Cambio de figurita en una ONU sin rumbo

(Agencia Maldita Realidad)

Nunca, desde su mismo origen, fue una organización que inspirara confianza en su búsqueda de la paz mundial, pero desde que se hizo la idiota con la intervención unilateral de Estados Unidos y el Reino Unido en Irak, se resquebrajó la endeble armonía que había entre sus miembros, especialmente los del Consejo de Seguridad, encabezados por Rusia y China, que bregaron desde entonces por el multilateralismo, y no dejarse avasallar por los yanquis, lo que quedó demostrado con la anexión de Crimea por parte de Putin, o las exhibiciones de fuerzas armadas chinas en sus mares cercanos.

Ban-ki-moon se va ovacionado como un gran líder cuando bajo su mandato la ONU estuvo involucrada en desastres humanitarios varios y es responsable directa de conflictos armados en curso, como los de Libia, Yemen, Sudán y Nigeria, por mencionar los que atraviesan la situación más apocalíptica, y por suerte para ellos, anárquica a la vez.

Desde el rebrote de la guerra civil en Angola (1993), el genocidio en Ruanda (1994), las atrocidades registradas en la región sudanesa de Darfur, donde han muerto cerca de 200.000 personas, hasta los últimos atentados y crímenes de Boko Haram, los atentados a turistas en el norte y los secuestros de los piratas somalíes -miles de luchas interraciales y miles de niños en riesgo de morir de hambre por la guerra en Nigeria, mediante-, se puede aventurar que Africa será un polvorín en 2017. Y esto ocurre cuando el organismo que encabezan las naciones más desarrolladas y progresistas del mundo actúa tarde y sin reflejos, siendo siempre peores los remedios que propone que la enfermedad (ocasionada también por su inacción). En efecto, los intereses opuestos de Rusia y Estados Unidos, durante el período de Ban-ki-Moon, han dado lugar a situaciones de parálisis, como en el conflicto palestino-israelí, que es una bomba de relojería que no se ha logrado desactivar. En lo que concierne a los conflictos en curso en Oriente Medio -particularmente en Siria e Irak, aunque también en Egipto, Turquía y Líbano-, la ONU no sólo ha hecho la plancha sino que actuó como vocera de la posición de Washington y el lobby de ultraderecha israelí. En consecuencia, ha perdido todo prurito moral y encarna lo más corrupto de la denominada «comunidad internacional» y su conciencia.

La ONU no sólo ha sido cómplice de los crímenes del estado israelí contra el pueblo palestino, sino también del bloqueo económico a Cuba, ya que con la simple oposición de Estados Unidos jamás adoptó una sola medida para impedirlo. Las buenas intenciones de Ban Ki-moon eran pura perorata y blablabla.Los números son elocuentes: en la década de Ban se multiplicaron los conflictos armados, que ya involucran a más de 40 países (cuando asumió él sólo había 17 países en conflicto), ascendiendo el número de desplazados y refugiados a 25 millones de seres humanos -y apenas la cuarta parte de ellos accede a ayuda humanitaria de la ONU-, 20.000 muertes diarias a causa de la pobreza y la persistencia de 40 millones de enfermos de sida.

A estos problemas se añaden escándalos de diversa índole, como el fraude detectado en el programa Petróleo por Alimentos para Irak, los casos de abusos sexuales por parte de soldados en misiones de paz bajo bandera de la ONU, ocurridos en algunos casos bajo la responsabilidad de la ex candidata argentina a reemplazar a Moon, y actual canciller de nuestro país, doña Susana Malcorra. No queda fuera de lugar mencionar la inoculación de cólera en Haití dentro de su «paquete de ayudas».

En síntesis, el secretario general que se va -y sus colaboradores, como Malcorra-, se han dedicado a socavar los intentos por combatir la corrupción interna y han tornado aún más borrosos (menos transparentes), los mecanismos para deslindar responsabilidades. No han hecho reforma alguna y han debilitado el prestigio y la credibilidad de una organización que nació con fuerza esperanzadora hasta que sus contingentes y misiones de paz se vieron envueltos en escándalos y «salidas forzadas» de Chad, República Democrática del Congo, Eritrea, Libia, Sudán del Sur, etc.

De hecho, en los próximos años muchos conflictos lograrán resolverse prescindiendo de la intervención «humanitaria» (nefasta) de la ONU. Y cuánto más lejos estén sus funcionarios, mejor. De hecho, en Estados Unidos asumirá Trump, negacionista del cambio climático, que seguramente le escupirá el asado a Antonio Manuel de Oliveira Guterres, el reemplazante -nueva figurita- que ayer fue investido como Secretario General. Su currículum da cuenta de que es un socialista portugués que llegó a primer ministro, y de ahí a funcionario-burócrata del organismo, donde sirve desde 2005 como Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados. Se supone que es quien maneja el destino de los 5 millones de sirios que han huido de la guerra civil desatada por los mercenarios yanquis y británicos del famoso «Estado Islámico» o ISIS.

El balance de sus dos mandatos es similar al de Ban-ki-moon, catastrófico, y no se puede esperar algo mejor respecto del mandato del surcoreano, que quiere retirarse a ser presidente de su país envuelto en una crisis institucional profunda por la destitución de Park Geun-hye. Sus discursos estarán llenos de buenas intenciones, de querer instalar una “cultura de la prevención” de conflictos, que consiste básicamente en ir validando las imposiciones y requerimientos de la banca internacional y el FMI, la aplicación de ajustes y políticas neoliberales en todo el planeta, como condición indispensable para acceder a «la ayuda» del organismo.

Teniendo en cuenta las presentes y graves amenazas a la paz y la seguridad mundial, y la importancia de los desafíos en materia de derechos humanos, ayuda humanitaria, desarrollo y cambio climático, Guterres dijo que la ONU debe ser «ágil, eficiente y efectiva» y añadió que «la organización debe concentrarse más en cumplir y menos en los procesos, más en la gente y menos en la burocracia». Viniendo de un auténtico burócrata por antonomasia, parece una promesa de cambio que fácilmente se llevarán los vientos de guerra que soplan por todas partes (y en los barrios desfavorecidos de toda Latinoamérica).

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