muslos mágicos, la carne tibia y brillante cuando giraba sus tobillos y volvía a cruzar las piernas con sus zapatos negros de taco alto, hablando de Hawthorne, Melville, Poe y otros. Nosotros no escuchábamos ni una palabra, pero Inglés era nuestra materia favorita, y nunca hablamos mal de la señorita Gredis, ni siquiera lo discutíamos entre nosotros. Sólo nos sentábamos y contemplábamos a la señorita Gredis, y sabíamos que nuestras madres no eran como ella, ni nuestras compañeras, ni siquiera las mujeres que veíamos por la calle. Nadie era como la señorita Gredis, y ella también lo sabía, sentándose en el escritorio, frente a veinte jóvenes de catorce años que nunca la olvidarían, a través de las guerras y los años, nunca una mujer como esa observándonos mientras hablaba, viendo cómo la mirábamos, entonces sus ojos se alegraban y nos sonreía. Cruzaba y volvía a cruzar sus piernas una y otra vez. La falda deslizándose delicadamente hacia arriba mientras hablaba de Hawthorne y Poe y Melville y mucho más hasta que sonaba el timbre, finalizaba la clase, la hora rápida de nuestro día. Gracias, señorita Gredis, por esa más que maravillosa educación, haciendo el aprendizaje más que fácil, gracias señorita Gredis, gracias.
Cuando estaba en la escuela nuestra maestra nos contó una historia de un marinero que le dijo al capitán:
-¿Y la bandera? Espero no volver a verla nunca más.
-Muy bien, se cumplirá tu deseo –le respondieron.
Y lo colocaron en la mazmorra de la nave y lo dejaron ahí, bajándole la comida. Murió allí sin volver a ver la bandera. Era una verdadera historia de terror para los otros chicos, muy efectiva. Pero no tanto para mí. Me senté a pensar de que era algo muy malo no ver la bandera pero lo mejor de todo era no poder ver a otras personas. No levanté la mano para no decir nada, ya que hubiese significado que yo tampoco quería ver a mis compañeros. Miré derecho al pizarrón, que lucía mucho mejor que cualquiera de ellos.